Autor: Raquel

  • Un ánimo fúnebre

     

    • ¿Les ha pasado, que despiertan de un sueño espantoso y que cuando quieren descubrir por qué era espantoso, ya no recuerdan nada?
    • Los resultados de las elecciones de ayer me tienen a la vez triste y contenta. Pero en la parte triste, estoy muy triste.
    • Ayer me la pasé cool. Es una pena que mis habilidades de interactuar con la gente estén entre ‘pobres’ e inexistentes’. Espero que al menos no se hayan aburrido mucho con Rax-lee-periódicos
    • Consulté ayer al oráculo y me dio respuestas raras. ¿Por qué, como en la terapia, te contestan los oráculos con evasivas? ¿Qué les cuesta decir ´’sí, ve a esa reunión’ o ‘no, no vayas’?
    • Hoy tengo que ir a canalonce. ¿Está de más decir que no tengo ganas?
    • Alerta, alerta: estoy indispuesta. ¿Se entiende esto igual de bien aquí en Mex que en Argentina?
    • El Pingüino está perdido. NPI de qué le haya pasado.
    • Fatalespejo sigue caído. De nuevo, NPI.
    • Le tengo miedo a la semana que hoy empieza. Es por la indisposición. Creo.
    • Un perro vecino aúlla. Suena deprimido, triste, solitario.
    • Ayer el Diablo tenía ojos de estar muy triste. No pude preguntarle por qué.
    • Me da miedo que mis amigos piensen que soy una pendeja. No sé por qué. ¿Habría por qué? (No contesten, plisss)
    • Sí, las inscripciones al viaje intergaláctico siguen abiertas. No se aceptan mascotas ni presidentes. No insistas, Foxxie.
    • Mis gatos tienen cara de estar tristes. Cuando le veo cara de tristeza a los gatos, la situación pasa a Alerta Prioridad Uno. Lo que sigue es llorar cada que pase junto a un animal atropellado. Aunque sea una rata.
    • Sifuentes releyó ‘No tengo boca y debo gritar’. Me dan ganas de imitarlo. Pero le dejo a él el departamento de

      Pesadillas.

     

    • Alberto duerme.
    • Pinches Ginecoides y su autor y quienes lo apoyan.
    • ¡No encuentro mi ‘Silogismos de la amargura’!

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    Paquete especial de vacaciones

    Goza del universo

    Duración: 7 años luz y 6 noches

    Desde: Hartos millones de dólares por persona en habitación base doble

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    Breve descripción: El Universo siempre se reserva lugares para descubrir, otras caras que conviven con el ser humano, planetas donde la gastronomía y la moda reinan, outlets espaciales donde comprar barato, y parques y museos galácticos para disfrutar sin gastar un peso (gravitacional).

    Incluye: Transportador espacial viaje redondo, 06 noches de hospedaje con impuestos incluidos, 600 desayunos Continental, Traslados Aeropuerto / NASA/ Espacio/ Hotel / NASA/ Aeropuerto, 01 visita de meteoritos.

    Alojamiento: Transbordador espacial MS-1 (cinco estrellas es nada, comparado con lo que verás por tu ventana).

    Única salida: Cuando se junten veinte pasajeros

    Incluye Rax From Outer Space como guía de turistas y un tour especial por el terruño de la guía, incluyendo antros, restaurantes, órbitas (oculares) y otras sorpresas

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  • Saliendo del clóset planetario

    Cuando era niña, me gustaba que me platicaran historias de mi abuelo Marciano. Me decían que era muy moreno, pero con los ojos azules, azules. Y que la gente lo respetaba muchísimo allá en la ranchería.

    Pus claro, pensaba yo: ¿quién no va a respetar a un marciano?

    Y me imaginaba a mi abuelo como una especie de duende moreno, con ojos redondos como platos, inmensos y de color celeste.

    Claro, me sentía muy diferente a las demás niñas del kinder, que tenían abuelitos terrestres.

    Un día, hace poco tiempo, me topé con una foto de un señor moreno, vestido de manta, con sombrero. Un señor bigotón. La foto era en blanco y negro, pero aún así se le distinguían ojos de color muy claro. No tenía antenas…

    Volteé la foto y mi sospecha se confirmó: con letra cursiva (pluma fuente) decía ‘Marciano Castro’.

    Lo que me imaginaba: mi abuelo se disfrazaba de humano para que no lo molestaran. Seguro se puso el gentilicio por nombre, para no olvidar su origen.

    Mi papá insiste en que, por el contrario, mi abuelo era terrícola y Marciano era su nombre. Supongo que debe ser duro para él (mi jefe) admitir su origen interplanetario cuando siempre se ha sentido de acá.

  • Tercera y última

    (porque usted lo pidió)

    Tan feliz… no. Fui feliz hasta que me di cuenta de otra diferencia: pese a todos mis esfuerzos, aunque intenté todo para igualarme, no podía ser tan productivo como ellas. Incluso Huevas, la más floja, ponía uno o dos huevos diarios.

    Yo lo intenté todo: puse mi nido cerca de la ventana, para tener más luz y aire fresco; aumenté el calcio en mi dieta; me autoapliqué acupuntura.

    Nada sirvió, yo seguía sin poner un solo huevo.

    Ellas no me decían nada, ni cambiaron su trato. Sólo una vez me pareció que Amarguetas me miraba con un mudo reproche, aunque puede haber sido mi imaginación. En todo caso, yo me sentía inútil, traidor a la comunidad. Ellas seguían llegando, con sus muy definidas características personales, con su docena de huevos a la semana. ¿Y yo? ‘El humano que vende los huevos’. ¿No lo puede hacer cualquiera? ¡Por supuesto que sí! Yo era prescindible. En cualquier momento podía llegar otro humano a suplantarme. Tal vez uno que sí pudiera poner huevos.

    Sufrí día y noche. Temía que llegara el momento en que encontraran quién me sustituyera. Una noche no pude más: me terminé el café que me había preparado Refugiada (¿por qué ya no lo hacía Pionera? ¿ya no me quería?) y cuando todas escondieron sus cabecitas bajo las alas, salí del departamento.

    Ya estaba cansado de la frustrante vida en una granja. Suficiente de naturaleza, me dije. Busqué una cabaña apropiada en las afueras de la ciudad. Me costó trabajo encontrar una que cumpliera con todos mis requisitos: que fuera amplia, cómoda, con una cerradura fácil de violar y dueños que sólo vinieran una o dos veces al año. Finalmente la encontré y me instalé.

    Como muestra máxima de rebeldía, en vez de hacerme un nido cerca de la ventana, me preparé una madriguera bajo el dormitorio. Y fui muy feliz hasta que, una tarde, cayó el primer tejón por la chimenea.

    (c) Rax, con maldición egipcia incluida para quien tenga el mal gusto de convertir esta historia en una parábola de enseñanza política o de buena moral.

  • Parte dos

    Cuando desperté la gallina ya estaba en la cocina y tenía el café preparado. Para mi gusto le quedó un poco cargado; pero fue un buen intento, y sobre todo, una muestra clara de buena voluntad, que me dio confianza suficiente para dejarla en casa en lo que iba a trabajar mis ocho horas reglamentarias. No tanta confianza como para dejarle copia de las llaves, por lo que se quedó encerrada. Ni modo.

    Entonces pasó algo verdaderamente raro: cuando regresé había dos gallinas en la casa. La nueva era casi idéntica a la otra, sólo que tenía un aire melancólico y una mirada soñadora. Me recordaba a un poeta que fue famoso hará 20 años, pero del que no ubico el nombre ni la obra: sólo evoco sus ojos tristes, como de gallina, y el final de uno de sus versos: ‘no sé que tanto, no sé que más, amor’.

    Lo raro no fue que la gallina se pareciera a un poeta. Lo verdaderamente extraño es que yo dejé las puertas cerradas, y sólo una gallina adentro de la casa. Por un momento imaginé que la segunda ave entró por la ventana, igual que la primera; pero aunque la ventana seguía abierta, era imposible: ¿qué lógica habría en tal falta de originalidad?

    Quise discutir el punto con ellas, pero fingieron no entender. De nuevo les pregunté cuál era su plan, pero Melancólica sólo suspiró. La otra, que se llamó desde ese momento Pionera, se me acercó despacio, como si quisiera hacerme una confidencia. Supongo que se arrepintió en el último segundo, porque sólo murmuró un incomprensible ‘Coricó’. Y en el diccionario no figura esa palabra.

    A partir de ese día, las gallinas no pararon de llegar. No había dos iguales, e incluso su firma de tratarme era distinta: mientras Pionera se comportaba dulce y protectora, casi maternal, Melancólica prefería ignorarme y pararse en la cornisa a suspirar.

    Ferocilla me atacaba cuando me veía cerca de su nido sobre la televisión; Cómica reía entre dientes (tal vez debería decir ‘entre pico’) cada vez que nos encontrábamos de frente.

    Con todo, nuestra vida era tranquila. Al menos fue así hasta que Incomprendida trató de separar la recámara del fondo como Gallinero Independiente, con ayuda de Clamidia, Tomasa y Federica. Por suerte, su iniciativa fue impopular; pero las quince víctimas del movimiento separatista (Paquita, Salmonella, Ur-caldea, Friolenta y Géminis, entre otras) me obligaron a buscar cómo imponer el orden.

    —¿Qué hacemos? —pregunté a Pionera. Por derecho de antigüedad era mi consejera.

    —Cló. ¿Coricó? —dudó ella, y se sumió en un silencio largo y reflexivo. No le entendí, pero a la fecha estoy seguro de que tenía razón.

    Después del incidente terrorista volvió la calma. Con lo que ganamos de la venta de Remigia y sus aliadas como pollos rostizados (la vida es dura…) compramos varios sacos de un riquísimo maíz transgénico. Yo hubiera preferido carne asada, pero en la toma de todas las decisiones, incluido el menú diario, me plegaba a las decisiones de la mayoría. Era el administrador, sí; pero a excepción de eso, era una gallina más, tan feliz como cualquier otra.

    (continuará)