Autor: Raquel

  • Novelas que nunca escribiré

    Algunos escritores sugieren que, para no dejar volar las ideas, llevemos siempre una libretita y una pluma con nosotros y que anotemos cualquier atisbo de historia.
    Yo lo he intentado, pero resulta que dichos atisbos sólo aparecen cuando voy manejando, y es muy difíficil mantener el control sobre el volante mientras se apunta. Si la musa supiera manejar, podríamos cambiar de puesto y, mientras ella condujese, podría ir dictando… Pero la vida no es perfecta, no señor.
    En todo caso, aquí tengo algounos apuntes de atisbos de casi ideas, que ya bien vistos, luego de traducir las abreviaturas y signos raros que uso cuando escribo al manejar… me parece que no son tan buena idea.
    Ni modo.

    1. El cónclave del claustro
    Por supuesto, es estilo el código davinci. Trata de que un escritor joven busca un premio nacional, o una beca, y para conseguirlo, se liga a la hija del escritor más importante del país. Cuando dicha hija muere en misteriosas circunstancias, él se ve envuelto en una conjura que implica a los escritores, políticos y negociantes más destacados, incluyendo su casi suegro. Así, se entera de que ellos buscan destruir un secreto protegido por otro grupo, de corte más bien izquierdoso, al que pertenece otro escritor famoso, pero menos que el casi suegro, y al que, al parecer, se había unido la novia hoy muerta. Total, resulta que Cristo no murió, sino que cruzó el océano convertido en Quetzalcóatl, tuvo hijos y nietos y demás, que son el futuro de la raza de bronce, y esta línea hereditaria ha sido protegida por intelectuales y artistas desde Nezahualcóyotl hasta Rockdrigo González. Y bueno, lo típico: Sor Juana fue descendiente de Cristo, blablabla, hasta que el protagonista conoce a la actual descendiente, que está viejita y no tuvo hijos y le pide que escriba la historia para que perdure. O que tenga un hijo con ella. O qué sé yo.

    2. Alguien se ha robado el queso real
    Un crossover entre thriller ubicado en la época de la segunda guerra mundial y manual de superación personal. Un espía es enviado a Berlín a buscar en el bunker de Hitler el queso real, que es el que Cristo puso en el pan de la última cena y del que Tomás guardó un par de moronitas. Y Hitler lo tiene porque cree que con él puede conquistar el mundo. El espía se enfrenta a muchos sinsabores, conoce a mucha gente importante, aprovecha para tener un par de revolcones y descubre que lo importante del queso real es su significado y no su presencia física. Al final de cada capítulo, se dan dos o tres ejercicios fáciles de realizar en casa para mejorar la autoestima y aprender un poco de defensa personal en caso de nazis paseando por el vecindario.

    3. Amor y pasión en la Condechi
    Lilianne es una performancera que vive en la Condesa. Giovanni se dedica a filmar comerciales. Estéfana es poeta. Ricchi es diseñador de moda ‘casual’. Todos están enamorados de todos, y les funciona muy bien, hasta que Lilianne conoce a Jaime, un pintor de rótulos que vive en la Roma Norte. Jaime se niega a cambiar su nombre por James o Giammo o algo así, Hay drogas, traición, sufrimiento y harto dolor, sobre todo porque Jaime ama sinceramente a Lilianne pero no a los otros. Termina en que se separan y Lilianne vuelve a su rutina, triste de haberlo perdido pero satisfecha de haber encontrado el amor verdadero. Y con sus amigos, filma una película al respecto. Filmada, claro, en la Condesa (incluyendo locaciones que tratan de parecer la Roma Norte)

    4. El cisticerco espacial que comía cerebros.
    Ciencia ficción dura. Treinta páginas que explican lo que es un cisticerco, veinte que describen cómo podría haber, en otro planeta, una civilización creada por cisticercos evolucionados, cuarenta que muestran, paso a paso, el tipo de nave en que un cisticerco de ese planeta podría llegar al nuestro. Dos páginas en las que se habla del protagonista y su guapísima pero tonta novia, de cómo ella cae víctima del cisticerco espacial y de cómo él es el único que puede encontrar la cura (incluye descripciones físicas, emocionales, psicológicas y familiares de los dos y del antagonista, el doctor que se niega a operarla).
    Treinta páginas del protagonista mirando por el microscopio el cisticerco espacial. Doscientas de un monólogo del cisticerco del espacio, explicando la evolución de su raza, de su planeta y de la raza humana. También, de paso, explica por qué decidieron invadir.
    Cuarenta páginas del héroe venciendo al cisticerco en un juego de ajedrez. Media página de la recuperación de la novia. Anexo larguísimo con un glosario, varios diagramas de flujo, planos de naves espaciales, esquemas evolutivos y el árbol genealógico del protagonista y sus descendientes hasta la sexta generación (cuando son semi-humanos, semi-cisticercos).

    Supongo que es bastante claro por qué no las llevaré a cabo…….

  • Cable de última hora

    Sábado, domingo y lunes estuve enferma, con la cabeza llena de aire (como es usual, pero esta vez con fundamentos) y durmiendo la mayor parte del tiempo.
    Deliré por momentos qe una monja me tomaba la mano y me recitaba, a ritmo del Padre Nuestro, la tabla del 2.
    Hoy que por fin pude levantarme encontré en la sala una alberquita inflable llena de cubitos de hielo.
    Me pregunto si, después de todo, no habrá sido algo más que una alucinación….

  • Retomando un hábito del siglo pasado (o dos)

    Rax llega (tarde) y se sienta en la sala de espera. Toma una revista Clara (de marzo de este año) y espera… Adentro, un motor que recuerda las maquinitas de tatuar. Afuera, las manos de Rax sudan frío.
    La puerta se abre. Una monja con expresión bondadosa se sienta junto a Rax. Toma una revista sobre la Arquidiósesis General del mar Muerto, A.C., y sonríe. Rax se consuela: hay bocas peores que la suya.

    Una adolescente y su mamá salen discutiendo del reservado. La asistenta hace pasar a Rax.

    El olor es el de siempre. La música new age también. Se supone que es relajante, pero sus efectos secundarios son extraños: cada vez que Rax escucha música ‘de esa’ siente que las manos le sudan frío.

    La silla espera. Rax se sienta. El afable y simpático especialista se acerca y suelta la noticia vergonzosa:

    ‘Tu última visita fue en 1999’.

    Rax se sorprende: No se había parado ahí desde el siglo pasado!

    Y bueno, la boca no está tan mal. Rax tendrá que volver cada jueves durante dos meses, por lo menos. Un hábito que se forma un poco a fuerza, pero se forma al menos.

    Rax sale y la Monja, en vez de entrar al consultorio, se levanta. Es bajita. Y en vez de manos… wow, tiene aletas.

    Pero Rax está tan en shock tras la dosis de música new age, que simplemente abre la puerta del copiloto y deja que la monja de la boca en forma de pico se suba.

    Camino a casa, las dos callan, perdida cada una en sus propios pensamientos….

  • El difícil proceso de hacerse de un hábito

    Pasan los meses y no escribo. Y me torturo pensando que no soy capaz de hacerme de un hábito. La gente que admiro tiene hábitos firmes. Por ejemplo, conozco a un hombre de 97 años que todos los días nada un kilómetro. todos los días. TODOS. Y lo más impresionante es que donde vive no hay mar, ni alberca, ni río. Nada mentalmente, pero dos kilómetros, y diario.
    Otra persona admirable: la mujer que va cada domingo a la iglesia, vestida de novia, esperando que ésta vez sí llegue aquel mal hombre que la plantó.
    Una más: La conocencia que va cada mes al dentista a que le saquen muelas. También cada mes va con otro dentista, a que le implante muelas, para tener muelas qué le saque el dentista oficial.
    Y así, mil casos: la que hace cuatro horas de gimnasio diario; el que no pasa hora sin revisar su correo, el que escribe diario en su blog. Ay. Eso duele.
    Porque pese a mis intentos, no he logrado mantener lo de la escritura diaria, ni lo de contestar los mensajes, ni lo de averiguar qué pasa con las pantuflas, ni meter en cintura a Deíctico.
    Cuando piernso en esas tristes realidades me deprimo, y menos ganas de escribir me dan. O de ir al gimnasio. O de nadar. O de ir al dentista. O de ir cada domingo vestida de novia a la iglesia.
    Pero hoy acabo de ver la luz. Oh, yeah. Acabo de descubrir que me he hecho del firme, persistente, indoblegable hábito de no conservar hábitos. Y si pude con ése, ningún otro podrá resistirse.
    Así que hoy, aquí, delante de todos los lectores errantes que por alguna razón visiten este páramo, declaro mi firme compromiso de empezar a considerar la posibilidad de un día no muy lejano iniciar el proceso de hacerme de un nuevo hábito. Yo creo que la decisión está entre
    a) escribir diario acá
    b) ir al dentista cada seis meses
    c) hacer pilates

    Mientras, habrá que pensarlo…

  • El misterio de las pantuflas

    1. Cada noche, a la hora de irme a dormir, dejo las pantuflas a un lado de la cama. Creo que es lo más lógico, ¿no? No tiene caso dejarlas en otra habitación, ni dejármelas puestas para dormir. Así que, en un acto rutinario y más bien automático,
    a) me siento en la cama
    b) dejo caer al suelo las dos pantuflas
    c) me acuesto

    2. En la mañana, cuando quiero ponerme las pantuflas, efectúo un ritual que se ha vuelto también rutinario y automático, pero que implica cierto grado de molestia.
    a) me pongo la pantufla que sí está, justo donde la dejé.
    b) busco con la mirada la otra: no está a la vista.
    c) le doy vuelta a la cama, como si la pantufla pudiera haber quedado del otro lado por error. No la encuentro.
    d) regreso al sitio donde la dejé y, entre maldiciones, me pongo de rodillas para buscarla bajo la cama.
    e) la encuentro tan al centro que tengo que estirar el brazo para poder sacarla.
    f) me la pongo

    3. ¿Qué clase de hechizo hace que una de mis pantuflas migre de este modo?

    4. Anoche intenté descubrirlo. Puse las pantuflas en su sitio, como siempre, y me acosté. Sólo que en lugar de reposar la cabeza en la almohada y cerrar los ojos, asomé la cabeza por el borde de la cama (colgando, mirando el mundo de revés) y me puse en actitud vigía.

    5. Desperté con tortícolis. Y la pantufla estaba debajo de la cama, equidistante a las dos orillas.

    6. Sí, en algún momento me quedé dormida con la cabeza colgando. Estoy mareada, con dolor de cuello y el misterio continúa….