Categoría: recuerdos

  • Nueva etapa

    Nueva etapa

    Fue hasta 2005, después de seis años de trabajar en Canal Once, que supe por primera vez lo que se siente que te corran. No era mi primer trabajo, sino el segundo; pero el anterior, haciendo guiones para la SEP y la BBC de Londres, era un proyecto con principio y fin, por lo que cuando acabé, simplemente di las gracias, recibí mi cheque y fui feliz.

    En Canal Once, en cambio, trabajé durante años, sintiéndome parte de la barra para la que escribía, haciendo míos sus principios de equidad, perspectiva de género y cultura de la prevención. Me clavé, pues. Así que fue muy intenso el golpe emocional cuando me citaron un día para decirme que al día siguiente ya no era parte de Diálogos en Confianza, y que ni me molestara en entregar los guiones que estaba desarrollando en esos momentos. Así: No, mañana ya no vienes, ésta fue la última quincena que se te paga, no hace falta que entregues esos guiones que te tocaría mandar el lunes. Así.
    Y yo, confusa y dolida me fui sin hacer ningún pancho ni exigir nada ni sacar mis cosas del estantito que compartía con otro guionista.

    No es que me agarrara realmente de sorpresa el cortón gacho: hacía casi un año, desde que corrieron a mi primera jefa en Diálogos, Maru Tamés, que yo pensaba seriamente en renunciar. En vez de Maru habían puesto a dos jefas de las que, como no tengo nada bueno que decir, mejor no hablaré. Sólo he de decir que una de ellas, la que me decía «bizcochito» y se quejaba de que en programas de contenido social se discrimine a la gente bonita y rubia, había agotado mi paciencia un poco más que la otra, la que creía que estábamos en un kinder a su cargo y nos trataba con una dulce y siniestra condescendencia estilo Dolores Umbridge. Y eso lo digo sólo para tener contexto: alrededor de un mes antes de que me despidieran había tenido una discusión con Bizcochito y le había levantado la voz. Así que en cuanto ella consiguió que echaran a Umbridge y tomó el control total, me dio cuello. Era de entenderse. De esperarse.

    Creo que lo que más me molestó fue que yo llevaba meses pensando en renunciar y no lo hacía por mi lealtad a Diálogos. Es como cuando no cortas a un novio por tratar de salvar la relación y de pronto te enteras que hace rato que te pone el cuerno, y te bota.
    Pero esa experiencia (que fue fea y triste, y que tardé mucho en superar) me dejó algo muy valioso: ya había aprendido que un trabajo puede ser genial y que es grandioso cuando tus jefes confían en tu talento, y creces; lo siguiente fue aprender que hay una vida más allá del trabajo y que la vida no se acaba cuando te botan.

    Después del Once estuve en un proyecto en la SEP, de esos que tienen principio y fin, y a la semana de que terminó entré a trabajar al INBA, a la Coordinación Nacional de Literatura.
    Amé mi trabajo desde el primer día, en buena parte porque eso de la promoción cultural me apasiona desde chavilla, pero también porque me tocó trabajar con un jefe generoso, inteligente y con mucha experiencia en ese ámbito. Además, mi perfeccionismo y su neurosis hicieron un enganche excelente :)

    Con el paso del tiempo, cambié dos veces de puesto, tuve gente bajo mi responsabilidad, pude inventar y crear ciclos literarios y charlas de temas que a mí me parecen importantes. Hubo sinsabores, claro, porque si no, no le pagarían a uno por trabajar; pero hubo muchísimas experiencias gratas, conocí personas maravillosas, aprendí montones de cosas.

    Pero…

    Ayer fue mi último día en ese trabajo.

    Esta vez sí renuncié.

    Después de muchísimo pensarlo (y de platicarlo un montonal con Alberto, mi papá y amigos de gran confianza) concluí de que era hora de entrarle de lleno a mi otro gran interés, la escribidera, y que necesito dedicarle tiempo en serio, al menos por un rato. Así que será una especie de año sabático para ponerme a darle duro a las historias que traigo en la cabeza. A ver qué tal me va. Peeeero por mal que me fuera, el hecho de tomar la decisión y moverme y enfrentar con seriedad y respeto lo que me gusta hacer es algo bueno, ¿no? Y es bueno, muy bueno, tener esta sensación novísima de que salgo de una chamba por decisión propia y no porque se acaba el proyecto o porque dejo de ser requerida en un trabajo.

    (Como he dicho antes acá mismo, este blog ha sido muchas veces mi acicate para no olvidar que me gusta escribir. Por eso creo que tenía la obligación moral de venir a contar acá todo esto).

    Yo, hoy
    (Esta de acá es una instantánea que me tomó Alberto precisamente hoy, durante una sesión de fotos con mi hermano Fa en el Parque Ecológico de Xochimilco. Sirva para inmortalizar en la memoria el primer día de la nueva etapa).

  • ¡Guadalajara, Guadalajara, Guadalajaaaaraaaaa! (probadita)

    ¡Guadalajara, Guadalajara, Guadalajaaaaraaaaa! (probadita)

    En la presentación

    Ayer regresé de Guadalajara, donde se presentó mi novela Ojos llenos de sombra en el marco de la Feria Internacional del Libro. La verdad es que todavía estoy muy emocionada, la experiencia fue intensa y grata y cansada y feliz y con sorpresas varias (de todo tipo).  Tengo la firme intención de escribir una entrada más larga al respecto, para compartir la experiencia con la gente que sigue leyendo este blog a pesar de sus lapsos larguísimos de inactividad. Y también para que no se me olvide. Porque esta bitácora es una antología de cachos importantes de mi vida: unos que narro recién ocurridos; otros que rememoro tras muchos años; otros más, que cuento sin que hayan pasado en este universo, pero que me encanta la idea de que hayan sucedido en algún mundo paralelo.

    Así que vendrá un post más larguito sobre la novela. Pero, mientras, un par de fotos: una es cortesía de Antonio Marts y la otra de Ceci Eudave. A ambos mi entera gratitud por haber estado ahí.

     

    La Raxxie de cartón
  • ¡10 años de blog!

    ¡10 años de blog!

    Revisión de planas

    Wow. Resulta que el 29 de septiembre cumple diez años mi blog. Si fuera una niña o un niño, estaría en quinto de primaria, aprendiendo a hacer raíces cuadradas y a conjugar el antecopretérito (no, no tengo idea de qué se ve en el programa de quinto de primaria). A menos de que fuera una niña genia (o un niño genio, pues), en cuyo caso estaría en el MIT o algo así. O no: a lo mejor le tocaba una maestra poco comprensiva, la niña genia (o niño genio) se aburría, se volvía maldosa (o maldoso), lo expulsaban de la escuela y en vez de estar en el MIT estaría viendo la tele día y noche, organizando una mafia de niñas genias y niños genios incomprendidas e incomprendidos, o drogándose…

    Ay, no: qué bueno que esto es un blog y no una niña o un niño, genial o no. (También me da gusto que sea un blog y no un velocirraptor, por ejemplo: escribirle encima sería complicado e incluso peligroso).

    Y bueno: en estos diez años han pasado montones de cosas: cambié varias veces de trabajo, dejé de dar clases y volví a dar clases, me casé, adopté tres gatos más, murió la Cuca (que aparece en uno de los primeros posts del blog), dejé el blog por temporadas, lo retomé, volví a abandonarlo…

    Con todo, creo que una de las cosas más importantes que hice en estos muchos años ocurrió justo en 2011: un día, decidí que no me iba a hacer tonta con respecto a mi relación con las letras. «Bueno, pues lo que yo quiero es escribir», pensé. Y no me refería a escribir oficios y memoranda, sino a escribir en serio, inventar historias, algo así.

    Pero a diferencia de otras veces que había pensado algo parecido, ese día de 2011 me puse un objetivo, metas a corto plazo y meta a largo plazo, como para tener una guía del tipo «voy bien o me regreso».

    «Voy a publicar en revistas al menos cada tres meses», decía mi meta a corto plazo, «y voy a terminar el coso que estoy escribiendo y voy a buscarle editorial para que en 2013 o 2014 vea la luz». «Ah, y voy a dejar de decirle coso: es una novela, qué caray».

    Terminé la novela en agosto de 2011 y acabé de corregirla en diciembre. Luego, en enero o febrero de 2012, la mandé a un concurso, con la intención de «dejarla ir»: separarme de ella, darla por terminada. Mientras, cumplí con lo de los cuentos y me publicaron uno en castálida, otro en Luvina, otro en la Revista Digital de la Universidad.

    Y de repente, en junio pasado (seguimos en 2012), recibí una llamada: ¡la novela ganó el concurso! -aquí debo decir algo importante: no se trata de cualquier concurso: es el Premio Gran Angular de Novela Juvenil, convocado por la editorial SM, una de mis favoritas.

    Claro, la novela no está acá en el blog (a diferencia de algunos de mis cuentos y mis «variainvenciones», que es un modo elegante de llamar a los textos alucinados que parten de un «¿y si…?»); pero estoy segura de que sin este ejercicio nunca me habría atrevido a decir: pues bien, lo que quiero es escribir.

    Hoy es lunes 10 de septiembre. El jueves 13 será la premiación de mi novela. Es un excelente modo de festejar los diez años del blog. Y quería compartirlo con quienes han seguido a ratos mi indisciplinada incursión blogueril (indisciplinada y azarosa, pero larga, eso que ni qué).

    Anuncio: ganadores de los premios Barco de Vapor y Gran Angular de SM

  • Adiós, Cuca

    Adiós, Cuca

    Se llamaba Cucurumbé y era, por supuesto, negrita. Su madre, Miau II, era negra también y había llegado a mi vida cuando era apenas un bebé: la compré en un tianguis, en un impulso, nomás de la tristeza que me daba verla en una jaula, tratando de escalar. No hacía tanto de la desaparición definitiva de Miau I, que era blanca y tenía un ojo azul y el otro verde, y cuya historia contaré en otra ocasión.

    Así que Miau II se incorporó entusiasta a nuestra vida familiar, que era un poco un desmadre, lo que sea de cada quien. No se me ocurrió que habría que operarla, y tuvo una camada variopinta. Nos quedamos a la que parecía su clon, a los otros los regalamos. La clon, negrísima y con actitud rebelde desde chiquitita, se llamó Cuca, porque Miau III era un exceso.

    Luego Miau II tuvo otra camada, la última. Una camada con mala suerte: un gatito se murió, otro se escapó. Al tercero lo regalamos bien, el cuarto se quedó con nosotros. Mi hermano lo bautizó Beakman.

    Miau II desapareció de repente, cuando aún estaba criando a Beakman y sus hermanos. Sospechamos que la envenenaron o la robaron, porque un día nomás no regresó. Entonces Cucurumbé tomó su lugar y se dedicó a cuidar de sus medios hermanos. A regañadientes, creo, porque les pegaba de vez en cuando si se ponían muy cariñosos, pero igual los bañaba y dormía con ellos y les compartía la comida.

    Total, que se quedaron Cucurumbé y Beakman. Y el nombre de ella se acortó, porque así pasa con la cercanía, el tiempo y el cariño, que hacen que se acorten o se alarguen los nombres con diminutivos ridículos de tan amorosos: Cucurucha. Cucaracha. Cucurumbuca. Al final gana la practicidad casi siempre: Cúcaramácaratíterefue tomó el nombre artístico de Cuca.

    La Cuca fue musa de este blog desde el principio. Aparece por primera vez aquí. Como todos los gatos, tenía sus hábitos que la hacían única e irrepetible: le gustaba jugar con una corcholata en particular, que guardaba detrás del refri cuando terminaba de usarla; era una cazadora excelente y traía ratones de las casas vecinas para soltarlos en mi cuarto y hacer su safari mientras yo, aterrada, escuchaba todo desde mi cama; exigía que se le rascara la panza en el punto exacto del patio que se le antojaba; cuidaba a Beakman y decidía con cuáles de los gatos vecinos compartir la comida y el espacio. Dormía en mi cama y un par de veces me puso el susto de la vida al levantarse a bufarle a algo que ella veía pero yo no.

    Su mayor excentricidad: le dábamos golpecitos en la grupa y, al dejar de hacerlo, ella salía disparada a buscar el zapato más cercano y esconder en él la cabeza.

    Cuando me fui de casa de mi papá, Cuca y Beakman se quedaron. Acostumbrados a su jardín, su patio y sus humanos, hubiera sido absurdo llevármelos. Además no sólo eran mis gatos: eran, son, de mi papá y de mi hermano; también adoptaron a Mary, la esposa de mi papá, y se lo demostró la Cuca dejándole cadáveres de pajaritos y ratones en la almohada o junto a sus zapatos. Dejar atrás a mis gatos no fue fácil, pero a veces uno tiene que aprender a desprenderse. Y cada visita a casa de mi papá era también visita a los mininos.

    El viernes, la Cuca no quiso comer. El sábado la llevaron al veterinario y el diagnóstico no fue grato: insuficiencia renal y cardiaca, anemia, quizá una hemorragia interna. La doctora dijo que la mejor alternativa era dormirla. Mi papá me llamó anoche, domingo, para que tomáramos juntos la decisión. La Cuca nació en 1997 o 1998: incluso si nos poníamos necios, era de lo más improbable que saliera de ésta. Estuvimos de acuerdo en que no tenía caso someterla a sufrimientos innecesarios.

    ¿Dije ya que a veces cuesta mucho desprenderse? Dejar ir a alguien a quien amas, sea o no humano, debe ser una de las cosas más cabronas de la vida. Pero si ese alguien sólo te dio siempre lo mejor que estuvo en sus manos (o sus garras), se lo debes: pensar un ratito en su bienestar y no en el propio. Así que anoche la Cuca se durmió, no a los pies de mi cama, sino en el consultorio de la veterinaria, para ya no despertar más. Voy a extrañar a la gatita dark.

  • El día mundial de Internet

    El día mundial de Internet

    Me entero, no sin sorpresa, de que hoy es el día mundial de Internet (cabe la posibilidad de que me haya enterado el año pasado, y se me haya olvidado, así que la sorpresa sigue siendo válida). Esta noticia me puso a pensar en mi propia relación con la red. A fin de cuentas, somos amigas desde hace ya muchísimo tiempo y es parte importante de mi cotidianidad. Y me pareció un bonito modo de conmemorar la fecha metiendo una entrada sobre el tema en mi pobre blog, tan abandonado que está. (Y sí: ésta es esa entrada).

    Mi relación con Internet empezó en 1996. En esos entonces, yo no tenía computadora en casa (¡nunca había tenido!) y mi único curso sobre el asunto había sido en segundo de secundaria, para aprender logo, un programa para hacer gráficos. Ah, y a diferencia de mi amiga Heidi, que se volvió buenaza para las compus desde entonces, yo deserté del curso.

    Pero volvamos a 1996: en esa época, Angelito, un amigo de la universidad, nos pasó a varios el tip de que podíamos meternos a Internet en el centro de cómputo de la escuela (entonces se llamaba ENEP Aragón). Sólo había que pagar el servicio, decir al encargado que sí, que sabíamos usar las computadoras con red y listo.

    La noticia me cayó de lujo: yo, sin computadora en casa, sabía lo que era Internet porque era muy fan de la revista Colors de Benetton, que desde años antes incluía en su directorio hipervínculos a visitar. Así que pagué mi acceso al centro de cómputo, reuní mis revistas Colors y me apersoné a mentir descaradamente al responsable del servicio.

    —¿Sabes usar Unix? —me preguntó, mirándome con desconfianza. Tenía yo todo para estar mintiendo: era de la carrera de comunicación (que apenas llevaba una materia de «introducción a la computación» y otra de «introducción a word y a excel» en su plan de estudios), era mujer (bueno, sigo siendo) y era del grupito de darketines que se sentaba en un pasillo a ver pasar a la gente en vez de entrar a todas las clases y hacer tareas y esas cosas. ¿Cómo se podría suponer que yo hubiera aprendido Unix?, parecía decir su cara.

    Mientras, yo ponía mi mejor cara de póker (no es por presumir, pero sigo siendo excelente para poner esa cara inexpresiva), aunque por dentro tenía ganas de correr. Antes de que lo hiciera, el tipo se dio por vencido.
    —Llena esto, firma aquí, firma acá, ven mañana por tu clave.

    Al día siguiente me dieron mi clave de ingreso, que era también la de mi primer cuenta de correo: raqcm@hp-720.aragon.unam.mx y el password, que no recuerdo pero que cambié por rasha1 (no: ese password ya no lo uso para nada). Y entré a la sala llena de computadoras hp720, unos maquinones grandotes, de pantalla gigante-pera-esos-tiempos. Ahí llegó mi primera desilusión: ¡no sabía prender una computadora! Suponía que tenían un botón o switch o algo, pero ¿dónde estaría? Busqué y busqué. Estaba a punto de darme por vencida cuando se levantó de otra compu un tipo gordito y fodongón (¡mi primer acercamiento con un nerd!), se me acercó, y se ofreció a ayudarme. El cuate (en este momento acabo de recordar que se llamaba Arturo y que era estudiante de ingeniería en computación) se convirtió en mi mentor: me enseñó no sólo a prender la compu, sino también a usar pine y elm para revisar mi correo; a abrir netscape desde el sistema operativo; a imprimir (el comando es ls, creo recordar) y a saber cuánta otra cosa. Yo era buena alumna: le pedí prestado un libro a mi primo Marco (ay, todavía tengo el libro… y de repente, todavía lo leo!) y tips diversos para una más feliz navegación (en esos tiempos, mi primo estudiaba una carrera computosa en el Tec de Monterrey).

    A los pocos meses yo ya me metía hasta al autocad, nomás por ociosa; tenía amigos virtuales en el tec, en el poli y en otros países (sobre todo, amigos góticos y fans de les luthiers); cotorreaba en chatrooms .html, jugaba MUDs y pasaba horas bajando fotos a diskettes.

    Al semestre siguiente me prohibieron entrar a la sala de las hp-720, pero a cambio me asignaron a una de pc’s. Yo instalé el icq (un programita de mensajería instantánea, para quien no lo sepa) en varias de ellas y me convertí en la Guía-Oficial-Para-NoIngenieros que pagaban su clave y llegaban al centro de cómputo sin saber cómo prender una máquina.

    Luego tomé un curso de diseño de páginas web e hice la mía, en geocities (q.e.p.d.); me volví adicta a los clubes -y luego a los grupos- de Yahoo; abrí mi primer blog (este mismo, pero entonces estaba en blogspot.com); tuve páginas favoritas como Dark Side of the Web, Hecklers (RIP) y Numancia, ciudad virtual (RIP); pero, sobre todo, hice amigos. En esa época, para mí, la red fue sobre todo una herramienta social que estaba íntimamente ligada a la mal llamada vida real: por ejemplo, amigos españoles me mandaron vhs con shows de Les Luthiers. No es poca cosa: Nancho, un amigo de Valencia, tenía los videos en casa de sus padres. Tuvo que ir a visitarlos, buscar las cintas, transferirlas de PAL a NTSC y mandarlas en un envío transoceánico, sólo porque éramos amigos. Si eso no es real, entonces no sé qué es.

    Para cuando perdí mi cuenta raqcm@hp-720.aragon.unam.mx, ya tenía acceso a Internet en casa (y computadora, claro). Desde entonces he tenido montones de cuentas de correo (en hotmail, yahoo, excite, raqmail en zzn, fatalespejo, etcétera) y perfiles en blogger, myspace, orkut, hi5, linkedin, goodreads, facebook, twitter y a saber cuántos sitios más. Algunas las conservo por nostalgia; de otras no recuerdo el password; otras murieron cuando el servicio correspondiente fue desconectado (ay, como mi página en geocities).

    Me gustaría hablar de los trolls, del modo en que el anonimato de la red afecta a algunos, de la manera en que la publicidad se ha ido metiendo a la red; pero hoy, día mundial de Internet, mejor me quedo con el buen sabor de boca del lado solidario, lúdico y gozoso de la vida virtual. Que siga por mucho, mucho tiempo.