El buen humor ha vuelto. Viva la vida, yuppi, ja, ja. Ayer, el evento Fatal Espejoso fue cálido, agradable, una reunión amistosa y sin tensiones (o eso digo yo, que no tuve que subir a leer, je). Los escritores, super cool. Hubo gente querida, blogueros estimados.
Una mala noticia, pero que ya nos esperábamos. Así que habrá que apelar al budismo (ommmm, ommmm) y seguir palante con la pérdida de sede para las fatalactividades.
Hoy, desayuno tempranero (muy) en Woolworth con mi papá. Platicamos de todo, hasta de mis planes para el año que viene. Se portó comprensivo y respetuoso de mis ideas, aunque creo que las bodas por la iglesia le gustan más que mi idea de ‘si usted quiere celebrarnos, invítenos a comer la semana posterior a la ceremonia’.
Y es que entendieron bien, damas y caballeros: me caso. O debo decir: nos casamos. Pero para eso falta medio año, así que se queda como nota dentro de un blog (pero se aceptan regalos e invitaciones a festejar por adelantado).
En fin, que estoy contenta.
La tarde viene promisoria: lectura de cuentos albertianos en la uam iztapalapa.
Y mañana, amiguitas en el restaurante, para platicar los últimos acontecimientos.
Habrá que añadir una regla a las de Carreño: en reunión pública, es mejor no hablar de política, religión y Matrix, a menos que la gente tenga una pasión por las discusiones que no llegan a ningún lado (o un inusual respeto por las opiniones ajenas).
PD. Recuérdenme platicar más tarde acerca de la historia del sapito brincador.
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