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  • Ay, qué modernas y liberadas que somos

    liberada
    Platicaba con una amiga hace un rato. Mi amiga, una mujer moderna y liberada, se quejaba de que el novio ya no la quería llevar a los lugares carísimos que tanto le gustan.
    Lo primero que me hizo incomodarme fue lo de «querer llevarla». Y se lo dije:
    –¿Cómo que no te quiere llevar? ¿qué no puedes ir tú si él no te lleva?
    Mi amiga aclaró:
    –¡Cómo crees! Soy moderna y liberada, no le pido permiso y voy a donde quiero.
    –Entonces no entiendo–dije yo. Y me explicó:
    –Es que dice que son muy caros los lugares carísimos que tanto me gustan y que él no puede pagar todo eso.
    –¿Y por qué no pagas tú? Digo, ganas como el doble que él. O paguen mitad y mitad… o mejor todavía: ¡proporcional a lo que ganan! O cada quien lo que consuma…
    Ella me miraba con verdadero odio. Y explotó:
    –¿Cómo crees? ¡Él es el hombre, yo la mujer! ¡El tiene que pagar! –Esa última parte me sonó a talibán o a villana de telenovela.
    –Pero…pero… pero… ¿no que somos modernas y liberadas? ¿no tendríamos que liberarnos también de esos juegos de rol que dañan tanto a la equidad?
    Ahora me miraba como si fuera yo tonta.
    –¿No me digas que tú pones «algo» en tu casa? Mi mamá dice que el hombre tiene que pagar el gasto completito y que la mujer, si trabaja, debe guardar su sueldo para comprarse sus gustos.
    –Tu mamá también dice que debes esperar a casarte para besar en la boca a un hombre y que sólo las locas y las tortilleras usan pantalones.
    –Bueno, en eso está mal.

    Ya no le quise decir nada. Cambié de tema y me despedí rapidito. pero el malestar se me quedó y por eso estoy aquí, desahogándome. Y aprovechando para aconsejar a quien se quiera dejar aconsejar, porque -créanme- más de un noviazgo se ha terminado por esa esquizofrenia de «ahorita soy liberada / ahorita ya no».

    Mi consejo es: no seamos abusivas. Así como es HORRIBLE que un fulano abuse de una mujer (golpeando, insultando, negándole la lana, tratándola mal) es ESPANTOSO que una mujer abuse de un hombre (obligándolo a llevarla a lugares caros, presionándolo a gastar más de lo que él tiene, haciéndole sentir que es un troglodita cuando la quiere tratar con delicadeza o que es un troglodota cuando la quiere tratar como a «un cuate más», aplicándole la ley del embudo, donde todo lo que él pide suena a «me estás tratando de coartar mi libertaaaaad», como un modo de hacer ella todo lo que le plazca sin mediar ni negociar…).

    Uff, he dicho. Creo que me siento mejor.

  • La Feria del Libro

    libro
    -Duérmete ya, mañana nos levantamos temprano.
    -¡Pero si es sábado!
    -Pues sí, pero te vamos a llevar a la feria del libro. Y hay que llegar antes de que se llene de gente.

    Me quedé con cara de guau, supongo. Me fui de inmediato a la cama, emocionada. Iba a ir por primera vez en la vida a la feria del libro.

    -¿A dónden vamoshir, manita? (Mi hermano hablaba raro, pero es que era muy chiquito)
    -A la feria del libro. (Yo le contesté en tono aburrido, como de quien ha ido a mil ferias del libro, como quien viene de vuelta de todo, como de escritor ligeramente postadolescente mexicano onda revistaseriadeliteratura que reseña con mala onda porque nada lo sorprende -dice- pero no duraría ni diez minutos en -no digamos un campo de concentración- una tocada del Haragán y Compañía).

    (Y es que es obligación de toda hermana mayor hacerse la sabihonda).

    (Pero de haber sabido entonces lo antipáticos que son estos snobs víctimas del spleen habría evitado portarme así. O tal vez no).

    -¿Y quiay en una feria delibo? (insistió mi hermanito)
    -¡Qué ignorante eres! (evadí la pregunta)
    -Diiiiiimeeeeeee
    -Bueno, pues… ¿te acuerdas del año pasado, que fuimos a Disneylandia?
    -¡Tiiiiiii! (chillido entusiasta)
    -Pues es así, pero todo con libros.

    Me gustó mi propia idea, así que seguí hablando: la montaña rusa, altísima, con carritos en forma de libros abiertos y escenas de los cuentos favoritos; carruseles y todo tipo de juegos mecánicos con quijotes y principitos y alicias maravillosas (pero en versión Tenniel, no Disney); en vez de miquimáuses gigantes, barones de munchausen y princesas ranas.

    -¿ Y pincipitos?
    -Sí, ya te dije que Principitos, y pilotos franceses que se llaman como tú (mi mamá nos había contado ya el «Vuelo nocturno»).
    -Tamién hay Buck Rogers, ¿vedá? (era el libro favorito de mi hermano, de esos pop-up de Editorial Norma).
    Tuve que transigir: era justo que tambièn estuvieran sus personajes favoritos. Así que incluí a Buck Rogers y al gato de «Esa es mi piel, ¿quién soy?» (mi hermano todavía no era el gran lector que es hoy, je). Y así, imaginando rides más emocionantes que Los piratas del Caribe nos quedamos dormidos.

    La parte que sigue tendría que ser triste: fuimos a la Feria del Libro y no era, para nada, como la que habíamos proyectado mi hermano y yo. Ni un juego y, en cambio, muchísima gente. Pero nos tocó escuchar a un cuentacuentos y nos compraron algunos libritos de SM, así que no todo estuvo perdido.

    Lo mejor de todo ocurrió muuucho tiempo después, como seis meses: fue un día que, saliendo del kinder, me preguntó mi hermanito:
    -¿Te acuedas de cuando fuimos a Fediadelibo, que nos subimos al badco como de pidatas cadibe pedo de libos? ¿y de que volamos nel avion del pincipito?

    Le dije que sí. Porque era verdad: me acordaba perfectamente.

  • No tengo tiempo (de cambiar mi vida)

    tic tac tic tac
    tic tac tic tac

    Todos los días me levanto con la firme intención de hacer ejercicio, bañarme, escribir un poco e irme a la oficina antes de las nueve. Todos los días fallo miserablemente: me levanto tarde, prendo la tele, me hago pato, evito el baño muy ecológicamente, veo la tele, salgo corriendo a las nueve y media.

    Todas las tardes me prometo ir derechito a casa, escribir un rato, hacer ejercicio, repasar las clases de ruso o de italiano y mil etcéteras que no vienen del todo al caso. PEEEEERO…. sí, adivinan ustedes: fallo también miserablemente por las tardes.

    No es realmente una tragedia (excepto porque peso ya mil ochocientos kilos y llevo sólo página y media de mi proyecto de novela onda «La Guerra y la Paz»), pero me hace dudar de mi capacidad de organización.

    Ni modo: no todos traemos agenda integrada, me digo cuando analizo mis «áreas de oportunidad» (no soy organizada, pero sí aprendí jerguita isonuevemil para despistar al enemigo). Y entonces me pongo a buscar en la red una bonita agenda que supla la que dios no me dio (léase en tono de Sara García), pero me distraigo con cualquier cosa en la red (el facebook, fotos de gatitos, neopets… ¡incluso pasé una tarde entera en whiskas.com.mx!)

    Y bueno, ¿qué le vamos a hacer? Quizá en el fondo no es que sea yo desordenada, sino que tengo un fuerte arraigo a mis tradiciones. O a lo mejor todo radica en que, en realidad, estoy muy a gusto. O que gasto toda mi energía en ser ordenada en la oficina (donde tampoco hago ejercicio, por supuesto).

    En fin. La verdad es que ya me estoy distrayendo… y como no quiero dejar esta nota eternamente en el limbo de los borradores, mejor les comparto la letra y un video harto ad hoc a la ocasión: en versión de Heavy Nopal (que es la primera que yo conocí), una muy bonita y triste pero alegre rola de Rockdrigo González.

    Y dice….

    Cabalgo sobre sueños, innecesarios y rotos
    prisionero iluso de esta selva cotidiana
    y como hoja seca, que vaga en el viento
    vuelo imaginario, sobre historias de concreto.

    Navego en el mar, de las cosas exactas
    muy clavado en momentos de semánticas gastadas
    y cual si fuera una nube, esculpida sobre el cielo
    dibujo insatisfecho, mis huellas en el invierno
    ya que yo:

    No tengo tiempo de cambiar mi vida
    la máquina me ha vuelto una sombra borrosa
    y aunque soy la misma tuerca que han negado tus ojos
    sé que aún tengo tiempo, para atracar en un puerto de amor.

    Camino automático, en una sombra de estatuas
    masticando en mi mente las verdades más sabidas
    y como lobo salvaje, que ha perdido su camino
    he llenado mis bolsillos, con escombros del destino.

    Sabes bien que:
    Manejo implacable mi nave cibernética
    entre aquel laberinto de los planetas muertos
    y cual si fuera la espuma de un anuncio de cerveza
    una marca me ha vendido la forma de mi cabeza
    ya que yo:

    No tengo tiempo de cambiar mi vida
    la máquina me ha vuelto una sombra borrosa
    y aunque soy la misma tuerca que han negado tus ojos
    sé que aún tengo tiempo, para atracar en un puerto de amor.

  • Es raro esto de mudarse

    Viví 16 años en un mismo lugar (la casa del Centro, de la que ya les he contado). Un día, nos fuimos mi hermano y yo de vagaciones a Acapulco -con una tía- y cuando regresamos, ¡estábamos mudados!
    Así que vivì 12 años en la nueva casa, la de Iztapalandia (donde al principio el silencio era tan profundo que me espantaba el sueño) y me casé.
    Vivimos un ratito en el depa que Alberto tenía rentado en la Roma y nos mudamos de nuevo, a donde estamos desde hace casi cinco años.
    No soy muy de mudanzas, la verdad. Yo con gusto seguiría en la casa del centro, pero era imposible seguir ahí: no había modo de comprar y arreglar el edificio que finalmente se cayó.
    De la misma manera, yo no me habría mudado de blogger por gusto: siete años duró ahí este blog, y el único cambio (de rax.blogspot a rax2.blogspot) se debió a un accidente.
    Pero wordpress es cosa bonita y los sitios web regalados deben aprovecharse. Y más cuando le levantan falsos al blog de uno (estuvo unos días etiquetado como fuente de maldad o algo así).
    Así que aquí estoy.
    .
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    .
    Sería lindo decir que ahora voy a escribir más seguido, más bonito, más correcto; pero no creo en las resoluciones de fin de año -y menos las de fin de agosto-. Lo que sí puedo decir es que, cuando escriba, lo haré con gusto.
    Y que seguiré poniendo acá mis elucubraciones zombiescas, por supuesto.
    Y que tengo hambre (ya sé que no tiene que ver, pero yo no tengo la culpa de tener hambre).

  • No de aguilita, ¡por favor!

    (Esta nota habla de baños públicos y miados; pero no es especialmente asquerosa)

    Estaba en el Palacio de Bellas Artes y tuve que entrar al baño. la fila era inmensa (cómo se nota que la mayoría de los arquitectos son hombres: casi todos los edificios tienen baños planeados para alguien que sólo va a bajarse el cierre y descargar en 30 segundos las penas de su alma) y hube de aguardar pacientemente. Pero aguardar implica dejarse las orejas puestas, así que me resigné a la sinfonía de pedos, pujidos y comentarios diversos que se dan en los baños (no es como para espantarse o decir «yo no, nunca», ¿verdad?).

    En fin. la cosa es que pasó al baño una mujer con una niña de unos 7 años. Y ya que cerraron la puerta del privadito, escuché a la mujer decir: «ya sabes, no te sientes». ¡Qué ganas de darle una patada en la bocota! Porque luego entra una al baño y se topa con salpicaduras dignas de borracho en garibaldi. Y todo porque algunas mamás irreflexivas le enseñan a sus hijas a hacer «de aguilita», quesque por higiene.

    La cosa, mis estimadas damas, no funciona así: un bicho no se les va a pegar por sentarse en el excusado. Tampoco a sus hijitas. El bicho hará su aparición si dejan sucio «aquellito» o, quizá, si, por ejemplo, se embarran sin querer con un charco dejado por el aguilita previa.

    Ahora bien: si piensan que pueden pescar así un hongo o una bacteria, o si les gusta la emoción de flotar a 10 centímetros de la taza, no seré yo quien las juzgue. pero ¡por favor! así como enseñan a las niñas a salpicarlo todo, enséñenles a limpiarlo luego.

    Grrr.