Categoría: País de Maravillas

  • Los libros son ventanas a otros universos (País de maravillas)

    Los libros son ventanas a otros universos (País de maravillas)

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    Hoy, en mi columna País de Maravillas en La Jornada Aguascalientes, hablo sobre un libro que Alberto me regaló el año pasado. Editado por Cinco Puntos Press, El día que nevaron tortillas fue una lectura gratísima que me hizo pensar en cómo los libros nos llevan a descubrir maneras de ver el mundo distintas a las muestras. Ya sé que no descubrí el hilo negro, pues, pero será un gustazo si le echan una leída a mi texto y me cuentan qué libros les han dejado sensaciones similares.
    El artículo está en esta liga.

  • Hoy toca País de Maravillas

    Hoy toca País de Maravillas

    Y como no quiero inundar a la banda con mis letras, hoy no pongo nada en el blog. Pero aquí está la liga a la entrada de hoy en La Jornada Aguascalientes, por si ocupan.

    El gato lector

  • País de maravillas: Gianni Rodari

    País de maravillas: Gianni Rodari

    Los días se ponen pesados y se me olvida subir acá las entregas de País de Maravillas.

    Pero en estos días subiré las que están atrasadas. La de ahorita es la 5, mañana subiré la 6 y espero subir el domingo la 7. En el periódico van 8, así que con eso quedaríamos al corriente. :)

     

    Ilustración de Nell Fallcard
    Ilustración de Nell Fallcard

    País de Maravillas

    Una recomendación: Gianni Rodari

    Raquel Castro

     

    Conocí la obra de Gianni Rodari un poco tarde, cuando tenía yo alrededor de 13 años. Quizá había leído antes cuentos suyos, aislados, pero nunca me había fijado en el nombre, y fue hasta que mi tía Estela dejó caer en mis manos el libro Cuentos para jugar que reparé realmente en el autor. Me llamó la atención porque cada uno de los cuentos tenía tres finales posibles, para que cada lector eligiera su favorito. Pero, sobre todo, porque en la introducción el autor decía: “y si ninguno de los finales te gusta, inventa el tuyo”.

    Pasé semanas pegada al libro, leyendo cada cuento en diferente orden: primero, el planteamiento y los tres finales de corrido; luego, el planteamiento con uno de los finales, de nuevo el planteamiento con el segundo final y de nuevo el planteamiento con el tercer final. Luego, el planteamiento de cada cuento con mis propios finales… Luego mi mamá me preguntó que de dónde había sacado el libro y, cuando le dije que de la biblioteca de la escuela donde mi tía estela era directora, me sugirió que lo devolviera ya (sugirió es un eufemismo). Cuando se lo quise entregar a mi tía, me dijo que me lo quedara en préstamo indefinido: que en su escuela estaban prohibidos esos libros (ya les contaré al respecto más adelante, es una historia un poco macabra) y que si en algún momento alguien lo pedía de vuelta ella me avisaría de inmediato. Todavía está en mi librero.

    Desde entonces soy entusiasta admiradora de Gianni Rodari. Los siguientes libros que conseguí de él ya no jugaban a contar varios finales, pero cada uno es especial a su modo: Cuentos por teléfono es una colección de historias cortas, dirigida a los más pequeños, pero que también podrán disfrutar los papás, hermanos o tías que hagan el favor de leérselas en voz alta a los enanos. Hablando de enanos, está Los enanos de Mantua, que es para niños chiquitos también, y que me gusta porque tiene partes en rima y partes en verso. Como Los negocios del Señor Gato, que empieza con un cuento en prosa y sigue con varios poemillas un poco en el estilo de T. S. Eliot y su Libro de los gatos habilidosos del viejo Possum (en el que se basa la obra musical Cats y que también vale mucho la pena).

     

    Debo confesar que fue un golpe muy duro para mí enterarme de la muerte de Rodari. No importa que me enteré tardísimo, cuando tenía ya unos veinte años. Tampoco  importa que todo mundo me diga que seguro desde mi primer libro de Rodari venía ya su ficha con año de nacimiento y muerte: sus cuentos me parecen tan actuales, tan míos, que aún me cuesta creer que murió cerca de diez años antes de que me encontrara yo con sus letras por primera vez (ahora que lo pienso: me ocurrió lo mismo con John Lennon, que murió el mismo año).

    En cualquier caso, el consuelo llega en forma de libro: nos quedan sus cuentos, que no son pocos. Entre ellos, hay uno en particular que recomiendo siempre que me piden que proponga un libro:

    —¿Me recomiendas un libro para una niña a la que le encanta leer?

    —Claro —les digo–, prueba Cuentos escritos a máquina, de Gianni Rodari.

    —¿Qué libro sugieres para un niño al que no le gusta leer?

    Cuentos escritos a máquina. Déjaselo en su buró o en el baño, deja que lo descubra solito.

    —¿Qué libro le regalo a mi mamá, que tiene sesenta años, anda medio depre y tiene la vista cansada?

    Cuentos escritos a máquina, de Gianni Rodari. Dile que empiece por “Me marcho con los gatos”.

    —Mi abuelo apenas aprendió a leer y se siente muy orgulloso. ¿Qué libro le puedo dar?

    —Dale Cuentos escritos a máquina, de Rodari, y no olvides ponerle una dedicatoria linda con letra bien hecha.

    Les juro que no hago trampa: realmente es un libro que puede encantarle a todo mundo (y hasta ahora no encontrado a una sola persona que no le guste, lo juro).

    Además de sus cuentos, Rodari nos dejó un libro simplemente maravilloso y genial: Gramática de la fantasía, un ensayo o un manual (o ambas cosas a la vez) en el que no sólo comparte ejercicios para aprender a contar historias para niños; sino que, además, comparte estrategias para impulsar a los niños y niñas (y padres y madres y maestros y adultos en general) a inventar sus propias historias. Como dice al final de su introducción: “No para que todos sean artistas, sino para que nadie sea esclavo”. Y lo dice en serio.

     

    Gianni Rodari

     

  • País de maravillas: Por qué tanto odio a los monitos

    Ilustración de Nell Fallcard
    Ilustración de Nell Fallcard

    País de Maravillas

    ¿Por qué tanto odio a los monitos?

    Raquel Castro

     

    Platicaba con una amiga que tiene hijos y ella se quejaba: a Beto no le gusta leer: nada más quiere estar con sus cómics. ¿Por qué no hablas con él? Yo pensé que Beto, a sus dieciséis años, me iba a mandar por un tubo; pero parece que soy la amiga cool de su mamá, gracias a que nos gustan las mismas películas de horror. Así que el muchacho salió de su cuarto ante los gritos de su mamá y accedió a sentarse un rato con nosotras en la mesa de la cocina.

    —¿Qué andas leyendo? —le pregunté, señalando con la mirada el librote que traía en las manos.

    —¿Leyendo? ¡No está leyendo nada! ¡Está viendo puros monitos! ¡Ve, ni siquiera tiene letras! —interrumpió su mamá.

    No la juzguen mal: es buena gente, pero a veces le sale lo intolerante, sobre todo cuando se trata de sus hijos no-lectores. En todo caso, la mandamos a la tienda por refrescos y sólo cuando escuchamos que se cerraba el portón Beto me tendió el libro. Era Emigrantes, de Shaun Tan, un libro bellísimo que narra la historia de un hombre que se va de su lugar de origen a otro lado, donde trata de sobrevivir y adaptarse a las costumbres del nuevo sitio (no les cuento el final para que consigan el libro, realmente es una chulada). Lo mejor de todo es que, efectivamente, no tiene una sola palabra: las ilustraciones son tan elocuentes que no hacen falta. En cambio, tiene un aire de surrealismo que lo hermana con Remedios Varo y Leonora Carrington.

    Beto me dijo que un amigo se lo había prestado y que ya era la tercera vez que lo releía, que estaba lo más. Le recomendé otros dos libros de Shaun Tan y algunas novelas gráficas de las que soy fan. Él me dijo de otras que yo ni idea tenía de que existían y coincidimos en que hay unas de zombis muy buenas.

    Cuando mi amiga regresó con los refrescos y nos escuchó intercambiando tips torció la boca.

    —Los adolescentes tienen que leer, no estar con monitos —insistió.

    Beto torció la boca igualito que ella.

    —Los adultos tienen que leer cosas serias, no las revistas Barbie de mi hermana — respondió imitando el tono que había usado mi amiga. Y entonces ella se descosió: que si los cómics son intrascendentes e infantiles, que si no aportan nada a la educación, ¡que muchos son resúmenes de libros serios, trampas para pasar exámenes sin leer!

    Cuando se le terminó el aliento le comenté la historia aquella del conejito que nunca aprendió a lavarse los dientes, que ustedes ya conocen (o que pueden leer en esta misma columna, en su entrada del 13 de agosto) y de lo importante que es que la lectura sea placentera. Y le dije, de una vez, que desde mi punto de vista, si bien es cierto que existen cómics de poca calidad, también hay unos excelentes.

    Acá entre nos, yo creo que una novela gráfica puede ser tan bella como un libro sin dibujitos. Lo que en uno se evoca con palabras, en el otro se plasma con dibujos. En ambos puede haber una historia capaz de hechizar al lector. Son artes cercanos entre sí, que dan y reciben uno del otro, pero que tienen sus características individuales. Y, sobre todo, sin jerarquías: ¿a poco podemos decir la pintura es superior a la escultura? Pues no, ¿verdad?

    Con respecto a las trampas para no leer: desde mi punto de vista, siempre será mejor que se refinen, por decir algo, Los bandidos de Río Frío en la excelente versión gráfica de F. Haghenbeck y BEF a que bajen un resumen mal hecho de El Rincón del Vago. Capaz que les gusta tanto que luego se asoman al libro. O no. Pero al menos habrán estado expuestos a la belleza en otra de sus presentaciones…

    Préstale a tu mamá Emigrantes, le dije a Beto cuando me di cuenta de que no me había parado la boca en cerca de una hora. O mejor: léanlo juntos. Los dos torcieron la boca pero juntaron sus cabezas frente al libro abierto. Creo que ni cuenta se dieron de cuando me fui.

    Un par de semanas después volví a ver a mi amiga. Yo no quise preguntarle de Beto y los monitos porque la verdad sí me da pena ser de pronto tan hablantina, pero ella sacó el tema. Todavía esperaba que alguna vez su hijo se decida a leer libros “de verdad”, dijo. Yo nomás suspiré. Pero justo cuando pensaba que toda mi cháchara interminable de aquella vez había sido inútil, mi amiga sonrió, traviesa, y me preguntó:

    —¿Quieres ver qué libro estoy leyendo?

    Antes de que le contestara sacó de su bolso un ejemplar de Los bandidos de Río Frío. En la versión de novela gráfica que yo le había mencionado.

    —¡Está muy bueno! —me dijo—. Cuando lo termine se lo paso a Beto.

     

    Encuentras a Raquel en twitter: @raxxie_ y en su sitio web: www.raxxie.com –También contesta preguntas en su chismógrafo, http://ask.fm/raxxie

     

     

    Los bandidos de Río Frío

     

    (Esta entrada apareció originalmente el 3 de septiembre de 2013 en La Jornada Aguascalientes, como pueden ver en esta liga).

  • País de maravillas: El extraño caso de los cuentos rusos desaparecidos

    País de maravillas: El extraño caso de los cuentos rusos desaparecidos

    Como prometí, y como hoy es lunes, comparto acá mi entrega de la semana pasada en La Jornada Aguascalientes (pero, si prefieren, la pueden leer directo allá en esta liga).

     

    Ilustración de Nell Fallcard
    Ilustración de Nell Fallcard

    País de Maravillas

    El extraño caso de los cuentos rusos desaparecidos

    A Erika Mergruen en su cumpleaños.

    Cuando era niña –si sintieron olor a moho y polvo al leer el inicio de esta frase, no se espanten: es porque les hablo del milenio pasado–, en casa había algunos libros de Editorial Progreso. Hechos en la URSS, eran una maravilla.

    Recuerdo en particular uno, La casita bonita, de pasta dura y con ilustraciones primorosas. Era un conjunto de cuentos tradicionales rusos, del que mi favorito era el que daba título a la colección: un cántaro cae de la carreta de un mujik, una mosca (la Mosquita Golosita, se llamaba) se lo encuentra y se queda a vivir en él. Luego llega a vivir con ella el Mosquito Picadorsito. Y poco a poco la casa se va llenando. Recuerdo que, entre los habitantes del cántaro estaban la Raposa de la Lengua Hermosa y el Lebrato Saltador, que Brinca Más y Mejor (temo no recordar los demás nombres, pero había un gato, un lobo, un perro y a saber qué otros individuos). Dos cosas me fascinaban: la primera, que cada que llegaba un nuevo personaje preguntaba: “¿De quién es esta casita tan bonita? ¿Quién vive en ella?”  Y todos los habitantes se presentaban, en el orden que habían llegado. Yo trataba de recitarlos también, así que era un juego de memoria. La segunda, que en cada ilustración la casita tenía alguna mejora: un escalón, una ventana, macetas, una chimenea…  era otro juego: ver las diferencias, proponer (en mi cabeza) otras: una terraza, un jardín, ¿una alberca, tal vez?

    En otro de los cuentos, una grulla y una zorra (aunque ahí le decían raposa, y me gustaba pensar que era parienta de la que vivía en la casita bonita de la historia de junto) eran comadres que se hacían maldades: la zorra ponía la comida en platos extendidos y la grulla usaba floreros de cuello angosto, por lo que una u otra se quedaban sin comer. La ilustración de la raposa, vestida de muñequita rusa, era simplemente genial.

    Mi tercer cuento favorito de este libro era sobre una niña que tenía que rescatar a su hermano de la casa de la bruja Baba Yaga. La cabaña se movía gracias a que estaba asentada en una pata de gallina gigante, que brincaba de un lado a otro. Y la niña tenía que pedir ayuda a un río de leche con orilla de jalea, entre otros personajes raros y deliciosos. “Te ayudaré si tomas de mi leche y comes de mi jalea”, le decía el río a la niña y ella, despectiva, respondía: “En casa ni la mermelada me hace tilín”. Y yo… ¡bueno! extática, arrobada, feliz. Porque no sólo era ese mundo extraño sino que, además, el lenguaje mismo era rarísimo: “¿Me hace tilín?, ¿raposa? ¿mujik?”, me repetía yo, descifrándolo y tratando de incorporarlo a mi vocabulario, para llevar un poquito de ese mundo a la vida real.

    Con el paso de los años dejé de releer La casita bonita. Además, cayó la URSS y, de pronto, las librerías de viejo estaban inundadas de libros de Editorial Progreso, con lo que perdieron a mis ojos un poco de su magia. Les dejé de poner atención.

    Un día ya de este siglo, me acordé de la Mosquita Golosita y sus amigos. Fui a casa de mi papá y busqué entre mis libros infantiles La casita bonita. Sorpresa: no estaba. No estaban tampoco mis otros libros de Progreso. Mi papá no me supo decir si los regaló, se los robaron o se perdieron en alguna mudanza.

    Sin ponerme loca todavía, comencé a visitar librerías de viejo. La sorpresa se convirtió en escalofrío: a excepción de algún libro para niños sobre astronautas o los beneficios de los planes quinquenales (bastante aburridos, en realidad) y tres o cuatro para adultos sobre la vida de Lenin o temas marxistas, ¡nada! Ninguno de los hermosos libros de cuentos tradicionales rusos que yo recordaba.

    Como soy ligeramente obsesiva, ahora sé que La casita bonita es un libro con versiones de Alexei Tolstoi y que esas ilustraciones maravillosas son de un artista muy reputado, Evgeni Ráchev; que la traducción a la que le debo seguir diciendo no me hace tilín cuando algo no me entusiasma es de José Vento; que Progreso era una editorial de propaganda política y que en 1991 se reestructuró para sólo publicar en ruso y distribuir dentro de sus fronteras. Lo que no sé es qué pasó con todos los ejemplares que había en librerías de viejo, o los que estaban en mi casa.

    Me gusta pensar que un día de 1991 un científico ruso apretó un botón rojo que activó un chip oculto en cada libro, haciéndolos flotar de vuelta a casa.

    Ah, pero si de casualidad alguno de esos chips no se activó correctamente y usted tiene un ejemplar de cuentos rusos de Progreso en casa, cuídelo mucho y léaselo a toda la familia. Verá que a todos les hará tilín.

     

    Ilustraciones de Evgenii Rachev
    Ilustraciones de Evgenii Rachev