Categoría: Varia invención

Todo lo que no cae en otras categorías. O bien: pura loquera.

  • Casa Gándara

     

    Bonita, ¿no? Esta es la casa de la familia materna de mi abuela materna. Gente con una historia cotorrísima, ja.

    Resulta que la familia de la Gándara era la más pesuda de todo Apizaco antes de la revolución. Eso que se ve en la foto es la casa/tlapalería/tienda de todo, donde lo mismo se compraba comida que botones que medicinas y yo no sé qué más.

    El tío abuelo de mi abuela, don Federico, era un español primera generación en México, grandote y rubio, ojiverde y con buen feeling para los negocios. Tuvo cuatro hijos (luego les enseño una foto): una se hizo monja, y se la llevó la bola; otro se hizo wey, y se lo llevó el río; otro se hizo viejo y murió en su cama y el otro… no sé. La historia no dice nada del otro hijo de don Federico.

    Mi bisabuela era sobrina sanguínea de don Federico, pero era como ‘la parienta pobre’, tantito porque era pobre, efectivamente, y tantito porque su mamá era francesa. Y judía. Como que don Fede no le perdonaba a su hermano Alejandro que se hubiera casado con una aventurera. Y la que se jodió fue mi bisabuela, Luz, porque ni era judía ni era francesa, ni era española, ni era mexicana y lo peor de todo, ni era rica. Quién le manda ser indefinida, ¿no?

    Ya pasado el tiempo, don Federico empezó a tratar bien a Luz. A fin de cuentas, vivían en el mismo pueblo y llevaban el mismo apellido a medias (mi bisabuela se apellidaba de la Gándara Saúl-Tomas). Y luego, cuando la vida empezaba a sonreírle a doña Luz… ¡que se casa! Con un fulano de apellido Shaves, transformado en Chávez por las eficientes secretarias del registro civil. Huy, oprobio y vergüenza. Pa colmo el fulano era militar (el ‘fulano’ viene a ser mi bisabuelo; no tendría yo que ser tan irrespetuosa, verdad?). Tons, don Federico volvió a darle la espalda a Luz. Ella puso un restaurante y tuvo tres hijas: Lupe, Esther y una chiquitilla cuyo nombre escapa a los archivos históricos.

    Y que cae la Revolución. Horror y más horror. Porque don Fede era rico y español, porque Luz era mujer de un federal judío que cada 15 de septiembre llevaba a sus hijas al desfile en honor de don Porfirio.

    Y empezó el caos. Don Federico escondió su tesoro, decían, y decían bien. Pero de poco le sirvió, porque la tienda quedó en bancarrota después de que bandos y bandos de revolucionarios pasaron haciendo inválido el dinero del grupo anterior y ‘comprando’ con billetes que a la semana servirían para la estufa y nada más.

    Lo peor fue que el hijo ya estaba muerto (de veras se ahogó en el río) y la hija ya estaba desaparecida (de veras se la llevaron los revolucionarios), así que don Federico no llegó a ver la paz social de la que tanto nos enorgullecemos (ja).

    Mientras, mi bisabuela dejó en un hospicio metodista a sus tres hijas (porque el marido murió, pero eso ella no lo supo sino tiempo después, como veremos más adelante si no me da hueva primero).

    Cuando supo que el marido había muerto, cuando se calmó un poco el bisne (para entonces vivía en Real del Monte), fue por sus hijas y nomás había dos. La chiquita no estaba. Misterio. Y la grande, o sea mi abuela, ya traía el virus del metodismo. Qué le hacemos.

    Cuenta mi abuela que en los primeros días de revolución ella y su hermana Esther jugaban a la carnicería con pedazos de caballo muerto. No lo dudo…

    Mientras, la casa de la Gándara se le quedó a Óscar, el hijo vivo. Este cuate se pasó la vida entera comprando maquinitas ‘para encontrar tesoros’, porque su papá se murió con la mala educación de no decir donde enterró su lana, si es que realmente la había enterrado.

    Así que lo poco que quedaba de la fortuna de la Gándara se fue en psíquicos, detectores de metal y cosas por el estilo. Total, hubo que vender la propiedad.

    Óscar se quedó con nada, supongo. Bueno, con un hijo y una esposa.

    Lo que le pasó a mi abuela y a sus hermanas se vuelve tortuoso y se aleja cada vez más de la familia de la Gándara. Mi abuela se casó con un militar carrancista que era además médico y pastor metodista (si alguien puede, que me lo explique) que para más datos, peleó en la misma batalla en la que murió Chávez.

    Mi tía abuela Esther se fue con los zíngaros a los 14 años y regresó sabiendo leer el tarot, viuda y con dos hijos, todo antes de cumplir 17.

    A la chiquitilla perdida la encontraron años después, convertida en Laura Baque, esposa de un famoso torero.

    Mientras, los que compraron la casa de la Gándara, mexicanos favorecidos por la revolución, decidieron tirar el escudo, ese león que se ve hasta arriba del frontispicio. ¿Es cruel o divertido saber que, en ese león, encontraron los doblones de oro del difunto don Federico? A Óscar no le hizo nada de gracia. A los nuevos dueños tampoco, porque el INAH confiscó el tesoro.

    El último de la Gándara, el hijo de don Óscar, no quería saber nada de tesoros, títulos y consanguineidad con los Borbón (que si antes era como muy ‘acá’, y presumían en todo momento, en los cuarentas era motivo de choteo). Así que se dedicó a otros negocios, se compró una moto y fue feliz hasta que se mató con la moto. Se embarró contra un edificio…

    Un premio si, de todos los edificios de Apizaco, adivinan ustedes en cuál se fue a estrellar.

  • Mi lentitud

    In memoriam Dani JM

    Andamos todo el día corriendo, de un lado a otro, como si tuviéramos mucha prisa. Como si la importancia de la gente se midiera en el número de entradas que tiene su agenda. Andamos por el mundo pensando que somos indispensables para todos los negocios, y por eso tenemos dos celulares, un bíper y seis palomas mensajeras, que dejamos prendidos mientras nos asomamos al cine ‘no vaya a ser que una emergencia se presente’… como si todos fuéramos ginecólogos con ocho pacientas parturientas. No vemos una peli completa sin checar si hay mensaje nuevo, revisamos el email cuarenta y siete mil veces al día, planeamos con una semana de anticipación los cinco minutos de descanso que nos vamos a dar (y no los disfrutamos, porque esos cinco minutos los pasamos pensando en los pendientes que se acumularán mientras tanto).

    Vida frenética de ciudad. Nos desespera ir al campo y no poder someter al sol y a la lluvia a nuestros horarios estrictos. Mejor quedarnos flores de asfalto, prendidos al reloj y a los otros gadgets que nos permiten estar comunicados.

    No falta mucho para que nos implanten un chip de posicionamiento global, para que no importa donde andemos, seamos 100% localizables. ‘Por si me raptan’, diremos falsamente consternados. Pero la verdad es que el regodeo de sabernos tan importantes que debemos estar siempre de prisa, siempre al alcance (¿de quién? ¿de nuestros asistentes y empleados que no pueden tomar una decisión sin nosotros?) tiene muy poco que ver con los secuestros.

    Antes no era así. Hace diez años no era así (no es necesario viajar a la prehistoria: la prehistoria viene con nosotros a cada paso). Yo podía meterme en un parque a la una de la tarde y perderme, dejar afuera el mundo, rodando, mientras adentro sólo había un silencio compuesto de trinos ocasionales, de aislados ladridos, de tímidos crujidos de ramas.

    El parque todavía existe. Sigue teniendo sus columpios y sus poquititos niños. Sus naranjas y sus colibríes.

    Se entra por un portón enrejado y se atraviesa un pasillo flanqueado por bambú. Cuando llegas a la mitad del caminillo, ya no se escuchan los autos de fuera. Sigues avanzando. La fuente, las bancas, los caminillos que se cruzan, el aire puro. Sin querer hay que respirar más despacio, porque aire de ése no en todos lados. Es aire gourmet. Ni en las barras de oxígeno lo tienen tan puro y sabrosito.

    Lo curioso es que al respirar más despacio, el corazón también se alenta. Del punchis punchis acelerado pasamos a un sonido de tambores africanos en melodía de amor. Se siente en las venas, en las arterias. Si cierras los ojos, puedes seguir una descarga de sangre por todo su recorrido y conocer tus dedos, tu páncreas, tu garganta. Detenerte en las sensaciones del dedo chiquito del pie izquierdo, o en la textura de la rodilla.

    En mi caso, al abrir los ojos, cuando tengo suerte, alcanzo a ver de refilón una figura casi imaginaria, acompañándome, pero siempre a un paso de mi campo de visión. No se va mientras sigo en el parque, en los columpios, en el pasto húmedo de rocío. Me acompaña a acariciar a los gatos del lugar, a buscar tréboles de tres hojas (son más fáciles de encontrar que los de cuatro: ¡qué buena suerte!).

    Mi amigo Daniel, antes de ser tragado por la vorágine de cierta compañía telefónica española (cuando tenía tiempo libre para escribirme mil cartas, a mano, en las que me contaba cuentos y le cambiaba el final a cuentos míos), mi amigo Daniel, decía, le llamaba a esa sensación ‘su lentitud’. Creo que es el término adecuado.

    (Suena el teléfono: es Alberto, la gatita tuvo un accidente. La sangre vuelve a latir a mil por hora, mi lentitud escapa por la ventana. Es algo tan frágil… ya concluiremos con eso otro día).

  • Buen día

    Y con todo el cinismo que me caracteriza, llegué a casita a dormir (luego de dormir toda la mañana, bloguear, comer e ir a la presentación de un libro de Pablo Soler Frost). Me acosté y uno de mis gatos se me echó encima. El infeliz. Ya leyó en mi blog que no me molesta que me transfieran sus visiones para que yo las sueñe, y ahora quería comenzar antes de que me quedara dormida. Está bien el encaje, pero no tan ancho.

    Pero me quedé pensando en todas las posibles aplicaciones de esta forma de transmitir los sueños. ¿Qué pasaría si las hormigas se enteraran? ¿Y los ratones? ¿Y las palomas? ¿Seríamos más sabios por conocer sus puntos de vista, o nos aterraríamos al darnos cuenta de cómo nos ven?

    Creo que lo más extraño sería que las plumas fuente y las latas de cerveza pudieran transmitirnos sus pensamientos. Serían sueños pocamadre, con punto de vista subjetivo de lata o pluma, sipis, pero… ¿qué tal si luego se engolosinan y deciden que les gustamos más dormidos? Hmmm… Sería una especie de Matrix, pero en vez de super máquinas, las dueñas del mundo serían las plumas fuente…. hasta que se acabara la tinta, claro. Entonces nos succionarían la sangre. Y el mundo estaría comandado por plumas fuente-vampiro, que tendrían a los humanos en cápsulas-tintero, haciéndonos soñar sus aventuras en un mundo que les pertenece pero que no pueden ver…

    Mientras tanto, supongo, los gatos iniciarían una revuelta. No se emocionen, cat-lovers: no sería por amor, sino porque estarían hartos de cazar ratones al no haber quién les abra las latas. Ante semejante situación, los ratones se volverían los aliados naturales de los gatos. Y se dedicarían a despanzurrar plumas fuentes, a mordisquearlas, a doblarles las puntas. A engañarlas y hacerlas rotular millones de invitaciones a bodas.

    Finalmente ganarían los gatos porque me gustan más que las plumas (difícil elección: si las plumas fueran peluditas y ronronearan, habría sido un empate). Despertaríamos poco a poco y muchos morirían del susto al ver tantas paredes grafiteadas con una caligrafía perfecta en tinta de sangre.

    Finalmente, me levantaría yo de la cama: 7.01 am. Iría a prender la compu e, inmediatamente, a darle su lata y su leche a Bickman y a la Cuca. Lo que me recuerda que eso es justo lo que tengo que hacer ahora…

  • PD. Los ultras, 2

    Al rato posteo una foto de un gato en el ombligo. Mientras, un pensamiento aislado:

    Leía el periódico, con comentarios de ‘gente importante’ que dice que no importa que se graven los medicamentos porque ‘Los pobres no compran medicinas’. Hijosdelá. Pero lo curioso fue que lo primero que vino a mi cabezoa en esos momentos fue: «Hay blogs que hoy me da miedo leer». Creo que prefiero no saber qué piensan algunas personas al respecto (¿Los pobres tienen lo que se merecen, por pobres? ¿En México no hay pobres, hay mexican curious? ¿Las medicinas son para las personas que saben enfermarse con elegancia, como la Dama de las Camelias?). Espanto, horror. Tristeza porque no sólo las personas ‘importantes’ del país hacen todo lo posible para que se sostengan esas creencias.

    Y bueno, yo me pregunto… quien nunca ha visto ‘un pobre’, puede decir que los pobres son felices así. Pero nosotros los jodidos, que no podemos ahorrar, que no podemos irnos de viaje cada fin de semana, que no podemos enfermarnos fuera de calendario… ¿con qué cara podemos defender esas ideas?

    Ora sí tantán. Hora de comer.

  • Buenos días: ¿ya amaneció?

    a Rasabadú

    Ya sé que son las cuatro de la tarde, pero es que me pasé la mañana durmiendo. La traía atrasada.

    Según un estudio de la Secretaría de Salud, las mujeres mexicanas duermen menos del 70% de lo que necesitan dormir. Pior si tienen hijos. En cambio, los hombres (incluso los papás) duermen arriba del 75% de lo que deberían. Algo así dice el estudio. Está canijo, ¿no? Porque eso explica en parte la depresión, el agotamiento crónico, la muerte prematura, etc, etc, etc.

    Hay que dormir de vez en cuando. De preferencia, hay que soñar. Aunque sean pesadillas, que luego se pueden convertir en películas de horror que nos hagan millonarios (ajá).

    A mí me pasa algo curioso: de día no sueño, aunque duerma profundo. De noche tengo sueños de todo tipo. Uno de mis favoritos fue en caricaturas. Tuve otro en inglés, con todo y subtítulos. Y pesadillas, he tenido algunas realmente macabras.

    También hay personajes y lugares que en mis sueños son muy familiares, pero que en la vida real no existen. Mis gatos visitan con frecuencia mis sueños: supongo que mientras duermo se sientan a los pies de mi cama… se concentran, mirándome fijamente… y me mandan las imágenes de sus cabecillas locas para que aparezcan en la mía. Estoy casi segura, porque cuando sueño a mis gatos, los colores son diferentes, las proporciones varían, y lo que me angustia no es lo que me preocupa cuando estoy despierta. Y abro los ojos para encontrarme a uno o dos de esos seres peludos en mi regazo.

    Pero sé que, de hacerlo, lo hacen en buena lid, así que no me enojo.

    Lo que más me aterra soñar es al doble maligno de la gente a la que quiero. El sueño más extraño a ese respecto va así:

    Estamos en la sala de mi abuelita, viendo la tele. Tocan a la puerta y yo me paro a abrir. Afuera está mi hermano, pero no es mi hermano: tiene la piel pálida, la cara estirada en una sonrisa extraña y las encías blancas. Pienso que está enfermo, porque afuera hace frío, y cuando giro para decirles a los de adentro quién está afuera, veo a mi hermano, mirando la televisión, mejillas sonrosadas, sonrisa de niño. Entonces grito, y despierto en medio de la oscuridad.

    Mi grito atrajo a mi madre. Se sienta a mi lado, me dice que todo está bien, que fue un sueño… pero algo en su voz me dice que ella no es ella. Prende la luz y la veo: pálida, sonrisa extraña, encías blancas. Vuelvo a gritar y esta vez sí despierto. Brrr.

    También sueño a menudo con el fin del mundo (la colita de una educación religiosa no del todo sana, me temo) , con invasiones de otros mundos (recuerdo de mi planeta de origen) y estancias forzosas en campos de exterminio. Sueño que vuelo y que vivo en una casa que no es la mía. Sueño a mis muertos y a mis vivos.

    En fin.

    El caso es que dormí desde medio día hasta ahora. Me gustan los miércoles por eso: son mi día libre y no tienen aire de domingo. Pero es hora ya de comer. Y mañana, que debiera ser día de trabajar en casa, entraré al canal a las 9.30 am. Un programa sobre ‘El arte de la seducción’. Creo que va a estar chiro.

    ¡Dulces sueños!