Etiqueta: Sueños

  • otro sueño de zombis

    Bueno, no pueden culparme a mí, ¿o sí? Esta vez ni siquiera había visto una peli… vamos, ni siquiera había verificado que estuviera cerrada la reja -para impedir la irrupción nocturna de zombis en la casa.
    Soñé de nuevo la invasión zombi. Había hartos, hartísimos. Yo estaba en la azotea de casa de mi abuela, con algunos de mis compañeros de la secundaria. Quedábamos pocos, habíamos luchado pero sin duda estábamos perdiendo. De pronto, me entraba un cansancio enorme. ¿Para qué seguir luchando? Al final no íbamos a sobrevivir, nadie lo hace. Así que asomaba yo una mano por fuera de una ventana (?) y permitía que un zombie me mordiera tantito. Apenas un rasguño que tapaba yo de inmediato con mi manga.
    Al poco rato sentía el inicio del cambio, algo así como una náusea. Me sentaba en un rincón a que ocurriera, mientras mis excompas se perdían de vista, saltando de azotea en azotea.
    Así que al poco rato yo era un zombie. Otros en mi estado se acercaban, pero no me hacían nada: olían o presentían o algo que yo era zombie también.
    Gruñían, eso sí. Y ponían cara de no pensar.

    Pero lo chistoso es que yo no tenía ni ganas de gruñir ni de no pensar -dicho de otro modo, descubría que el gruñido zombie era más bien una especie de imposición social o algo así: que uno, al hacerse zombie, suponía que debía no pensar y, en cambio, gruñir mucho.

    Al poco rato de ir sin gruñir me encontraba yo con un tipo similar a mí: rostro simpático aunque pálido, olor a zombie, cero gruñir. Se me ocurría que, ya que no tenía que gruñir, quizás podría hablar. Así que trababa de saludarlo… ¡y lo lograba! Al poco rato estábamos entradísimos en la plática, sorprendidos de que ser zombie en realidad no era tan malo (sobre todo en nuestro caso, que las heridas habían sido superficiales). Teníamos la teoría de que la idea de que el zombie había de gruñir venía de los zombies más dañados por sus heridas, pues o tenían menos de medio cerebro o les faltaba la lengua o les habían abierto la garganta, o algo.

    Y que seguramente de ahí se había quedado la idea, misma que nuevos zombies no habían intentado comprobar o rebatir.

    Lo que sí era cierto es que moríamos de hambre y de malaleche contra los no-zombies. Así que se nos ocurría una gran idea gran: fingirnos vivos, buscar sobrevivientes y comérnoslos. Si nos caían bien, sólo un rasguñito, pa tener clica. Si nos caían mal, dejarlos gruñir a gusto.

    Creo que desperté justo cuando un hombre abría la puerta de su casa para «ayudarnos» (ja, iluso).

  • Un sueño

    Anoche volví a soñar zombis. Soñé que eran muchos, pero tontos, y que tenían sus propios horarios para salir de quién sabe dónde y pasear por la ciudad. Que entonces había que estar al pendiente de que no entraran a las casas, o sea, unos minutos antes del paso de los zombis, meter a las mascotas, cerrar las puertas, asegurar las ventanas… esas cosas.
    Era un poco horrible: tener que estar ahí, pegada a la pared, mirando el paso de los zombis, observando su arrastrar de pies, reconociendo aquí y allá algún ex-conocido. Pero la lógica era que, si uno se iba justo a esa hora, no sé, a ver la tele o a leer, podía pasar que un zombi se metiera a tu casa, o algo…
    En mi sueño, se supone que estaba casi por ser la hora del paseo zombi, pero que de pronto salían, del mismo quién sabe dónde del que luego saldrían los zombies, varios gatos caseros, asustados. Y yo me daba a la tarea de meterlos todos a mi refugio (que primero parecía muy estrecho, pero casi al final del sueño descubrí que era grande y que tenía algunos cuartos muy monos) pero los gatos, asustados como estaban, también eran desconfiados, y yo sentía pasar el tiempo y me llenaba de angustia: ¿podría meterlos a todos, o tendría que ver un gaticidio? ¿o habría un raquelicidio, al no estar yo asegurando ventanas y tal?
    Al final, convencía a los gatos con un platote de whiskas y cerraba casi todas las puertas y ventanas. Veía las siluetas de los zombis, pasando del otro lado de mis ventanas, despacio, dirigiéndose a sabe dios dónde, y los gatos se acurrucaban contra mí y una mano zombi entraba por una ventana mal cerrada, un instante, el tiempo que le tomaba a su dueño dar el siguiente paso, sacarla y seguir adelante (al parecer, en mi sueño los zombis sólo atacaban a alguien si lo veían; pero tenían, sí, el mal hábito de entrar si se topaban con puertas o ventanas abiertas).
    Ya hacia el final de mi sueño llegaba una familia completa de humanos que no entendían muy bien lo que ocurría, y a algún amigo mío lo enviaban a la cárcel zombi por algún motivo que ahora se me escapa…
    Qué lástima que desperté. Me hubiera gustado ver si después de los créditos pasaba todavía algo :)

  • Protohistoria

    Soñé que había un taxista que rolaba por toda la ciudad, pero sólo de noche, porque el dueño del taci se lo rentaba a otro señor en las mañanas. Este taxista, el conductor nocturno, era muy joven y, aunque suene choteado, era músico; pero manejaba el taxi porque mantenía a su mamá (que estaba muy viejita y tenía artritis), a su papá (que tenía diabetes, era también muy viejito y ya no veía bien), a su hermana (que tenía depresión crónica y no trabajaba) y a su hermanito (que estaba en la primaria y no tenía un trabajo remunerado, porque el trabajo de los niños es estudiar).

    Bueno, en mi sueño, este taxista, que se llamaba Taxista, andaba rolando por la Roma, cuando lo paró de pronto un señor muy bien vestido, de traje oscuro y corbata y gabardina. Tenía pinta de abogado y una mirada torva. Pero no parecía peligroso, así que Taxista se orilló y dejó que el hombre entrara.

    Resulta que el hombre era amable, muy correcto, pero frío como corriente de aire que se cuela en la madrugada por una ventana. Taxista decidió que el hombre sí era peligroso, pero que no había nada qué temer, al menos de momento, ya que no tenía pinta de ser peligroso porque sí.

    Total: el hombre dijo ser, efectivamente, un abogado, y le pidió a Taxista que lo llevara a Chalco. Ofreció como quinientos pesos por la dejada, así que Taxista aceptó. En el camino, apenas platicaron, pero de pronto el hombre ofreció quinientos pesos más si Taxista lo acompañaba al interior de la casa y lo llevaba de vuelta a la Roma. Sonaba muy sospechoso, pero Taxista aceptó: quinientos pesos son quinientos pesos…

    Según siguió mi sueño, Taxista entró con él a una casa muy fea, de esas que son todas barda de cemento, grises y grafiteadas. Pero adentro se maravilló, porque había un jardín enorme y pavorreales y fuentes. Todo estaba tan bien iluminado que parecía de día. También había unas muchachas guapísimas pero muy serias, que languidecían a la orilla de una alberca muy azul.

    El abogado le pidió a Taxista que lo esperara junto a la fuente y que por ningún motivo hablara con las muchachas.Taxista tenía la intención de obedecer, pero justo cuando el abogado entró por una puerta medio escondida detrás de unos árboles, se le paró enfrente la muchacha más guapa que hubiera visto en su vida, tanto que las que languidecían parecían feas y marchitas a su lado.

    Taxista trató de ignorarla. Ella le sonrió y le dijo que le daría mil pesos si la ayudaba a escondidas del abogado; que las otras muchachas no dirían nada, pues eran sus cómplices. Taxista se quedó pensando. Ella le dijo que era muy fácil lo que tendría que hacer: que ella y sus amigas languidecían por melancolía y que sólo se les quitaría si les cantaban canciones, y que era notorio que él tenía talento para eso.

    Taxista se quedó pensando.

  • Un sueño

    La ciudad estraba deshecha, como salida de una caricatura de Thundarr el bárbaro. Lo más impresionante es que sobre las ruinas de los edificios, supuestamente destrozados por el temblor de 1985, ya había nuevas construcciones: casas de lámina, techos de asbesto, grises, feas. Incluso, de entre las ruinas se asomaban huesos y hasta esqueletos completos. Uno, con un celular en la mano. Y yo pensaba que qué curioso que ya hubiera celulares en 85.

    Íbamos por la ciudad en ruinas, nerviosos, perdidos. Teníamos que ir a la Jardín Balbuena a dejar a mi prima Estrella, pero por más vueltas que dábamos… nada: el centro ruinoso era un laberinto de calles bloqueadas por cascajo.

    Y se hizo de noche.

    Desesperados, entramos al metro. En vez de vagones, había carritos como los de una montaña rusa. Dudábamos. De pronto, por impulso -y justo cuando arrancaba el carrito- brinqué a él. La angustia llegó porque Alberto y Estrella no me siguieron. Me dio mucho miedo hacer el viaje sola, especialmente por la duda de cuándo nos veríamos de nuevo. Así que giré para gritarles que los esperaba en la siguiente estación. Sorpresa: venían en el carrito siguiente. Eso me tranquilizó.

    El viaje era por las vías del metro, por debajo de la ciudad en ruinas. Pero las vías eran como de montaña rusa: altas y bajas, subidas lentas, bajadas veloces… y había música de Disney. Yo pensé que se podría dedicar más dinero a arreglar la ciudad y menos a hacer del metro un roller coaster, pero de pronto tuve la certeza de que la ciudad estaba muy poco poblada ya, así que no importaba.

    Lo que sí importaba, y llegó como una punzada en el estómago, fue la duda de que si llegábamos en metro a la casa de Estrella ¿quién iba a recoger el coche? ¿lo habíamos dejado en un estacionamiento público? ¿saldría carísimo ir por él?

    Así que bajamos en la siguiente estación para regresar por el autito.

    Y de pronto, ya estábamos en casa. Con todo y Estrella. Me despertó la angustia de que ya era de noche y era hora de llevarla a su casa…