Autor: Raquel

  • Pieza única

    Mientras sigo sin ideas propias me dedico a leer. O sea, pongo la mejor cara ante una mala situación.

    Y ni siquiera debería quejarme tanto: estoy leyendo «Pieza única», de Milorad Pavic. Estoy maravillada y feliz -y eso que aún no lo termino. Pero ¡está excelente! (hasta donde va).

  • Sequía

    Varios días sin escribir. Lo siento.
    Tan sólo abro la página de blogger
    y se me olvida todo:
    Las ideas, los pesares, las historias.
    Todo.
    Y me quedo
    inmóvil como zombie
    (como zombie calmo, que son los mejores)
    sin teclear, sin pensar
    sin respirar…
    Gruñendo
    hostilmente gruñendo
    mientras devoro el cerebro de un coworker.

  • Me muerdo los nudillos

    Como se habrán dado cuenta, desde que dejé Canal Once apenas hablo aquí del trabajo. Y es que, como todos sabemos, en el trabajo (como en todos los trabajos) hay días padrísimos (pero si uno los cuenta con detalle suena a presunción) y días horribles (y si uno los cuenta a detalle, corre el riesgo de que lo corran).
    Hoy, por ejemplo, me gustaría echar pestes sobre un libro que se presentará en una sala de un palacio (no diré nombres ni fechas): me indigna que cosas tan pero tan malas sean, no digamos presentadas, sino publicadas.
    Hago berrinche porque hay que encontrarle el lado bueno y para eso hay que respirar profundo, muy profundo. Muy. Profundo.

    Así que mejor cambio de tema. Porque no queremos que los importantísimos invitados a reseñar tan chafa libro se encuentren de repente con lo que opino del libro y de que se presten al juego (seguro les importará un carámbano lo que yo opine, pero al ser coso laboral se complica un poco la situación).

    Decía, cambio de tema: hmm… hmm… no se me ocurre nada. Así que, entonces, en vez de cambiar de tema…

    a) sigo con lo mismo
    b) me callo

    b.

  • Releyendo a Rafael Pérez Estrada

    Estoy, una vez más (es un libro al que se puede volver una y otra vez) con Cosmología esencial de Rafael Pérez Estrada. El libro es una delicia, desde la dedicatoria de mi amigo Fran, hasta la ilustración de la última página. Entiendo que no es fácil de conseguir. Por eso, aquí les dejo una probadita:

    Crónicas

    Dice un tratado coreano de cosmología que las nubes enloquecen si se coloca bajo ellas, y durante algun tiempo, un espejo horizontal. Y que de su miedo nacen las tormentas.

    Las doncellas de Sumatra, en los inicios de la primavera, suelen encender en los montes más altos infinitas hogueras para que las nubes se tuesten y devuelvan a la tierra el maná de la lluvia.

    Nube, pájaro y estrella eran en la antigua Caldea sinónimos de misterio, olvido y muerte. El hombre que sueñe con una nube será algún día arrebatado en carne mortal por los dioeses, y el que vea un pájaro volar la medida de su noche, vivirá eternamente la proximidad desesperante del amor. Sólo quien descubra el significado de la estrella será sabio, pues el destino ha escrito la palabra geométrica en su frente, y sus labios permanecerán cerrados.

    En el Códice de Addis-Abeba, o segundo Evangelio de la Infancia, el verdadero milagro de Jesús no estriba en andar sobre las aguas, sino en descansar toda una noche sobre una nube.

    (Busquen a Pérez Estrada. Lean, cuando menos, esta entrevista que le hicieron en 1996, cuatro años antes de su muerte.

  • Posesiones (diabólicas, claro)

    De niña, una de las cosas que más miedo me daban (junto con los fantasmas, los aliens, la combustión espontánea, las desapariciones misteriosas, el rapto de los justos, los doppelgangers, los hombres de negro, los seres de otras dimensiones, los viajes en el tiempo y los insectos gigantes) era la posesión demoniaca.

    La simple idea de que, de repente, un ser pudiera entrar en tu cuerpo y tomar como rehén a tu espíritu y obligarte a ser no-tú era simplemente aterradora; pero lo era más si te ponías a pensar en las posibles causas: ¿maldad? ¿mala suerte? ¡no! La posesión era el castigo para los cuasi-santos que se portaban tan pero tan bien que hacían enojar a los diablos. Hm.

    Había una historia sobre una tal Bernardette, que según esto veía a la Virgen de Lourdes o Fátima o una de esas (que se supone, además, que son todas la misma) y que cuando estaba más en éxtasis rezando a la Virgen es cuando se le aparecían los demonios aullantes y burlones, listos a meterse por cualquier bújero corporal para hacerla bailar una especie de breakdance infernal.

    Me daba horror porque yo me consideraba bastante buena. Digo, hacía mis travesurillas de vez en cuando, pero con todo y eso yo era buena. Qué digo buena. Buenísima. Virtuosa. No creía en la Virgen de Medujorge (o como se llame; que a fin de cuentas es la misma que las otras), pero era poco menos que un ángel. Nomás me faltaban las alas y la aureola (y me sobraba la espalda).

    Así que, a veces, en mis ratos de ocio, me dedicaba a espantarme sola con respecto a las hordas de demonios que seguramente me iban a atacar a la menor provocación. Me acordaba de aquel caso terrible de dos hermanitos que fueron poseídos al mismo tiempo por un par de espíritus malévolos. Los niños se retorcían de forma no humana, sus extremidades «se trenzaban y no había forma de separarlas» y súbitamente volvían a su estado original; dibujaban caras de demonios en las paredes y platicaban con ellas (yo me imaginaba que las caras de demonios les contestaban y hacían jetas y toda la cosa; era terrible -aunque ahora que lo pienso, probablemente interpreté de más). Un día, uno de los niños le profetizó al cura que trataba de curarlos que tendría un accidente en coche -y así, cosas horrorosas, llenas de pavura, entre las cuales la peor de todas era que cada cierto tiempo los chavitos recuperaban la conciencia, no recordaban lo léperos y procaces que habían sido durante las horas previas, pero eso sí: estaban molidos a golpes y cansados y desorientados.

    De esas historias me gustaban los efectos especiales: sonido de rasguños en las paredes; letras que se formaban por debajo de la piel; heridas que se hacían solas, de repente; voces extrañas, idiomas extraños… el límite parecía ser la imaginación de los demonios (que a veces eran muy imaginativos).

    Pensé en dejar de ser buena, para no causar iras del Maligno, así que fui a contarle a mi mamá esa resolución. Me escuchó atentamente y me preguntó si de verdad pensaba yo que erra tan buena como la tal Bernardette. Cuando le dije que sí, me dijo que no me preocupara: que tanta modestia era pecado (pero lo decía con un tonito de sarcasmo…) y que lo mejor que se podía hacer era quitarme el libro de casos inexplicables para que no me siguiera sugestionando. Así lo hizo y pasamos a otra cosa. Ya sé que todo eso es cosa de la imaginación, de sugestión, de folclor.

    Pero ¡cómo sigo disfrutando de una buena película de posesiones diabólicas! Y cómo me espanto cuando mi cama se eleva diez centímetros del piso, se escuchan rasguños del otro lado de la almohada y comienzo a hablar en arameo: en esos momentos, le digo a las caras que aparecen bruscamente en la pared que tengo suerte de no ser tan buena, cierro los ojos y sueño con los angelitos. O con zombies, claro.