Cuando un Pingüino mueve al mundo

Desperté hoy en la mañana porque una mirada penetrante estaba fija en mí. Medio abrí los ojos y vi un pico anaranjado.

–¡Ah, Deíctico, regresaste! –iba a decir, pero tenía la boca pastosa. Así que primero di un trago al agua que tengo siempre junto a la cama. Me gustaría tener una cama de agua, para no tener que bajar por botellas. Le pondría un popote directo al colchón como me enseñó tío Groucho. En fin.

En todo caso, fue muy útil amanecer con boca de Mun-ra: mientras tomaba el trago de agua, me di cuenta de que el Pingüino que me miraba con fijura y fijancia no era Deíctico. Vestía un traje gris a rayas y tenía una cicatriz en la cara. Ah, y su expresión era maligna.

Me acordé de la aventura que tuvo Chema hace unos días y entendí que era uno de los Pingüinos Mafiosos. ‘¡Malditos!’, pensé. Pero yo no les diría nada, aunque me torturaran.

El Pingüino me tendió un papelito con un recado. Lo leí: ‘Mamá: vamos a llegar tarde a cen…’

El Pingüino me lo arrebató y me dio otro recado. Este era el bueno. Decía: Entrega al traidor o serás pescado frito.

Para mis adentros pensé: ¿Deíctico traidor? ¿Cómo me van a convertir en pescado frito? ¿De qué va todo esto?

–Yo no sé de qué me hablan– dije.

El Pingüino me miró con torvamiento y sacó una foto. La vi. Era de Thalía. El Pingüino tuvo un ataque de sonrojismo y me arrebató la foto. Sacó otra. Era de Deíctico junto a un trailer lleno de cajas de atún. El trailer estaba cerrado, pero sé que era atún por el olor de la foto.

–Yo no sé nada– insistí. Y para dar énfasis a mis palabras, comencé a recitar la tabla del siete, pero en su versión libre, que siempre ha sido mi favorita:

siete por una, siete

siete por dos, diecisiete

siete por tres, veintiunsiete

siete por cuatro, zapato

siete por cinco, treintaycinco

siete por seis, cuarenta

siete por siete, san francisco

siete por ocho, x a la cuarta

siete por nueve, sesenta y tres

siete por diez, sesenta

El chiste es que suene bonito, aunque no rime, o aunque el resultado no se parezca del todo al que aprendimos en la escuela. Es divertido porque cada vez que la recitas, salen resultados diferentes:

siete por una, diente

siete por dos, tose y tose

siete por tres, veintitrés…

Cuando iba en la quinta recitancia de la tabla (siete por uno, perruno…), el Pingüino se desesperó y se fue. Mi papá entró a mi recámara para llamarme a desayunar y al verme recitando las tablas suspiró, apesadumbroso. Seguramente creyó que, de nuevo, soñé que estaba en un salón de clase recitando la tabla del siete ante un grupo de hipopótamos adictos a la alfalfa. Es un sueño recurrente que tengo desde que mi papá me quiso enseñar la tabla del siete la primera vez. Azares de ser hija de un maestro de matequesis. Matebásicas. Mate…eso. Creo que antes de enseñarle a recitar las tablas me debieron enseñar a pronunciar la palabra esa. Ni moros.

El chiste es que bajé a desayunar. No hay noticias de Deíctico. Pero seguro, seguro, seguro que anda metido en cosas bien gruesas. Méndigo pingüino. Porque para colmo, me quedó a deber 20 pesos. Pero ya volverá. Y la mafia pingüínica será asunto de risa comparada con mi furia si no me paga mis 20 pesos.


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