Autor: Raquel

  • De premios y becas

    De premios y becas

    Les cuento que pedí la beca del Sistema Nacional de Creadores (que es una institución importante acá en México)… y no me la dieron. No lo vengo a contar como queja, ni para buscar consuelo. Mucho menos para criticar a quienes la recibieron o a quienes las otorgaron (es muy feo eso de etiquetar como ilegítimo a un recurso cuando no nos toca y considerarlo prístino y correcto cuando sí somos los beneficiarios). Se los vengo a contar porque creo que es útil visibilizar también los rechazos, los tropiezos, los momentos en que las cosas no salen bonito. Porque en las redes solemos poner sólo los logros, y quien tiene una mala racha o va empezando se siente peor al pensar que es un fracaso en medio de bandita exitosa (pero ojo, es sólo una percepción torcida, generada por el funcionamiento de las redes y de nuestras emociones).

    Supongo que habrá gente que sí mete jonrón cada que batea, y qué chido por esa gente. Pero en mi caso, sí son más los intentos que los logros (premios que no gano, becas que no me dan, libros a dictamen que no son aceptados, etcétera), pero creo que el chiste está en seguir intentando, corrigiendo borradores, mejorando solicitudes, puliendo proyectos… Y reconociendo los méritos de quienes obtienen cada vez el logro en cuestión. Por ejemplo, de las becas del sistema de este año, obviamente no conozco a todos los beneficiarios, pero de los que conozco (por solo haberlos leído o por tener contacto más cercano), no hay uno que pudiera yo pensar «se la hubieran negado para dármela a mí». De ninguna manera.

    Y qué bueno que existan estos estímulos a la creación y que sean tan reñidos.

    PD. Y claro, se siente gachito y una se decepciona y hay días en que no dan ganas de volver a intentarlo, pero eso también es parte del proceso. A mí me funciona darme un rato para tristear, luego hacer cosas que me suban el ánimo y ya más adelante… volver a intentar.

  • La gira del reencuentro

    La gira del reencuentro

    Ayer le celebramos el cumpleaños a Alberto y fuimos a desayunar rico y a pasear por el centro de la ciudad. Estuvimos en el Museo Franz Mayer y vimos una exposición muy interesante de Pierre et Gilles, una pareja y equipo de artistas franceses que tienen como ¡cincuenta años! de hacer retratos juntos. Retratos muy locos, además, todos recargados (intervenidos: Pierre los toma y Gilles pinta sobre ellos) y con marcos loquísimos, a veces dorados y a veces como de caramelo. Nos acompañaron nuestra querida amiga Atenea Cruz (¿ya leyeron sus cuentos?) y Alex, un amigo de toda la vida de Alberto.

    Y luego, saliendo, él nos tomó la foto que se ve arriba. La verdad es que en ese momento estábamos cansados y teníamos mucha hambre, pero ¿a poco no parecemos una banda de dark? A lo mejor para la gira del reencuentro.

    Aquí les dejo unas fotitos de los retratos de Pierre et Gilles. ¡Una escándala!

  • Día de limpieza

    Día de limpieza

    Ay, ay, hacía más de un año que no escribía nada en este sitio. Lo siento mucho, pero la verdad es que hemos tenido un año bastante malo en cuanto a salud y acontecimientos a nuestro alrededor. Ya más o menos nos estamos recuperando, y por eso estoy aquí, pero nos fue tantito mal, o más que tantito.

    La de arriba soy yo, claro, en compañía de mi papá y de su esposa. La foto la tomó Alberto, mi propio esposo. Con esto quiero decir que mi familia sigue aquí y eso me tiene aliviada y contenta.

    Con ayuda de Alberto, estoy revisando este sitio y tratando de darle una limpiadita. Ahí voy, y espero ir publicando más, aunque sea de tanto en tanto. También me pueden encontrar de vez en vez en las redes y, sobre todo, en el boletín de correo electrónico que Alberto y yo hacemos. Se pueden suscribir gratis y recibirlo en su correo electrónico en esta página, o aquí directo:

    El boletín se ha vuelto un complemento de nuestro canal de videos (que sigue como siempre) y la mejor parte es que no depende del algoritmo de una red social.

    Para acabar, esta es la gatita Romy, que ya está más grandecita que en la foto de la portada, pero sigue siendo toda una princesita…, excepto cuando le da por mordisquear el brazo de Alberto, como se puede ver, o la cabezota de su hermano Chacho. Pero sabemos que lo hace jugando.

    Y, bueno, aquí sigo, y me dará mucho gusto saber de ustedes, si se animan a venir hasta acá. ¡Muchas gracias por leer estas palabras!

  • Muchas cosas, ¡huuuuh!

    Muchas cosas, ¡huuuuh!

    1. Enfermalandia. Los últimos años han sido complicados para Alberto y para mí. Nada que pueda considerarse irremediable o fatal, pero igual ha sido un rollo lidiar con el paso del tiempo, que se traduce en achaques varios y pérdidas de todo tipo. El impacto más profundo llega con la muerte de seres queridos y admirados, cercanos o no; pero las pérdidas relacionadas con el envejecimiento también van dejando su contribución y, a la larga, son desgastantes. Y que conste que no es queja, porque a pesar de todo hemos tenido a nuestro alrededor a personas maravillosas que nos han echado más que la mano en momentos más que difíciles. Como se suele decir, «ustedes saben quiénes son» y tienen un sitio VIP en nuestros corazoncitos.
      En todo caso, lo que acabo de escribir es apenas una introducción a lo que me ha dado vueltas en la cabeza en los últimos tiempos: cómo cambia la cotidianidad cuando uno recibe un boleto para un viaje sin escalas a Enfermalandia. Ayer estuvimos Alberto y yo todo el día en el Instituto Nacional de Neurología y, mientras esperábamos a que mi trámite avanzara, pasé de la autocompasión a la autodeprecación y de regreso (y por muchas otras fases emocionales a las que se enfrenta una cuando no está permitido usar el celular en una sala de espera y, tontamente, no se lleva ni una libreta ni un libro y sólo queda observar alrededor). «Pobrecita de mí que estoy acá y no en otro lado» se convirtió en «Pobrecito de Alberto que está acá en vez de estar atendiendo sus asuntos» y luego en «Qué ingratitud la mía que me estoy sintiendo mal cuando esta persona a la derecha está obviamente en una situación mucho más complicada que la mía» para llegar al «Ay, ojalá nunca me toque estar en una situación como la de esta persona a la izquierda o como la de la persona a la izquierda de ella, que es quien tiene que cuidarla». Al fin medio terminamos el trámite y me dieron una cita para dentro de mil millones de años -justo un día que ya tenía ocupado en la agenda, pero ps ni modo de decir «ay, no puedo ese día, ¿no me lo cambia?». Y entonces me di cuenta de que cuando uno está en Enfermalandia todo lo que era uno antes de entrar realmente no importa, porque el diagnóstico no se hace a partir de tus lecturas favoritas, lo cargada que esté tu agenda o tu grado de estudios; y no importa cuánto te apapache y consienta la gente que te quiere, hay momentos en que no hay más que plegarse a la maquinaria bien aceitada de un sistema eficiente pero sobrecargado -y ni me quejo porque en verdad que sé lo afortunada que soy al poder mirar a mi alrededor y pensar y reflexionar sin que un dolor permanente me nuble la razón, como a la persona que estaba adelantito de mí, que me hacía pedazos el corazón con cada gemido. Y es que ser ciudadano de Enfermalandia a veces es como tener doble nacionalidad y nada más vas cada cierto tiempo, pero hay quienes lo tienen como trabajo de tiempo completo -un trabajo ingrato porque no paga-; y cuando estás ahí no importa lo compleja que sea tu identidad ni las muchas facetas que tenga, porque tu rol de persona enferma o de «pariente responsable» absorbe todo lo demás y mientras estés ahí, eso eres (y asumen que con sólo serlo te vas a aprender todos los protocolos y se te va a actualizar el chip con el mapa exacto del instituto, sus horarios y los reglamentos de cada área).
      Ay, pero entonces, como decía, terminamos con nuestro trámite y sí, somos afortunados porque el presupuesto nos permite tomar un taxi en la puerta del Instituto y mi estatus como ciudadana de Enfermalandia no me impide platicar con el taxista y hasta sentirme halagada cuando pregunta quién de los dos es el Paciente y que cuando le digo que yo él agrega que no lo parezco paciente, que me veo muy bien. (Ya después pienso que eso es parte del problema para muchos ciudadanos de Enfermalandia: que si no tienes cara de serlo, la gente no te trata con condescendencia -lo que es bueno- pero tampoco con comprensión o paciencia -lo que es bastante malo- y a veces hasta te toca un trato violento porque piensan que estás tratando de hacer trampa si te sientas en el lugar para personas con discapacidad porque «no tienes cara de enferma».
    2. Por otro lado, aunque mi relación con la escritura no ha sido tan fructífera como en otras épocas, estoy muy contenta porque ayer salió en Spotify el tercer episodio de un podcast de ciencia ficción que escribí para la editorial Loqueleo. Muy libremente basado en Los hijos del Capitán Grant y con sinceros homenajes a varios autores del siglo XIX y del XX (en especial a Artrhur C. Clarke), fue una experiencia padrísima, desde la planeación (donde Alberto me guió en el worldbuilding de una manera maravillosa), hasta la producción (con actores de voz increíbles y un trabajo formidable del estudio Chicas Ruidosas), pasando por una edición súper cuidadosa de Elena Bazán (quien, además de editar, llevó control de los tiempos de entrega y producción, el casting y mil detalles más que uno ni se imagina cuando escucha un podcast).
      Y bueno: cada semana sale un nuevo episodio de los diez que conforman El corazón de la Vía Láctea, y los anteriores se quedan ahí disponibles, así que pueden escuchar completa esta historia de aventuras en el espacio, amores complicados por la hormona adolescente y satélites terraformados en este enlace: https://open.spotify.com/episode/7oZAmzqA3anXvjKwKPEGhg?si=5ebbcdec860d4e29
    3. Hice una pausa para ir a comer y cuando volví a esta nota, descubrí con espanto que ya no me acuerdo qué otras cosas les quería compartir. ¿Algo sobre los talleres que estoy dando? ¿Sobre mi cumpleaños, que será la semana que viene? ¿Algún chisme acerca de Pulgas y Morris o con respecto a unos gatitos que se han estado filtrando de forma extraña en algunas fotos mías y de Alberto? Misterio. Si me acuerdo, vengo y les cuento.
  • Regalitos navideños

    Regalitos navideños

    Alberto (mi esposo) me ha estado insistiendo en que publique más en este sitio. Como es la época navideña, le hago y caso y les dejo unos regalitos virtuales, para que se entretengan un ratito.

    1. Este es mi cuento navideño de monstruos: se titula «La cosa carmesí» y apareció hace un par de años en Milenio.
    2. Y esta es la música de mi nuevo libro, Playlist, en una lista que pueden escuchar en YouTube o en Spotify.

    ¿Ya les conté de mi nuevo libro? ¿No? ¡No le digan a Alberto que no lo he hecho todavía!

    Y que pasen muy lindas fiestas.