Hoy fui a desayunar con mi papá, mi tía Estela y mis primas Marysol y Lilián. Hacía mucho que no nos reuníamos así y me dio mucho gusto que se diera el chance. Pero lo mejor de todo fue el regalo que me llevó mi tía: un ejemplar de El fresa, fenómeno de nuestra sociedad, la primerísima cosa que me publicaron en la vida (bueno: antes había publicado cositas en revistas, pero este fue el primer librito mío mío). De entrada es algo muy simple, una plaquette de edición independiente de la que hubo, creo, 500 ejemplares.
Debo confesar algo: durante mucho tiempo, incluso desde su hechura, me causaba una vergüenza muy grande, y a la fecha no sé exactamente por qué. A lo mejor porque yo lo había escrito en plan de juego; o tal vez porque la idea inicial había sido, en equipo, mía y de una amiga de la secundaria, y yo sentía que me estaba apropiando de algo; quizá porque en la adolescencia lo que uno quiere es encajar y no tanto destacar. A saber. Lo que sí sé bien es que me daba tanta pena que no usé mi nombre sino un seudónimo. Tanta, insisto, que no me quedé con ejemplares del cosito de 32 páginas. Hasta hoy.
Acabo de releerlo. Primero, sintiendo que las mejillas me ardían, a pesar de que estaba yo solita. Y luego empecé a verlo con otros ojos, digamos que con cariño. O con respeto a la chavilla que fui, esa que disfrutaba con mirar a la gente y escribir desde el humor lo que veía. Es muy curioso. Por una parte, me doy cuenta de sus muchas fallas. Siendo amable, podría decirlo así: he mejorado muchísimo en redacción, lo que es un gusto (vaya, de algo tenían que servir los años de escuela, los cursos de edición, el blog, la escribidera diaria). También me concentro más y puedo escribir textos más largos (aunque eso lo escribí a mano y luego lo pasé en limpio, corregido, también a mano, ouch. De solo evocarlo me duele la muñeca). Pero por otra parte debo reconocer que tiene sus aciertos. Por ejemplo, debo admitir que mi ortografía ya era bastante buena (¿está mal que yo lo diga?); y, lo que me parece más interesante, el estilo, el humor, los temas, las obsesiones, son ya un asomo de los que tengo ahora.
El mejor ejemplo de esto es el tema del coso: es una descripción de los chavillos fresas que había en mi secundaria, de su forma de hablar, sus intereses, sus defectos y sus hábitos. Mi parte favorita, hace rato, fue cuando habla (¿hablo?) de la rivalidad entre chicos fresa y chavos banda (el encontronazo entre mainstream y underground sigue siendo uno de mis temas predilectos).
Obviamente, el librito es más una curiosidad, un juego, que una obra literaria. Está muy ligado a su momento (habla del crusli y de la telenovela Quinceañera; ¿quién se acuerda de esas cosas?) y se termina abruptamente, como que me empezó a dar flojera y le puse el punto final para dedicarme a alguna otra cosa. Pero bueno, tenía trece años (dieciséis cuando lo imprimieron) y no era niña genio, así que… paciencia pa la Rax de entonces :)
En fin. A lo que voy con todo esto es… que me da gusto que mi tía haya guardado todo este tiempo este ejemplarcito y que haya sido tan generosa de regalármelo. Y me da gusto poder verlo con simpatia. Digo, está bien que nos exijamos mucho y que seamos capaces de ver nuestros errores del pasado, pero… a veces también es sanador ver lo que hemos hecho bien. Y, en especial, se siente padrísimo confirmar que hay pasiones que se traen desde siempre y que no se pierden aunque uno se distraiga veinticinco años :P
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