Categoría: familia

  • Banffiversario: 9 de octubre de 2014

    Banffiversario: 9 de octubre de 2014

    Creo que no había comentado acá un pequeño detalle del ejercicio que estoy haciendo: sí, hace un año escribí en mi diario todos los días (o casi) durante mi estancia en Banff; pero la siguiente parte del experimento es que me propuse no leer las notas antes de pasado el año, y cumplí. Estoy sorprendida de cómo varían algunas cosas en la libreta de como las tengo en la memoria: por ejemplo, yo creía que había pasado tipo una semana antes de coincidir con los otros mexicanos en Banff. Y ño. otra cosa que me parece rarita de ver (incómoda, casi) es notar en el diario mi dificultad para las relaciones sociales: no está ni tantito maquillada y me da como penita ajena pero propia. Pero me da gusto ver cuando, pese a lo ranchera que soy, me sobrepongo y, con mi mantra aprendido en la ENEP Aragón, tomo valor, como pasa en esta entrada que sigue:

     

     

    banff dia 4

    9 de octubre

    Pues ayer cené con Carlos, Jacques, Jimena y Camila -parte de la banda mexicana que anda acá. Quedamos de 7 a 7:30. llegué 7:15… y no estaban. Platiqué un poco con el responsable del bistró Maclab (el lugar de la reunión) y se nos unió otra mexicana, Gaby, que también los estaba esperando. Me ganó la ranchera y me despedí. Pero a la media hora me mandó mensaje Jacques, que ya estaban ahí. ¿Qué somos, hombres o payasos?, pensé, y me lancé.

    Gaby ya no estaba, el resto sí. me cayeron bien y me dieron tips interesantes (si la lavandería es interesante). Btromeamos sobre el Fonca y su desorden. Luego me vine a dormir.

    Ahora son las 8.18 am. Planeao escribir un par de postales, desayunar (sí, nutrimeal) y lanzarme al estudio. Quiero ir a CS (Community Services) para ver lo de una tarjeta de larga distancia (compré ayer un servicio por internet y resultó una bazofia). Quizá baje al correo, no sé.

    Más noticias luego :)

     

    PD. la hamburguesa de Maclab se ve deliciosa!!! :O

    PD2. El sendero de ayer fue, creo, Hoodoos Trail. — Y Ronna nos contó también de la danza secreta del búfalo, y otras historias :)

     

    9:15 pm

    Pasé la mayor parte del tiempo en mi estudio. En la mañana, en el cuarto, escribí algunas postales más. En el estudio quise trabajar el cuento de Peach y no me salía. Fui al pueblo: al correo, a comprar más postales y a babosear en la tienda de la iglesia. Sorpresa: ¡fueron más de cien dólares en el correo! Horror cósmico. Compré un libro sobre mujeres exploradoras. Espero que esté bueno. De la tienda de a dólar y de la de la iglesia salí como entré. Me aplaudo :)

    Compré la tarjeta para llamar, por cierto. Y la usé. Me costó trabajo entenderle, ouch. Y es caro :/ Pero al menos no me quedé con las ganas :)

    En la mañana, por cierto, me llamó Deborah. Que irían por unas bocinas que dejó olvidadas el inquilino anterior. Pensé que serían las que hestaba yo usando pero no: eran unas bocinotas que no entiendo cómo olvidó, je.

    Luego del pueblo regresé al estudio y, al ritmo de Gogol Bordello, acabé por fin el primer borrador del cuento de Peach. Hablé con mi papá y con Alberto en la mañana, con mi papá y con Mary hace rato. Anduve un poco chípil pero ahorita estoy contenta. Fiu.

    Veré un rato netflix y me iré a dormir. ¡Ando súper cansada!

     

     

  • ¡Fresas!

    ¡Fresas!

    fresa portada

    Hoy fui a desayunar con mi papá, mi tía Estela y mis primas Marysol y Lilián. Hacía mucho que no nos reuníamos así y me dio mucho gusto que se diera el chance. Pero lo mejor de todo fue el regalo que me llevó mi tía: un ejemplar de El fresa, fenómeno de nuestra sociedad, la primerísima cosa que me publicaron en la vida (bueno: antes había publicado cositas en revistas, pero este fue el primer librito mío mío). De entrada es algo muy simple, una plaquette de edición independiente de la que hubo, creo, 500 ejemplares.

    Debo confesar algo: durante mucho tiempo, incluso desde su hechura, me causaba una vergüenza muy grande, y a la fecha no sé exactamente por qué. A lo mejor porque yo lo había escrito en plan de juego; o tal vez porque la idea inicial había sido, en equipo, mía y de una amiga de la secundaria, y yo sentía que me estaba apropiando de algo; quizá porque en la adolescencia lo que uno quiere es encajar y no tanto destacar. A saber. Lo que sí sé bien es que me daba tanta pena que no usé mi nombre sino un seudónimo. Tanta, insisto, que no me quedé con ejemplares del cosito de 32 páginas. Hasta hoy.

    ¿Ana Rebeca, dice?
    ¿Ana Rebeca?

    Acabo de releerlo. Primero, sintiendo que las mejillas me ardían, a pesar de que estaba yo solita. Y luego empecé a verlo con otros ojos, digamos que con cariño. O con respeto a la chavilla que fui, esa que disfrutaba con mirar a la gente y escribir desde el humor lo que veía. Es muy curioso. Por una parte, me doy cuenta de sus muchas fallas. Siendo amable, podría decirlo así: he mejorado muchísimo en redacción, lo que es un gusto (vaya, de algo tenían que servir los años de escuela, los cursos de edición, el blog, la escribidera diaria). También me concentro más y puedo escribir textos más largos (aunque eso lo escribí a mano y luego lo pasé en limpio, corregido, también a mano, ouch. De solo evocarlo me duele la muñeca). Pero por otra parte debo reconocer que tiene sus aciertos. Por ejemplo, debo admitir que mi ortografía ya era bastante buena (¿está mal que yo lo diga?); y, lo que me parece más interesante, el estilo, el humor, los temas, las obsesiones, son ya un asomo de los que tengo ahora.

    El mejor ejemplo de esto es el tema del coso: es una descripción de los chavillos fresas que había en mi secundaria, de su forma de hablar, sus intereses, sus defectos y sus hábitos. Mi parte favorita, hace rato, fue cuando habla (¿hablo?) de la rivalidad entre chicos fresa y chavos banda (el encontronazo entre mainstream y underground sigue siendo uno de mis temas predilectos).

    Obviamente, el librito es más una curiosidad, un juego, que una obra literaria. Está muy ligado a su momento (habla del crusli y de la telenovela Quinceañera; ¿quién se acuerda de esas cosas?) y se termina abruptamente, como que me empezó a dar flojera y le puse el punto final para dedicarme a alguna otra cosa. Pero bueno, tenía trece años (dieciséis cuando lo imprimieron) y no era niña genio, así que… paciencia pa la Rax de entonces :)

    En fin. A lo que voy con todo esto es… que me da gusto que mi tía haya guardado todo este tiempo este ejemplarcito y que haya sido tan generosa de regalármelo. Y me da gusto poder verlo con simpatia. Digo, está bien que nos exijamos mucho y que seamos capaces de ver nuestros errores del pasado, pero… a veces también es sanador ver lo que hemos hecho bien. Y, en especial, se siente padrísimo confirmar que hay pasiones que se traen desde siempre y que no se pierden aunque uno se distraiga veinticinco años :P

  • Reyes Magos

    Reyes Magos

    reyes-magos

    Por supuesto, hoy toca recordar la víspera de Reyes de cuando era niña. Es curiosa la percepción del tiempo: si hacemos cuentas, lo más probable es que sólo haya sido realmente consciente de la emoción de la noche previa al seis de enero de un puñado de años (quizá de mis tres a mis once años) pero en mi recuerdo es una vida entera. Y sólo recuerdo el último regalo de Reyes: una barbie aeróbica, con su leotardo azul eléctrico, sus calentadores y sus zapatillas como de ballet (tonta barbie: seguro las rodillas se le hicieron pomada por no usar unos buenos tenis). Pero recuerdo vívidamente la mañana del seis de enero: recuerdo el momento de levantarme de la cama e ir, todavía a oscuras, al balcón, a ver qué había en mi zapato. Me gustaban más Los Reyes que Santaclós: como eran tres, podía pedirle una cosa distinta a cada uno. No es que me las trajeran, que conste, pero era bonito poder pedir por triplicado. Y lo que me gustaba más de ellos era que contestaban mis cartas. Oh, sí. Y no sólo las contestaban, sino que lo hacían con una tinta invisible que sólo daba a ver los trazos cuando calentábamos la hoja sobre el foco de la lámpara. Claro, eso no lo descubrí yo sola: fue mi papá quien tuvo la idea de ver sobre la lámpara esa hojita aparentemente en blanco… (No sé si pasó una sola vez o si ocurrió muchas: en mi memoria es como si cada día de Reyes hubiera habido cartita revelando una caligrafía clara y bonita sobre la hoja). Era magia, claro. No por nada eran Reyes Magos. Por eso podían visitar todas las casas en una noche, interceptar las cartas enviadas en globo y, sobre todo, evaluar si lo que uno necesitaba era realmente lo puesto en la carta o alguna otra cosa (la idea no era mía sino de mi mamá).

    Creo que dejé de creer en ellos dos veces. La primera vez fue a los nueve años, creo. Alguien en la escuela me dijo que ni Santa ni los Reyes existían. Se lo dije a mi mamá esa noche y ella me dijo, palabras más, palabras menos: «Existen para quienes creen en ellos. Si dejas de creer, dejas de existir para ellos y dejan de traerte regalos y dejan de existir para ti». Habíamos leído recién «El Clan del Oso Cavernario» (la habían leído ella y mi papá y me la habían ido contando)  y la idea de que alguien pudiera dejar de existir para otros, por pura fuerza de voluntad o por creencias, estaba fresca en mi memoria. Evalué la situación y decidí que nos convenía más a todos que yo siguiera creyendo. También decidí que eso explicaba que en casa de mi compañerita chismosa no hubiera Santa ni Reyes: primero ella había dejado de creer, entonces habían dejado de llegar, y si sus papás habían sido descubiertos dejando juguetes junto al árbol era porque habían intentado evitarle la desilusión…. Pobre de ella. Mejor no decir nada que la hiciera sentir peor, pensé. Así que a partir de entonces jugué al doble agente: en la escuela no creía en Los Reyes, ni en Santa, ni en el Ratón de los Dientes, pero en casa sí, y con fervor.

    La segunda vez que dejé de creer en Los Reyes tenía once años. Mi hermano se acababa de dormir y mi mamá me dijo que me vistiera, que íbamos a salir. Mientras caminábamos por la calle de Argentina, las dos solas, me dijo algo del tipo: «Tú ya sabes, yo sé que tú ya sabes, ayúdame a escoger tu regalo de Reyes». En cuanto acabó de decirlo me di cuenta de que, efectivamente, yo ya sabía y que no era una revelación traumática. Al contrario, estaba divertido. Emocionante. Estaba en la calle a una hora a la que nunca acostumbraba andar en la calle. Y cuando llegamos a la juguetería ARA (creo que era ARA) frente al Templo Mayor, ¡qué sorpresa! Había muchísima gente. Mucha mucha mucha. Y yo era la única menor de, no sé, veinte años. Me sentí madura e importante. Nos formamos y nos dieron una ficha. Mi mamá me dijo que pensara en qué quería yo y en qué podía querer mi hermano (¿será que ese año no hicimos carta?) y que, por si acaso, pensara en una segunda opción. Yo quería una barbie aeróbica. Había tenido una y la había odiado por tener los brazos extendidos, había cortado su leotardo para convertirlo en una especie de ombliguera y unos mallones. Pero luego me empezó a gustar su carita y decidí que era más bonita que las otras. Era tarde para mi primera Barbie Aeróbica, porque tenía un pie mordisqueado y el pelo enredado más allá de toda posibilidad de redención. Pero si podía tener una nueva seguro la iba a querer mucho y cuidar más. Para mi hermano creo que elegí un He-Man o algo por el estilo.

    Cuando al fin nos tocó turno pedí la barbie y sí hubo. Fiu. Regresé a casa toda emocionada, había sido genial ver el Templo Mayor de noche, y a tanta gente formada para comprar juguetes. Me sentía parte de un secreto. Yo era uno de los Reyes Magos.

    En la mañana desperté tempranito y muy emocionada. Vi la alegría en el rostro de mi hermano al explorar sus regalos y me descubrí yo también emocionada al encontrar la barbie aeróbica junto a mi zapato.

    Los Reyes no me traen nada desde hace mucho. Pero igual me emociono cuando pienso en la ida a dormir con los nervios de estar esperando una maravilla, la emoción tempranera al ver que sí sucedió, la carta con tinta invisible, el hecho de que hubiera regalos en el balcón (más que los regalos en sí mismos). Es tan placentero que ¿por qué iba a dejar de creer en todo eso?

     

     

  • Lo que he aprendido con un gato enfermo, 1: Antecedentes

    Lo que he aprendido con un gato enfermo, 1: Antecedentes

    Tengo gatos desde que me acuerdo. Mi mamá era una entusiasta absoluta de los gatos y me contagió el gusto, me enseñó a acariciarlos antes de que tuviera yo dos años y me dejó bien claro, desde entonces, que no eran juguetes. Mi primera gatita se llamaba Fererica y cuando murió me dijeron que se había ido de vacaciones. Yo la seguí esperando (que volviera de sus vacaciones) hasta mis siete, cuando me explicaron ese asunto de la muerte y tal. Me dijeron entonces que Fererica estaba enterrada bajo una pequeña loza en el Panteón Jardín, a un par de tumbas de la de mi abuelo, y todo el tiempo que seguimos yendo a visitar la tumba de mi abuelo yo le llevé flores a Fererica, aún cuando, ya más grande, intuía que lo de que estaba enterrada ahí debía ser una mentira piadosa.

    Entre Fererica y hoy he tenido muchos gatos. Eso se debe en parte a que siempre he tenido el hábito de adoptar como entenados a los gatos que andan en mis rumbos: los que se juntaban en las azoteas de mi calle de niña, los de la escuela… Poco a poco fue cambiando mi actitud con respecto a los gatos, yo diría que se fue volviendo responsable: aprendí que, aparte de no ser juguetes, necesitan cierto tipo de comida, cierto tipo de cuidados, ciertos protocolos. Por ejemplo, fue hasta que mi gata Cuca tuvo su tercera camada que alguien tuvo a bien explicarme las bondades de la esterilización. Ahora está muy difundido, pero entonces era una tendencia que apenas comenzaba.

    Y bueno. Les cuento todo esto porque realmente yo creía saber de gatos cuando Primo se enfermó y descubrí, bueno, que no sabía tanto como creía.

    Ahora bien: se los cuento a mis posibles lectores porque pienso que quizá mi experiencia podría resultar de ayuda a alguien que llegue a este blog tan confundido y ansioso como yo llegué a otras páginas, sobre todo en inglés, que me sirvieron en diversas medidas. Digamos que es una forma de darle sentido al estrés de las últimas semanas.

    Y ahora bien 2: les cuento veloz que Primo es un «europeo común bicolor», lo que significa que no tiene sangre noble (por eso nos llevamos tan bien) y que es blanco con manchas negras. Tiene una mancha en forma de corazón en la nariz. Algunos simpáticos han querido decirme que se parece a Hitler, pero yo les rebato explicándoles que Hitler tenía bigote, no mancha en forma de corazón, uff (la verdad es que Hitler es una de las figuras que más detesto, por lo que me cae bastante mal el comentario ése, incluso cuando sé que no lo hacen con mala intención). Primo tiene once años. Está con Alberto desde antes que yo. Y antes de esta enfermedad, la única vez que había salido de casa había sido hace diez años, cuando nos mudamos a este departamento. Creo que sólo faltaría agregar que tenemos otro gato, Morris, que en julio de este 2014 cumple tres años. Y que hasta hace muy poco era el mejor amigo de Primo. Y todo cambió con la ida al veterinario.

    Creo que con eso queda todo dicho en esta primera entrega. Pero, como plus (porque, además, todavía no he compartido nada de «utilidad»), les doy un consejo que resume toda la experiencia: EN CASO DE CUALQUIER CONDUCTA INUSUAL, CUALQUIER MAULLIDO RARO, CUALQUIER CAMBIO EN EL PESO, EL APETITO, EL SUEÑO O LAS DEPOSICIONES (o sea la pipí y la popó) DEL GATO, VAYAN AL VETERINARIO. A UNO BUENO.

    Estoy segura de que eso evitaria que muchas molestias se convirtieran en emergencias.

    fotografía de Margarita Nava
    raquel escribe con la ayuda de sus dos gatos, Primo y Morris
  • Banff de mis amores

    Banff de mis amores

    Prefacio: Pues todo parece indicar que me iré a una residencia artística en Banff, Alberta (Canadá) durante siete semanas en algún momento de este año. ¿O será del siguiente? En todo caso, no es como que me vaya a mudar, ¿verdad? Pero eso sí: es, al menos para mí, una cosa super wow. Les cuento por qué:

    Con Alberto y Fa en Banff
    Con Alberto y Fa en Banff

    1. Pasado remoto
    Cuando empecé a andar de novia con Alberto me advirtió que acababan de otorgarle una beca para pasar siete semanas en Canadá, escribiendo. Serían siete semanas que no nos veríamos y, si bien faltaba mucho tiempo, pues había que tomarlo en cuenta. Cuando al fin se llegó la hora y se fue al Banff Center le gustó tanto que hicimos mil malabares y al final pude ir a acompañarlo un fin de semana, justo cuando estaba el Word Fest (un festival literario bien chidito).
    De las historias de ese fin de semana, incluyendo el ataque del oso invisible, la odisea de las auténticas enfrijoladas, el episodio de los borreguitos asesinos y el intento frustrado de hacer agua de limón, he platicado ya muchas veces (y platicaré tantas como me pregunten, jo). La verdad es que me la pasé increíble aunque fueron poquititos días. Y pensé: Un día regresaré. A hueivo, un día regresaré.

    2. Pasado menos remoto
    Hace unos años invitaron a Alberto a participar en el Word Fest. Fue muy emocionante, creo que fue de las primeras invitaciones internacionales que recibió. Las cosas se acomodaron de tal forma que fuimos a aplaudirle mi papá, su esposa, mi hermano y yo. El show incluyó varios días en Calgary y, oh felicidad, varios en Banff. Así que se me concedió volver, ir a Lake Louise, observar una manada de antes, tomar el té en un hotel de harto postín y, claro, ver a Alberto en una lectura cuyo boletaje se vendió en ticketmaster. Neto. Y, aferrada que es una (sobre todo si es una con tantito TOC) pensé: Si ya vine una vez y ya vine otra, pues tengo que volver.

    3. Pasado cercano
    Este mes se cumple un año de que renuncié a un trabajo que sí, era demandante y a ratos estresante pero que me gustaba mucho. Una de las principales razones que tuve para dejarlo es que no se puede ser juez y parte y, precisamente por trabajar en el INBA, era imposible participar en sus Premios e incluso en las convocatorias de becas del CONACULTA. Y yo, luego de mis dos viajes como polizón a Banff, quería ya el mío propio. Yo sabía que los premios y las becas dependen de muchos factores, pero como con la lotería, lo primero es comprar el boleto. Así que fue la lejana pero atractiva posibilidad de conseguir la residencia de siete semanas en Banff lo que me animó a dar el brinco y dejar atrás la quincena estable: fue mi manera de comprar el boleto de esa lotería. Por supuesto, cuando salió la convocatoria de las residencias artísticas armé mi proyecto y lo mandé con mi bendición: sabía que había probabilidades de que me la dieran y que también había probabilidades de que no me la dieran; pero si no me la dan, pensaba yo, la vuelvo a pedir el siguiente año. Jum!

    4. Presente
    Hoy me entero que sí me seleccionaron para la residencia de siete semanas en Banff, como se puede ver acá. Yo sé que aún pueden pasar mil cosas (que se acabe el mundo, que me acabe yo, que se acabe Banff) que podrían impedir mi tercera visita (¡la primera por mis propios méritos!), así que aún no canto victoria. Pero me siento satisfecha, la verdad. Estoy muy, muy contenta. Y espero que todo salga bien, vaya a Banff y regrese con un libro nuevo y con más historias de la chilanga que se enfrenta a la vida salvaje (aunque ya aprendí que los borreguitos en realidad se llaman «antes», «alces» y «venados»: como los sobrinos del Pato Donald, que son Hugo, Paco y Luis, ¿no?)