Autor: Raquel

  • Recuento de días frenéticos (pero felices)

    Recuento de días frenéticos (pero felices)

    Ibero-Monterrey-Acapulco
    Ibero-Monterrey-Acapulco

    Benedetti decía que de vez en cuando hay que hacer una pausa, no para llorarnos las mentiras sino para cantarnos las verdades. Me late. Pero también conviene de repente hacer una pausa para poner en orden las ideas y los recuerdos, para evitar que el tiempo deslave lo que ahorita se siente tan nítido. Sobre todo cuando es una temporada ajetreada, como la que estoy viviendo.

    Y es que, en las dos últimas semanas, el itinerario estuvo rudo, pero altamente satisfactorio:

    • El lunes 7 de octubre tuve el honor (neto es un honor) de dar la primera charla de la semana de letras de la Ibero, y platicar acerca de mi trabajo como guionista con alumnos de, sobre todo, tercer trimestre. Les conté de lo divertido, sabrosón, satisfactorio y reconfortante que puede ser el trabajo del guionista, pero también de lo frustrante y molesto que puede volverse en ocasiones. De lo que he estado dispuesta a hacer (aprender economía, no dormir, leer el tvynovelas) y de lo que de plano he dicho «eso no lo hago aunque paguen bien». De cosas que he aprendido y de errores que he cometido. Mientras más hablaba yo, me di cuenta más y más de lo mucho que amo esta loca profesión (parafraseando a Orson Welles). Hablar de lo que uno hace sirve para que otros se enteren, pero también para que uno mismo recupere certezas que andaban extraviadas o que no había querido ver. Y bueno, lo cierto es que la bandita Iberoletrosa se portó genial, como acostumbra.
    • El martes salió, en la Jornada Aguascalientes, una entrevista que me hizo Javier Moro. La pueden leer aquí
    • El martes volé a Monterrey, donde tuve la experiencia genial de impartir un taller de guión en la Universidad de Nuevo León, participar en una charla sobre Literatura Infantil y Juvenil en la Feria del Libro y presentar mi novela. Fue una semana intensa, muy, muy bonita, en la que conocí gente maravillosa, atenta, entusiasta y cálida. Todo se lo debo al grupo Biblionautas, encabezado por Dalina Flores. El taller estuvo intenso: teníamos poco tiempo y yo, recién inspirada por la charla en la Ibero, iba más enamorada del guión que nunca; pero el grupo estuvo súper pilas y creo que la cosa salió bastante bien. (Voy a confesar algo: aunque llevo más de diez años dando cursos de guionismo, cada que va a empezar uno reviso todos mis apuntes, reacomodo temas y materiales, me pongo nerviosa y reevalúo qué ejemplos incluir y qué ejemplos dejar fuera. Y creo que eso es algo bueno).
    • La charla sobre LIJ fue cortita pero sustanciosa. La presentación de Ojos llenos de sombra, simplemente perfecta. Nos trataron excelente en el Gargantúa, la lectura de Susana Ruiz-Vicentello de primer nivel, las participaciones de Dalina Flores y Manu Gómez… ¡bueno! Me tuvieron con el ojito remi toda la noche. Qué bueno que no fui maquillada (mentira: debí ponerme el disfraz completo, bua).
    • El regreso a DF nos trajo otra sorpresa: compartimos avión con Celso Piña. Señorón super simpático y muy, muy amable. No se enojó de que le pedimos foto y hasta sugirió el mejor encuadre, je. Y, claro, eso nos da una lección: subirse a un ladrillo y marearse es de aficionados. Los grandes de verdad no dejan de ser sencillos. Habría que tatuárnoslo en el brazo pa verlo cada que nos abrochamos las agujetas de los zapatos :P
    • Por cierto, el sábado 12 salió en el suplemento Laberinto una reseña que hice de la novela Loba, de Vero Murguía. Se lee acá (está en la página 8)
    • Estuvimos en el DF todo el lunes, yupi. El martes, camioncito a Acapulco, a la Primera Feria Internacional del Libro de allá. Un gustazo formar parte de esa primera camada. Mar y libros es una buena combinación. Entrevisté a Alberto con respecto a su nuevo libro, Manda fuego, presenté Ojos llenos de sombra (con la participación super mega wow de Luis Téllez Tejeda, que dijo cosas rebonitas) y di una charla sobre literatura de horror. También tuve ocasión de conocer a Julio M. Llanes, apasionado promotor cubano de la literatura infantil y juvenil. Me recomendó algunos libros, así que traje cargamento para la columna en La Jornada Aguascalientes ;)
    • Por supuesto que algo lindo de estar en Acapulco fue coincidir con amigos queridos y conocer nuevos. Y comer sabroso. Y tomar el sol.
    • Me quedan pendientes de contar: la niña que no sabía lo que es un buffet (que ya conté someramente en Facebook, por si les llama la atención), el hombre de negocios que me invitó a dar un taller gratuito porque a él no le interesa la literatura (?), la demostración de Krav Magá a la orilla del mar…

    Anoche regresé de Acapulco. Hoy presento a Alberto en la Feria del Libro del Zócalo y el lunes voy a la Feria del Libro de San Luis Potosí. Al mismo tiempo, avanzo en un nuevo proyecto de escritura inspirado por un «caso de la vida real». Estoy contenta y agradecida con la gente que ha confiado en mí.

    Dieta octubre
    Dieta octubre

    Y bueno, les dejo la liga al primer capítulo de Ojos llenos de sombra, leído por Susana Ruiz-Vicentello: 

  • País de Maravillas: Sobre la inutilidad de prohibir libros

    País de Maravillas: Sobre la inutilidad de prohibir libros

    Voy más despacio de lo que quisiera en esto de subir las entradas de País de Maravillas al blog. Lo siento mucho. Pero de a poquito vamos yendo.

     

    Ilustración de Nell Fallcard
    Ilustración de Nell Fallcard

    País de Maravillas

    Sobre la inutilidad de prohibir libros

    Raquel Castro

    1.

    Como contaba aquí mismo la semana pasada, mi tía Estela trabajaba en una escuela donde había una sección prohibida en la biblioteca. Lo que no dije es que esta sección era bastante amplia, y que los libros censurados incluían muchos que las propias editoriales y hasta la SEP habían catalogado como “adecuados para niños”. Sin embargo, se trataba de una escuela religiosa, sólo para mujeres, donde la enseñanza de las materias curriculares era bastante menos que una prioridad y los libros prohibidos incluían aquellos que incluían escenas sexuales y groserías, claro (¡Adiós, Mil y una noches en su versión original! ¡Adiós, José Agustín!); pero también estaban vedados los hablaban de religiones distintas a la de la escuela (¡Adiós, Mahabharatha! ¡Adiós, Mil y una noches en versiones expurgadas!), los que presentaban mujeres en roles no tradicionales o francamente rebeldes (¡Adiós, Mujercitas! ¡Adiós, Alicia en el país de las maravillas!) e incluso aquellos en los que las parejas se enamoran: era una escuela que promovía los matrimonios arreglados y meterles ideas de romance, amor y libre elección a las alumnas era ilegal ahí (o sea que ¡Adiós, Cenicienta y Blanca Nieves y Bella Durmiente! ¡Adiós, todo tipo de literatura rosa!). Años después de mi primer encuentro con los libros prohibidos (los que mi tía me prestó con la condición de que devolviera cuando alguna autoridad de su escuela los pidiera de vuelta, cosa que jamás sucedió) tuve la oportunidad de trabajar como maestra suplente en ese mismo colegio. Me veía divina vestida de manga larga y falda a los tobillos, la verdad. Pero me salgo de tema: a lo que quiero llegar es a que tuve ocasión de convivir con niñas de quinto de primaria y segundo de secundaria. Niñas que habían crecido alejadas de toda esa “literatura perniciosa”. Y ¿qué creen? Que las niñas de quinto, una vez que me tuvieron confianza, me contaron algunos de los chistes colorados más léperos que he escuchado en la vida. Tratando de ocultar mi sonrojo (la verdad, me agarraron en curva) les pregunté dónde los habían aprendido. La respuesta fue la misma con variantes: la muchacha, dijo una. Mi nana, dijo otra. La hija de la cocinera, agregó una más. Así me fui enterando de que estas niñas eran criadas no por sus padres, sino por el personal doméstico de sus casas… y a que a ese personal no le importaban ni tantito las prohibiciones que tenían tantos y tan buenos libros bajo llave en la escuela. Lo peor del caso, pensaba yo, era que junto con las otras religiones y la rebeldía femenina y las palabrotas, las niñas de esa escuela se estaban perdiendo también de historias interesantes y, sobre todo, bellas.

     

    2.

    Yo me pregunto si tiene algún caso prohibirle libros a los niños, niñas y adolescentes. Generalmente concluyo que no. Pienso que si algún libro es demasiado complicado para su nivel lector o su historia de vida, lo dejarán a un lado o pasarán a través de sus páginas de noche. Eso en el peor de los casos: en el mejor, algo se les quedará: una inquietud, una pregunta, un sueño. Algo que quizá más adelante encuentre respuesta o embone en el rompecabezas que es la vida de cada persona. Así me pasó a mí con al menos un libro: El gato y otros cuentos, de Juan García Ponce. Lo compré cuando tenía como nueve años con unos vales que le habían dado a mi mamá el día del maestro. Me gustó porque empezaba hablando de un gato, precisamente: había aparecido en el edificio sin decir ni miau y el protagonista y su esposa lo habían adoptado. Cuando llegué a casa con mi libro y me senté a leerlo, me pareció rarísimo y muy emocionante. Aparte del gato tenía relaciones muy complicadas, con pleitos y engaños y locura; y también tenía cuerpos desnudos y sexo. Ahí leí por primera vez la palabra masturbación, y recuerdo haberla buscado en el diccionario y no haber entendido mucho de todos modos. No me convertí en una ninfómana ni me embaracé a los trece años, así que supongo que, en realidad, la lectura no fue tan perniciosa. Con todo, como lo llevaba a la escuela, mi maestra me lo pidió para hojearlo y ese mismo día, a la hora de la salida, me dijo que no me lo iba a devolver porque no estaba bien para mi edad; que se lo iba a dar a mi mamá en la siguiente junta de padres y maestros. No tuve corazón para decirle que ya lo había acabado. Lo peor fue que, curiosamente, la maestra no pudo entregarle el libro a mi mamá: esa misma semana se lo robaron de su estante. Juro que no fui yo. Pero eso llega a pasar cuando se prohíben libros.

     

    libros prohibidos

  • País de maravillas: Gianni Rodari

    País de maravillas: Gianni Rodari

    Los días se ponen pesados y se me olvida subir acá las entregas de País de Maravillas.

    Pero en estos días subiré las que están atrasadas. La de ahorita es la 5, mañana subiré la 6 y espero subir el domingo la 7. En el periódico van 8, así que con eso quedaríamos al corriente. :)

     

    Ilustración de Nell Fallcard
    Ilustración de Nell Fallcard

    País de Maravillas

    Una recomendación: Gianni Rodari

    Raquel Castro

     

    Conocí la obra de Gianni Rodari un poco tarde, cuando tenía yo alrededor de 13 años. Quizá había leído antes cuentos suyos, aislados, pero nunca me había fijado en el nombre, y fue hasta que mi tía Estela dejó caer en mis manos el libro Cuentos para jugar que reparé realmente en el autor. Me llamó la atención porque cada uno de los cuentos tenía tres finales posibles, para que cada lector eligiera su favorito. Pero, sobre todo, porque en la introducción el autor decía: “y si ninguno de los finales te gusta, inventa el tuyo”.

    Pasé semanas pegada al libro, leyendo cada cuento en diferente orden: primero, el planteamiento y los tres finales de corrido; luego, el planteamiento con uno de los finales, de nuevo el planteamiento con el segundo final y de nuevo el planteamiento con el tercer final. Luego, el planteamiento de cada cuento con mis propios finales… Luego mi mamá me preguntó que de dónde había sacado el libro y, cuando le dije que de la biblioteca de la escuela donde mi tía estela era directora, me sugirió que lo devolviera ya (sugirió es un eufemismo). Cuando se lo quise entregar a mi tía, me dijo que me lo quedara en préstamo indefinido: que en su escuela estaban prohibidos esos libros (ya les contaré al respecto más adelante, es una historia un poco macabra) y que si en algún momento alguien lo pedía de vuelta ella me avisaría de inmediato. Todavía está en mi librero.

    Desde entonces soy entusiasta admiradora de Gianni Rodari. Los siguientes libros que conseguí de él ya no jugaban a contar varios finales, pero cada uno es especial a su modo: Cuentos por teléfono es una colección de historias cortas, dirigida a los más pequeños, pero que también podrán disfrutar los papás, hermanos o tías que hagan el favor de leérselas en voz alta a los enanos. Hablando de enanos, está Los enanos de Mantua, que es para niños chiquitos también, y que me gusta porque tiene partes en rima y partes en verso. Como Los negocios del Señor Gato, que empieza con un cuento en prosa y sigue con varios poemillas un poco en el estilo de T. S. Eliot y su Libro de los gatos habilidosos del viejo Possum (en el que se basa la obra musical Cats y que también vale mucho la pena).

     

    Debo confesar que fue un golpe muy duro para mí enterarme de la muerte de Rodari. No importa que me enteré tardísimo, cuando tenía ya unos veinte años. Tampoco  importa que todo mundo me diga que seguro desde mi primer libro de Rodari venía ya su ficha con año de nacimiento y muerte: sus cuentos me parecen tan actuales, tan míos, que aún me cuesta creer que murió cerca de diez años antes de que me encontrara yo con sus letras por primera vez (ahora que lo pienso: me ocurrió lo mismo con John Lennon, que murió el mismo año).

    En cualquier caso, el consuelo llega en forma de libro: nos quedan sus cuentos, que no son pocos. Entre ellos, hay uno en particular que recomiendo siempre que me piden que proponga un libro:

    —¿Me recomiendas un libro para una niña a la que le encanta leer?

    —Claro —les digo–, prueba Cuentos escritos a máquina, de Gianni Rodari.

    —¿Qué libro sugieres para un niño al que no le gusta leer?

    Cuentos escritos a máquina. Déjaselo en su buró o en el baño, deja que lo descubra solito.

    —¿Qué libro le regalo a mi mamá, que tiene sesenta años, anda medio depre y tiene la vista cansada?

    Cuentos escritos a máquina, de Gianni Rodari. Dile que empiece por “Me marcho con los gatos”.

    —Mi abuelo apenas aprendió a leer y se siente muy orgulloso. ¿Qué libro le puedo dar?

    —Dale Cuentos escritos a máquina, de Rodari, y no olvides ponerle una dedicatoria linda con letra bien hecha.

    Les juro que no hago trampa: realmente es un libro que puede encantarle a todo mundo (y hasta ahora no encontrado a una sola persona que no le guste, lo juro).

    Además de sus cuentos, Rodari nos dejó un libro simplemente maravilloso y genial: Gramática de la fantasía, un ensayo o un manual (o ambas cosas a la vez) en el que no sólo comparte ejercicios para aprender a contar historias para niños; sino que, además, comparte estrategias para impulsar a los niños y niñas (y padres y madres y maestros y adultos en general) a inventar sus propias historias. Como dice al final de su introducción: “No para que todos sean artistas, sino para que nadie sea esclavo”. Y lo dice en serio.

     

    Gianni Rodari

     

  • País de maravillas: Por qué tanto odio a los monitos

    Ilustración de Nell Fallcard
    Ilustración de Nell Fallcard

    País de Maravillas

    ¿Por qué tanto odio a los monitos?

    Raquel Castro

     

    Platicaba con una amiga que tiene hijos y ella se quejaba: a Beto no le gusta leer: nada más quiere estar con sus cómics. ¿Por qué no hablas con él? Yo pensé que Beto, a sus dieciséis años, me iba a mandar por un tubo; pero parece que soy la amiga cool de su mamá, gracias a que nos gustan las mismas películas de horror. Así que el muchacho salió de su cuarto ante los gritos de su mamá y accedió a sentarse un rato con nosotras en la mesa de la cocina.

    —¿Qué andas leyendo? —le pregunté, señalando con la mirada el librote que traía en las manos.

    —¿Leyendo? ¡No está leyendo nada! ¡Está viendo puros monitos! ¡Ve, ni siquiera tiene letras! —interrumpió su mamá.

    No la juzguen mal: es buena gente, pero a veces le sale lo intolerante, sobre todo cuando se trata de sus hijos no-lectores. En todo caso, la mandamos a la tienda por refrescos y sólo cuando escuchamos que se cerraba el portón Beto me tendió el libro. Era Emigrantes, de Shaun Tan, un libro bellísimo que narra la historia de un hombre que se va de su lugar de origen a otro lado, donde trata de sobrevivir y adaptarse a las costumbres del nuevo sitio (no les cuento el final para que consigan el libro, realmente es una chulada). Lo mejor de todo es que, efectivamente, no tiene una sola palabra: las ilustraciones son tan elocuentes que no hacen falta. En cambio, tiene un aire de surrealismo que lo hermana con Remedios Varo y Leonora Carrington.

    Beto me dijo que un amigo se lo había prestado y que ya era la tercera vez que lo releía, que estaba lo más. Le recomendé otros dos libros de Shaun Tan y algunas novelas gráficas de las que soy fan. Él me dijo de otras que yo ni idea tenía de que existían y coincidimos en que hay unas de zombis muy buenas.

    Cuando mi amiga regresó con los refrescos y nos escuchó intercambiando tips torció la boca.

    —Los adolescentes tienen que leer, no estar con monitos —insistió.

    Beto torció la boca igualito que ella.

    —Los adultos tienen que leer cosas serias, no las revistas Barbie de mi hermana — respondió imitando el tono que había usado mi amiga. Y entonces ella se descosió: que si los cómics son intrascendentes e infantiles, que si no aportan nada a la educación, ¡que muchos son resúmenes de libros serios, trampas para pasar exámenes sin leer!

    Cuando se le terminó el aliento le comenté la historia aquella del conejito que nunca aprendió a lavarse los dientes, que ustedes ya conocen (o que pueden leer en esta misma columna, en su entrada del 13 de agosto) y de lo importante que es que la lectura sea placentera. Y le dije, de una vez, que desde mi punto de vista, si bien es cierto que existen cómics de poca calidad, también hay unos excelentes.

    Acá entre nos, yo creo que una novela gráfica puede ser tan bella como un libro sin dibujitos. Lo que en uno se evoca con palabras, en el otro se plasma con dibujos. En ambos puede haber una historia capaz de hechizar al lector. Son artes cercanos entre sí, que dan y reciben uno del otro, pero que tienen sus características individuales. Y, sobre todo, sin jerarquías: ¿a poco podemos decir la pintura es superior a la escultura? Pues no, ¿verdad?

    Con respecto a las trampas para no leer: desde mi punto de vista, siempre será mejor que se refinen, por decir algo, Los bandidos de Río Frío en la excelente versión gráfica de F. Haghenbeck y BEF a que bajen un resumen mal hecho de El Rincón del Vago. Capaz que les gusta tanto que luego se asoman al libro. O no. Pero al menos habrán estado expuestos a la belleza en otra de sus presentaciones…

    Préstale a tu mamá Emigrantes, le dije a Beto cuando me di cuenta de que no me había parado la boca en cerca de una hora. O mejor: léanlo juntos. Los dos torcieron la boca pero juntaron sus cabezas frente al libro abierto. Creo que ni cuenta se dieron de cuando me fui.

    Un par de semanas después volví a ver a mi amiga. Yo no quise preguntarle de Beto y los monitos porque la verdad sí me da pena ser de pronto tan hablantina, pero ella sacó el tema. Todavía esperaba que alguna vez su hijo se decida a leer libros “de verdad”, dijo. Yo nomás suspiré. Pero justo cuando pensaba que toda mi cháchara interminable de aquella vez había sido inútil, mi amiga sonrió, traviesa, y me preguntó:

    —¿Quieres ver qué libro estoy leyendo?

    Antes de que le contestara sacó de su bolso un ejemplar de Los bandidos de Río Frío. En la versión de novela gráfica que yo le había mencionado.

    —¡Está muy bueno! —me dijo—. Cuando lo termine se lo paso a Beto.

     

    Encuentras a Raquel en twitter: @raxxie_ y en su sitio web: www.raxxie.com –También contesta preguntas en su chismógrafo, http://ask.fm/raxxie

     

     

    Los bandidos de Río Frío

     

    (Esta entrada apareció originalmente el 3 de septiembre de 2013 en La Jornada Aguascalientes, como pueden ver en esta liga).

  • País de maravillas: La culpa es de La niña de los fósforos

    País de maravillas: La culpa es de La niña de los fósforos

    Ilustración de Nell Fallcard
    Ilustración de Nell Fallcard

    Sé que había dicho que sería los lunes cuando pondría aquí, en diferido, las entradas de País de Maravillas, mi columna en La Jornada Aguascalientes. El problema es que los lunes pongo también los horóscopos bibliománticos en twitter, y siento que se encima un poco. A reserva de que encuentre el mejor día para poner cada cosa (¿miércoles la columna en diferido, dado que sale los martes en LJA? ¿Domingo quizá?), va hoy el texto que apareció en La Jornada el martes 27 de agosto:

     

    País de Maravillas

    La culpa es de la niña de los fósforos

    Raquel Castro

     

    1

    Hubo un tiempo en que mi papá y mi mamá trabajaban en la tarde. Generalmente no era un problema, pero cierta vez rompí en llanto atroz: “Llévame contigo, mami, no me dejes sola”, le decía entre berridos, a pesar de que en casa estaban mi abuela y mi hermano y mi primo Ricardo. Mi mamá tomó el libro que estaba tirado junto a mí: eso siempre le daba una pista sobre mis estados de ánimo. Era un ejemplar de los cuentos de Andersen y, efectivamente, acababa de leer un cuento que me había dejado emotiva, por decirlo de alguna manera.

    Mamá me preguntó cuál era el cuento que me había puesto chípil y le dije: era el de esa niña huérfana que vende cerillos y que extraña a su mamá y se muere de frío y no te vayas, mami, no me dejes sola. Ella suspiró y accedió a que la acompañara a su trabajo. Me llevé el libro de Andersen y lloré esa tarde con “La sirenita” y con “La pelota y el trompo”; pero eso sí: sentada junto al escritorio de mi mamá. Cuando su jefe me saludó y le preguntó a ella a qué se debía el honor de mi visita, la respuesta fue: “La culpa es de la niña de los fósforos”, y le contó nuestro drama previo. “Pero así se hacen sensibles”, concluyó mi mamá.

    Sensible o chillona, lo cierto es que yo era muy fan de esos cuentos desgarradores: además de los personajes suicidas de Andersen me gustaban los atormentados de Wilde (“El ruiseñor y la rosa” y “El príncipe feliz” eran mis favoritos) y los cuentos desgarradores de un libro muy viejo que atesoraban en casa, Alma latina. Pura tragedia que hacía que la serie animada Remi pareciera comedia musical.

     

    2

    Hasta hace muy poco trabajé en una oficina de gobierno. Un día, una compañera llevó a su hijo y, luego de dejarlo correr frenéticamente por los pasillos durante unas horas, misteriosamente decidió que era tiempo de que el niño dejara de torturarnos. “¡Te me sientas aquí y te estás quieto! ¡Ten y ponte a leer!”, rugió la doña y le puso en las manos un libro del que alcancé a leer el título: Andersen para niños. Metiche que es una, le pedí al pequeño que me dejara ver su libro. Para calarlo, pues.

    Lo que más me sorprendió no fue que pretendiera antologar a Andersen en un puñadito de páginas (no eran ni cien) ni que cada una de esas páginas sólo tuviera un par de renglones de texto. Tampoco fue que el resto del libro eran ilustraciones que parecían clones de las de Disney, muy similares a los dibujos que adornan puestos callejeros de tortas y tacos, en los que uno sabe que tal personaje en el cazo es Porky o La Sirenita (según si es puesto de carnitas o mariscos), pero si los mira de cerca descubre que tienen deformidades que van de lo vago a lo monstruoso, de acuerdo con la pericia del rotulista.

    No: lo más sorprendente era que todos los cuentos estaban “retrabajados”: Sirenita no se disuelve en espuma de mar; Trompo perdona y rescata a Pelota; SoldaditoDePlomo y Bailarina se casan y son felices… ¡La niña de los fósforos logra meterse a la realidad alterna de los cerillos y se queda ahí a disfrutar de una cena deliciosa con su mamá y su abuela!

    Yo me quedé con mil dudas: ¿Por qué ese miedo a que los niños conozcan historias desgarradoras? ¿Qué puede tener de malo que se nos ablande un poco el corazón, que conozcamos personajes capaces de dar la vida por otros o que viven en un mundo injusto? Más todavía: ¿Cómo entiende el concepto de “infancia” el editor que cree que estos cuentos son demasiado sórdidos y necesita hacer una versión “para niños” de algo que ya era disfrutado por la chamacada?

    Al final sólo pude concluir una cosa: con razón el hijo de mi excompañera de trabajo prefiere correr como cabraloca que sentarse en un rincón con esos libros. Yo habría hecho lo mismo, supongo, aunque se habría visto muy mal una Raquel de traje sastre galopando entre las computadoras.

     

    3

    Hace poco una mamá me dijo que ella le evitaba a sus hijos “esos cuentos lacrimógenos” porque los ponía “demasiado sensibles” y yo pensé de inmediato en mi propia mamá y su paciencia ante mis brotes melodramáticos.  No sé qué tan sensible me habré hecho, pero sí creo que el daño colateral de esas lecturas, en mí y en otros, fue ejercitar la empatía, la capacidad de indignarnos ante las injusticias y hasta la tolerancia a situaciones frustrantes. La vida no siempre es fácil, parecían murmurar esas historias, pero no tiene por qué dejar de ser bella. Ya sé, soy una cursi. Pero la culpa es de la niña de los fósforos.

     

     

    Ilustración de ArtBIT
    Ilustración de ArtBIT

    La ilustración es de ArtBIT y pueden ver su trabajo aquí.