Autor: Raquel

  • Argumentos chafas 2: Es peor de lo que pensábamos

    Cuando sugerí algunos argumentos chafas para películas ídem me enteré de que ya existía una cosa denominada Grease 3 (Vaselina 3), pero que no tenía nada que ver con las otras (es una disneypelícula de chavitos que cantan karaoke y que se enamoran).
    Bueno: ahora me entero de que en 2003 se intentó llevar a cabo el proyecto de la verdadera Vaselina 3, con John Travolta, Olivia y Didi. Según informes, la cosa iba a ser así:
    Danny y Sandy se reúnen por el 25 aniversario de la escuela Rydell. Ellos terminaron su noviazgo en la universidad y desde entonces no se han visto. Ambos son divorciados. Y el festejo de la escuela es en un crucero. (Vean la liga para más información).
    Chale: mi argumento chafa y chacotero se parece EN EXCESO al argumento ‘serio’. Aunque hay que admitir que el de a devis es todavía peor.
    Por cierto, Paramaunt contempla la posibilidad de un remake de…. ¡Vaselina 2! (The horror… the horror…) mientras que M. Manson anuncia que quiere producir y protagonizar el remake de The Rocky Horror Picture Show.
    No cabe duda de que el fin de los tiempos está cerca.

  • Sustos

    Vivíamos en una casa vieja, de esas de techos altísimos y paredes gruesas, que todavía abundan en el Centro Histórico. Tenía una historia larga y accidentada, una placa que la acreditaba como ‘Patrimonio histórico’ (lo que impedía hacerle cualquier tipo de arreglo/mejora/cambio) y una división caprichosa (hanbía sido una sola casa, luego la dividieron en dos, luego en cuatro y así).
    Sí, era una vecindad, o algo así. Mi abuela se había apoderado, poco a poco, de toda la planta alta, así que podríamos decir que teníamos un ‘piso’. También había negociado con el dueño para quedarse en exclusiva con la azotea.
    Yo era una niña miedosa. MUY miedosa. De día leía cuentos de miedo (y un libro delicioso de hechos inexplicables, supuestamente ‘de la vida real’) y de noche sufría, esperando que llegra un alien, se apareciera un fantasma o mi hermano comenzara arder de pronto hasta dejar un montoncito de cenizas.
    También me daba miedo que me poseyera un espíritu maligno, que una secta destripara a mi perro, que mi mamá desapareciera inexplicablemente, que mi hermano se convirtiera en zombi.
    Ya entrados en gastos, me daba miedo er víctima de un hechizo o protagonista de una coincidencia inexplicable; presenciar un asesinato, comer fugu, desarrollar cáncer, tener poderes sobrenaturales, ir al triángulo de las bermudas, usar una ouija… uff. Y muchas cosas más que ya no recuerdo.
    Pero el Miedo Máximo, lo que me causaba un temor indescriptible, era… pasar de noche por la sala de mi abuela.
    Ya dije que era una casa vieja y que teníamos a nuestra merced la planta alta. Las habitaciones se comunicaban como en típica casa vieja: puerta de entrada – habitación – puerta – habitación – puerta -pasillo – etcétera. Y entre la recámara de mis papás y el comedor había un pasillo que de un lado daba a una ventana y del otro a la sala de mi abuela.
    Había un piano, muchos retratos antiguos, la mayoría de gente muerta, una alfombra con misteriosas manchas, un par de sillones en los que estaba prohibido sentarse («no se sienten en este sillón, es en le que murió su abuelo», nos decían). Lo peor de todo era que la luz estaba siempre apagada y que por la ventana entraba un rayito que se proyectaba contra la pared, dando lugar a caprichosas figuras, todas atemorizantes (en especial una que parecía señor barbón). El piso crujía. El piano había sido de mi tía Isabel, la que se murió de amor (y decían que la noche en que murió, mientras la velban en su cuarto, el piano sonó, tocando una escala musical, como en despedida o aviso).
    Cuando nos llamaban a cenar yo sufría. Caminaba hasta la puerta, entre la recámara y esa sala, respiraba profundo y caminaba aprisa, sin voltear a la pared con sus sombras (correr no estaba permitido).
    El regreso era más o menos igual.
    Yo sabía que un día, cuando cruzara por la sala, estaría mi abuelo muerto en el sillón, con el libro abierto sobre el regazo (en casa coservaban el libro que tenía abierto en elregazo cuando lo encontraron muerto), o que mi tía Isabel estaría tocando el piano, o que alguna de las personas de los retratos se movería.
    Nada de eso pasó, tal vez porque nos mudamos antes de que los fantasmas se decidieran. Pero de todas formas la casa me daba susto.
    Me acuerdo mucho que, por las tardes, escuchábamos cómo se abría el portón del zaguán y luego se oían tacones cruzando el patio (clac, clac, clac, clac). Los pasos entaconados subían la escalera y luego se escuchaba perfectamente cómo se abría la reja de entrada a nuestro patio. Mi hermano y yo corríamos, felices, seguros de que mi mamá había llegado temprano. Y nos encontrábamos con que el patio, la escalera, el patio de abajo, estaban vacíos, el portón y la reja cerrados.
    Pasó más de una vez, pero siempre caíamos. Ecos congelados, nos decían. Pero el susto era tan delicioso que preferíamos creer que eran los fantasmas. La diferencia era que mi hermano era valeroso y yo una cobarde total. Todavía ahora, veo mi libro de hechos inexplicables y me entra la sensación de hormigueo en la panza.

  • Sueño

    L’alberto se fue a Tlaxcala a leer cuentos y yo no lo acompañé porque mi trabajo es frente a esta compu. Ni modo, es un trabajo rudo pero alguien lo tiene que hacer (pero si me ofrecen uno más creativo y más bonito, lo tomo; ya habrá quién se haga cargo de estar frente a esta compu).
    Esoy alejándome de lo que iba a decir. El chiste es que como me tocó pasar la noche solapa, aproveché pa ver CSI (feo vicio, feo, feo) hasta tarde (¿de qué estoy hablando? ¡Incluso estando Alberto veo CSI! Pero dejen que me crea yo sola mi pretextote feote). En fin. El chiste es que me encanta ver CSI y me encanta todo lo que tenga que ver con zombis. Mala combinación. A eso de las tres de la madrugada, según yo desperté. Fui al baño, y me encontré con que no era el baño de mi casa, sino uno como de oficinas o cines. Yo me pensé: «ah, qué casa tan rara», pero igual me metí en uno de los privados… y qué sorpresa, había un dedo (un pulgar) flotando en el agua. Cero sangre, cero cadáver, cero herido, cero gritos: nomás un pulgar flotando en la taza del baño, en medio de agua azul azul azul, como la de los baños de los aviones.
    Yo hice lo más lógico: hacer fluir el agua del depósito (jalarle, pues). Pero el pulgar nomás no se fue. Estaría a gusto. En todo caso, se me quitaron las ganas de hacer lo que iba a hacer en el baño. Salí. Y me regresé a mi cama. (?)
    Ya en la cama, escuché el gemido del zombi que había perdido el pulgar. No me pregunten cómo lo supe con tan sólo escuchar el gemido. Así soy de chingona en mis sueños.
    Lo más interesante es que, a las siete, desperté realmente. Fui al baño… y el pulgar no estaba. (¿Qué? ¿Pensaron que la historia terminaría con que el pulgar todavía estaba ahí? Pus nooooooo. Estaba en la caja de cereal, pero NO en el baño).

  • Post data

    Traté de ser sintética en lo de la camioneta roja. Tanto fui, que olvidé decir que no estuve sola en todo esto. Gracias a los apoyadores incondicionales que estuvieron al pie del cañón (o bueno, del tsuru). ;)

  • Camioneta roja

    A. Llego a las 9 de la mañana a las inmediaciones de mi trabajo. Me estaciono en una calle de tránsito local, lejos de la esquina, sin estorbar a ninguna entrada de automóviles (hay muchas en esta calle).

    B. salgo a las seis de la tarde, llego a mi coche para encontrarlo dos metros adelante de donde lo dejé, estorbando a un garage y con una multa en el parabrisas.

    C. Descubro que la parte de atrás del coche está hecha acordeón, madreadísima pues. Le dieron un llegue monumental.

    D. El dueño de la casa se asoma, dice que fue una camioneta roja y que la conductora dejó un papelito en mi parabrisas. Pero que al no poder sacar él su auto de la cochera llamó a la policía. Que llgaron, pusieron la multa y se llevaron el papelito.

    E. La dueña de una cerrajería cercana se acerca y me da un post it en el que anotó el modelo, la marca y la placa de la camioneta roja.

    F. Llamo al seguro. Viene el ajustador. Tengo dos opciones: pagar el deducible o ir al ministerio público, levantar un acta y esperar que localicen a la conductora de la camioneta roja para que pague.

    G. Llega un señor muy amable, que se identifica como el marido de la señora de la camioneta roja. Dice que sabe que la culpa fue suya, que van a pagar, y que ha estado dándose sus vueltas, esperando la llegada del dueño del coche siniestrado (es decir, yo) para ponerse a sus órdenes y tal.

    H. El esposo de la señora de la camioneta roja llama a su seguro. Llega su ajustador. Firmamos papeles y nos retiramos, mientras los ajustadores se encargan de todo.

    I. Me sorprendo de la buenaondez del esposo de la señora de la camioneta roja: podrían haberse dado a la fuga y ya; pero luego me sorprendo de mi propia sorpresa: ¿no es así como deberíamos comportarnos todos en una situación similar?

    J. Por lo pronto, a andar a pie…