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  • El virus que se creía historia

    Anoche soñé que estaba enferma, en cama, muy mal, pobre de mí. Entonces llegaba el doctor, me auscultaba y me decía que con inyecciones nos deshariamos de mi mal.

    Méndigo doc, sacaba una jeringa de esas gordotas, de cristal, con aguja de metal (como la que mi abuelito tenía en un estuche y usaba una y otra y otra vez).

    Y me ponía en la pierna izquierda una inyección de un líquido color miel, que -sueño o no sueño- dolía como la chingada.

    Yo, valiente, brava, donairosa como soy, no decía ni «ouch», aunque me dolía mucho.

    Y el doc, en vez de felicitarme por mi valor, mi bravura y mi donaire, sacaba otra jeringa igualita, ya cargada… ¡y madres! Otra inyección.

    Y otra. Y otra más. ¡Todas en el mismo sitio de la pierna izquierda! (onda Luna amarga, bujujú).

    Y yo volteaba y veía que el doc tenía cuatro o cinco jeringas ya preparadas…

    –Oiga, doc, ¿no son muchas?–le preguntaba, tratando de mantener la bravura y todo eso.

    –Es necesario–me respondía, muy docto–: tienes un virus que se cree historia, y esta es la única forma de eliminarlo.

    Yo me quedaba pensando en algo: si es virus, ¿para qué las inyecciones? En cambio, me iba a quedar sin pierna… y desperté, con la pierna izquierda súper dormida, claro.

    Pero entonces lo repensé: «un virus que se cree historia». Suena padrísimo, ¿no? Deberían darle un óscar al libretista que elabora mis sueños :)

  • Yo por eso no soy una vamp

    Cuando uno piensa en una vamp, lo primero que le viene a la cabeza es algo más o menos así:

    (Claro, la cantidad de ropa depende de la cochambrosidad del pensante en turno).

    Pero hoy me topé con una imagen muy mona, de una vamp medieval recién descubierta:

    la chica, una italiana, está quizá un poco delgada; pero no deja de verse sexy, ¿no?
    Ah, el ladrillo en la boca es para que no vaya a alimentarse de la sangre de muertos enterrados en la misma fosa (o vivos de las casas circundantes).

    En todo caso, dos cosas:

    uno, la nota completa está acá

    dos, yo por eso no soy una vamp: me gustan mis dientes sin adorno de ladrillo.

  • Nuevas teorías sobre el Universo, por el doctor Primo Van Der Whiska

    –Nueztro univerzo no es el único. Eztá conectado con otroz univerzoz de aterrador parezido–fue lo primero que ceceó el doctor Primo Van Der Whiska al salir del clóset donde había pasado, escondido, dos largos minutos. Le preguntamos a qué se refería; pero, como es usual en él, nos ignoró y se dedicó a acicalarse por un rato.

    Para el ojo poco entrenado, habría parecido que el doctor Primo Van Der Whiska estaba muy tranquilo; pero yo lo conozco bien, desde que era una bola de pelos y pulgas no mayor que mi puño, y me di cuenta de que seguía asustado. Alberto me miró, preocupado: él también estaba al tanto.

    –Eztá bien, lez cuento máz–concedió el doctor Primo Van Der Whiska, cola aún esponjada, pupilas aún dilatadas–. En mi viaje cózmico dezcubrí que hay otroz univerzoz que ze parezen aterradoramente al nueztro.

    Y comenzó a lavarse la pata delantera derecha, fingiendo total naturalidad, como si no hubiera dicho exactamente lo mismo. Pero el doctor Primo Van Der Whiska no es ningún tontito (bueno, sí lo es, pero lo queremos mucho), así que se dio cuenta de que su explicación no era satisfactoria. Y menos con lo asustados que aún estábamos: en su afán científico y explorador, había salido del departamento… ¡y lo perdimos de vista por cinco aterradores minutos! (que concluyeron cuando los maullidos aterrorizados me guiaron al piso de arriba).

    –Zalí en mi afán zientífico y explorador a recorrer el univerzo–explicó (aquí entre nos, no sé qué me enerva más: que cecee o que me lea la mente y conteste con las palabras que justo acabo de formular)–. Y no te enervez, humana. Loz zerez zuperiorez zomoz azí. El chizte ez que zalí y encontré uno como agujero de guzano, lo zeguí, y me llevó a un univerzo igualito, azí, con zuz puertaz y zuz rejaz, pero no eztaban uztedez y la puerta que correzponde a nueztro mundo eztaba zerrada y me ezpanté.

    –Yo creo que escuchó pasos que venían del piso de abajo y le dio miedo. Trató de huir, subió las escaleras al piso de arriba… y de plano le dio el telele cuando nadie le abrió la puerta que creyó «de su casa»–susurré a Alberto–. Lo bueno es que sus pinches maullidotes de desesperación me guiaron a él y lo pude arrastrar de regreso antes de que enloqueciera.

    –Ezo acabo de dezir, humana–interrumpió el doctor Primo Van Der Whiska–. Fue una zuerte que zubieraz tú también por el agujero de guzano y que me rezcataraz antez de que llegaran loz zombiz clonez que zeguro viven en ezoz univerzoz alternoz.

    Debo reconocer que, a excepción de un par de vecinos, los demás se ajustan perfecto a la descripción del doctor Primo Van Der Whiska.

    –¿Y por qué se escondió al regresar, doctor?–Alberto me echó una mirada fulminante por hablarle de «usted» al gato, pero me hice güey.

    –Nezezitaba tiempo y ezpazio para poner en orden miz ideaz. Pero he llegado a una rezoluzión: debemoz conquiztar ezoz otroz univerzoz y poner cajitaz de arena en todoz y platitoz con whiskaz también. Ezo, o rázquenmen la panza, que todavía eztoy con zuzto.

    Y nos sentamos los tres en el sillón, dos a apapachar al tercero, hasta que sus pupilas se convirtieron en rayitas verticales y comenzó a entonar un dulce ronroneo.

  • Los hijos del smog

    1.
    El libro es más viejo que yo por dos años. Lo conocí porque un alumno agradecido le regaló un ejemplar a mi mamá. Ella elegía algunos cuentos (los que pensaba que podría yo entender) y me los leía. Luego, me dejó el libro. Me acuerdo que cuando estaba en cuarto de primaria incluía algunos de los cuentitos (con crédito, por supuesto) en un periodiquito escolar que me inventé y que luego boté.
    Yo pensaba entonces que era un libro presente en toda biblioteca (es decir, común, fácil de hallar, conocido por todos)… hasta que, más crecidita, quise conseguirle un ejemplar a una amiga y vi que la cosa era justamente inconseguible. —Lo mismo me pasó con «Los sueños de la Bella Durmiente», de Emiliano González, y la antología de Jean Ray, pero ésas son otras hitorias.
    Luego me di cuenta de que el autor era poco menos que enigmático: Jorge Mejía Prieto es autor de muchísimos libros, pero al parecer éste es el único de cuentos.

    2.
    Ayer me avisó Ricardo Bernal que había algunos ejemplares de «Los hijos del smog» en una librería de viejo (¡gracias!). Fui corriendo y compré todos los que quedaban, siete. Soy feliz. Y para no seguir con el blablableo, les dejo mejor una muestrita:

    El insomne

    Ya ni con el uso de los más poderosos barbitúricos lograba dormir. Desesperado, se suicidó dándose un balazo. Le velaron. Le dieron cristiana sepultura.
    Como a las seis horas de estar bajo tierra, y entre la espesa tiniebla del ataúd, abrió los ojos con esa molesta rigidez que le era tan conocida en las noches sin sueño.
    Comprendió que el insomnio se había reiniciado. Y que era de larga duración.

    Nada

    Este es un escrito completamente inexistente, que usando de la magia de lo falaz utiliza papel y palabras que carecen de verídica existencia. Y, para mejor conseguir la ficción, toma la presencia y atención tuyas, lector, que en realidad tampoco existes y no tardarás en disolverte.

    Los hijos del smog, Jorge Mejía Prieto, Editorial Novaro, 1974

  • Trascendencia

    Ayer discutía con alguien sobre la tan llevada y traída trascendencia humana: ¿sólo se consigue teniendo hijos? ¿todo mundo quiere trascender? ¿me arrepentiré cuando sea una anciana de no haber tenido trascendente descendencia? (¿llegaré a anciana?).

    Tanto me quedé pensando en eso que soñé que descubrían el modo de ser todos inmortales; pero que, para controlar la cantidad de gente en el mundo, la opción era: o inmortalidad o hijo (sí, sólo uno/a por persona). Y en mi sueño, muchos que ya tenían hijos mentaban cuanta madre, diciendo que era injusto que les negaran la inmortalidad porque cuando tuvieron a los hijos «no sabían» que habría luego la posibilidad de no morir; otros, en cambio, preferían tener al hijo que vivir por siempre; y otros más planeaban el asesinato de sus hijos para ver si aplicaba la nueva ley a su favor…

    Era una especie de fin del mundo, pues. Muy divertido, aunque sin zombies.