¡Qué difícil es esto de escribir sobre personas que fueron importantes en tu vida y que aún lo son en el recuerdo! Personas que elegiste como familia y que pensaste que estarían siempre ahí, que nunca se apartarían de ti o tú de ellas. Y es difícil porque aquella certeza fue en realidad un espejismo; pero el dolor de la ausencia, de la pérdida, de la desilusión, es real. Vaya que lo es. Aunque sepas que no hay culpas (o bueno, que no hay tantas) sino responsabilidades compartidas.
Y es que desde el principio cada quien tenía un camino único, y aunque pareciera que lo compartías con ellos, esa compañía ya estaba destinada a ser temporal. Claro que uno no lo nota, en parte porque para eso de la vida no hay una ruta de Waze preprogramada (¡y menos cuando todavía no sabes ni qué quieres hacer con tu vida!), y los amigos con los que sigues hasta el fin de los tiempos no tienen una señal que los distinga de los que sólo van a estar parte de la ruta…
Además, cuando comienza el distanciamiento uno casi ni lo nota: de pronto es más difícil hacer coincidir las agendas (¿desde cuándo empezaste a poner a esa persona en la agenda? ¿no era antes como el sol, que está ahí diario sin necesidad de programarlo?) y luego, «de repente», te das cuenta de que hace mil años que no sabes nada de su vida (lo que pone en Instagram y Facebook no cuenta como «saber de su vida»; ¿o qué ya no te acuerdas cómo era lo de compartir de verdad el corazón?).
Entonces surge la gran pregunta: ¿Quién traicionó a quién? O al menos espero que lleguemos a esa pregunta y no nos quedemos en ¿Por qué me abandonó?, que es una etapa previa pero todavía más egoísta. Y es que, con un poco de suerte, lo cierto es que nadie traicionó a nadie (aunque ya sé que hay cada caso…). O, si prefieres, fue la vida la que traicionó a todos los involucrados. O mejor todavía: fue nuestra ignorancia sobre cómo funciona la vida la que nos hace sentir que hay una traición donde lo único que hay es el paso normal del tiempo en una sociedad que nos enseña a ser el centro de nuestro mundo y esperar que sean los demás los que se adapten a nuestras circunstancias (me quedé sin aliento al decirlo de corridito).
Pero mientras menos nos estacionemos en esa pregunta, mejor. Y en vez de esperar una disculpa, ya podríamos simplemente rescatar lo mejor de los recuerdos y pasar a lo que sigue. Espera, lo refraseo: ya podríamos admitir sin remordimientos que hace mucho que pasamos a lo que sigue y que está bien que ellos también lo hayan hecho. Que han llegado y seguirán llegando nuevas amistades y que muchas de ellas también se irán (y que nosotros también nos iremos) y que está bien que lo hayan hecho. Que aunque de pronto te encuentres a alguno de ellos o se escriban por inbox después de algún like a alguna foto antigua, es muy poco probable que ese «hay que vernos» se concrete en un encuentro, y que si éste se da (wonder of wonders, miracle of miracles!), el «ahora hay que hacerlo más seguido» es una forma muy cabrona de retar al universo o de querer agitar al diablito de los resentimientos. Buena suerte con eso.
Claro que, como ya dije de pasadita, hay otras amistades, esas que llegaron para quedarse (aunque las veas sólo muy de vez en cuando). Pero esas son la excepción y no la regla. Así que en vez de resentir que la mayor parte de los amigos no son como este puñado de relaciones excepcionales (y que conste que lo excepcional es la relación, no la persona: no se trata de una virtud individual sino de una combinación afortunada, lo que Bob Ross llamaría un accidente feliz)… en vez de andar de resentidos, digo, disfrutemos el rato que podemos gozar de la gente que está ahora con nosotros. Y démosle un like de tanto en tanto a esos antiguos amigos, agradeciéndoles lo que, en su momento, nos hicieron sentir, y dejándolos seguir su camino en paz y sin reproches. En silencio, sugiero; porque mandar un mensaje de «hola, quiero avisarte que ya entendí que ya no somos amigos así que vengo nada más a despedirme», suena más bien a ganas de seguir en el enganche y pelear un poquito, digo yo. Y eso, ¿como para qué?
Para hacer un regalo en esta temporada, decidí hacer algo nuevo en este sitio. Traduje un artículo del Washington Post acerca del origen de las luces navideñas, que yo no conocía y es una historia apasionante. Aquí se los dejo, con algunas notas escritas por mí e ilustraciones para complementar la historia. ¡Ojalá les guste, y felices fiestas!
Luces de Navidad — traídas a usted por un judío del mundo musulmán
Los judíos del Imperio Otomano fueron pioneros en el mercado de luces navideñas hace un siglo, pero el nativismo, el antisemitismo y la islamofobia oscurecieron esta historia.
Perspectiva por Devin E. Naar*, publicado en The Washington Post el 21 de diciembre de 2022
Traducción y selección de ilustraciones de Raquel Castro, como regalo para desearte felices fiestas en este invierno 2022.
Los estadounidenses gastan más de quinientos millones de dólares anuales en 150 millones de unidades de luces navideñas importadas. U.S. News & World Report clasifica las mejores pantallas de luces navideñas. Y el reality show de ABC «The Great Christmas Light Fight» estrenó recientemente su 10ª temporada. Las luces navideñas, en resumen, no solo son omnipresentes sino también fundamentales para la cultura estadounidense.
Pero no siempre ha sido así. El hombre al que se le atribuye la popularización de las luces navideñas a principios del siglo 20, Albert Sadacca, nunca había celebrado la Navidad. De hecho, era un judío del mundo musulmán.
Cómo Sadacca (1901-1980), sus hermanos y otros judíos del Imperio Otomano fueron pioneros en el mercado de luces navideñas hace un siglo revela un lado oscuro de su historia, uno moldeado por el nativismo, el antisemitismo, la islamofobia y la explotación laboral. Esas fuerzas han borrado el trasfondo judío otomano de Sadacca de nuestra comprensión de esta festividad y las luces centelleantes que la iluminan.
Sadacca, sus padres y cinco hermanos vinieron de Canakkale, un pueblo al otro lado de Estambul, cruzando el Mar de Mármara, en el lado asiático de los Dardanelos. La familia llegó a los Estados Unidos entre 1907 y 1911, cuando el Imperio Otomano se embarcó en una década cataclísmica de guerra. Se contaban entre los 60.000 judíos del Imperio Otomano (hoy Turquía, Grecia, Siria y otros lugares) que llegaron durante el primer cuarto del siglo XX. Un pequeño grupo comparado con los 2 millones de judíos de Europa del Este que llegaron en la misma época, los judíos otomanos desconcertaron por igual a los funcionarios de inmigración y a los nuevos vecinos. Eran en gran parte los descendientes de judíos expulsados de España en 1492 que encontraron refugio en el Imperio Otomano.
Mapa de Turquía que muestra la ubicación de Canakkale
Estos judíos sefardíes desarrollaron un idioma conocido como ladino, que fusionó el español castellano con el hebreo, el turco, el griego y el italiano, que escribieron en letras hebreas. Los judíos de Europa del Este que se asentaron en el Lower East Side de Nueva York no podían imaginar judíos que no hablaran idish. En cambio, los judíos sefardíes gravitaron hacia las comunidades puertorriqueñas en Harlem, debido a la similitud de sus idiomas.
De acuerdo con las clasificaciones raciales inspiradas en la eugenesia de la época, ¿eran estos recién llegados «hebreos»? ¿O «turcos»? En cualquier caso, las autoridades de inmigración los consideraron parte de una «invasión» de «países asiáticos occidentales» que amenazaba con socavar el carácter blanco y protestante del país. Algunos se vieron atrapados por las leyes de inmigración que excluían a los musulmanes al prohibir a aquellos que practicaban la poligamia o provenían de sociedades polígamas. Hubo encendidos debates en la prensa y los tribunales sobre si los del Imperio Otomano deberían ser elegibles para la naturalización, un privilegio disponible para aquellos considerados «blancos» por ley, siempre una categoría controvertida.
Artículo de 1912 en el New York Tribune sobre las comunidades sefardí y mizrahi de Manhattan. Fuente: Biblioteca del Congreso, EE.UU.
Los judíos otomanos, que se llamaban a sí mismos turquinos (en ladino), buscaron consuelo entre los suyos. Establecieron cafés, sociedades de ayuda mutua, sinagogas, escuelas religiosas, periódicos en ladino, compañías de teatro y organizaciones sociales y políticas en Nueva York y en ciudades de todo el país, desde Atlanta hasta Indianápolis, Los Ángeles y Seattle. En Nueva York, algunos encontraron trabajo como asistentes de guardarropa, zapateros, vendedores ambulantes de postales o concesionarios de teatro. Muchos trabajaban en la industria de la confección o en fábricas de baterías, linternas y bombillas.
Algunos turquinos de ciudades cercanas a Estambul habían trabajado como soldadores colocando tapas en latas para un manjar local: yogur. Esa experiencia les consiguió puestos en las fábricas de bombillas de Thomas Edison en Orange, Nueva Jersey, y Long Island City. En las fábricas de baterías, las condiciones eran tan terribles (con semanas laborales de 54 horas y bajos salarios) que 900 turcos organizaron una gran huelga en 1916. Se inscribieron en el sindicato de trabajadores metalúrgicos; y algunos se unieron al Partido Socialista. La primera novela estadounidense en ladino, Amerika! ¡Amerika! de Simon Nessim (publicada en 1917), dramatizó la huelga y las ansiedades y aspiraciones de los turcos durante la Primera Guerra Mundial.
Los Sadacca confiaron en su comunidad turquina, estableciéndose primero en el Lower East Side en 1911 y luego en Harlem. El patriarca, Haim, y sus hijos mayores Henri, Nissim y Leon, empezaron trabajando en una heladería mientras el joven Albert asistía a la escuela. Cuando varios miembros de la familia murieron prematuramente, la Sociedad de Ayuda Mutua Source of Life of the Dardanelles (Fuente de Vida de los Dardanelos), organizó los entierros en un cementerio sefardí en Queens.
Henri fue el primero en hacer olas comerciales aprovechando el conocimiento comunitario. El semanario ladino de Nueva York, La Amerika, lo elogió en 1916 por abrir una floristería en el paseo marítimo de Atlantic City, que rápidamente se expandió a la venta de flores artificiales, incluidas rosas sintéticas que se iluminaban con baterías. Henri patentó su invento y trasladó el negocio a la ciudad de Nueva York, donde él y sus hermanos abrieron la French Novelty Shop (tienda de novedades francesas) en el 130 W. de la calle 23. En el negocio emplearon a otros turquinos, que también invirtieron en la compañía.
Nota de Raquel: La razón principal por la cual no se popularizaron las luces del socio de Edison es que eran carísimas. Por ejemplo, hacía falta que las instalara un profesional y, según algunos historiadores, el costo de un arbolito así iluminado equivaldría a 2,000 dólares actuales. Ouch.
Fuente: biblioteca del congreso, EE.UU.
Cuenta la leyenda que en 1917, después de enterarse de un incendio devastador causado por velas colocadas en un árbol de Navidad (todavía la forma común de iluminación en ese momento) Albert exploró las mercancías en la tienda familiar y conectó una serie de luces a batería; y supuso que colocarlas en un árbol de Navidad podría crear el mismo efecto iluminado, pero de manera segura. La verdad es que el socio de Edison, Edward Johnson, ya había desarrollado un diseño similar para las luces navideñas, pero solo ahora ganó fuerza el concepto, a medida que las unidades se produjeron en masa y resultaron asequibles.
Pronto Henri, Albert y Leon comenzaron a producir cadenas de luces, primero de baterías y luego eléctricas. Además de ellos, las familias Penso, Barocas, Fintz y Levy, todas turquinas, así como varios judíos de Europa del Este, entraron en la industria en expansión.
En 1923, el presidente Calvin Coolidge inició la celebración de la víspera de Navidad del país con 3.000 luces eléctricas sobre el árbol de Navidad de la Casa Blanca. Coolidge acababa de dar su primer discurso presidencial, pidiendo una estricta restricción de inmigración y declarando que «Estados Unidos debe mantenerse estadounidense». Pronto firmó la ley de inmigración de 1924, limitando severamente la inmigración de judíos y todos los demás del este y sur de Europa y más allá. A pesar del elevado nativismo, los turquinos prosperaron a medida que aumentaba la demanda de luces navideñas, y en 1925 los Sadacca formaron una asociación comercial, la National Outfit Manufacturer’s Association (Asociación Nacional de Fabricantes de Equipos), conocida como NOMA. Un año más tarde, los miembros de la asociación se fusionaron en una sola empresa, la NOMA Electric Co.
Una patente de Albert Sadacca, correspondiente a un dispositivo de iluminación eléctrica con forma de vela, solicitada el 5 de abril de 1928 y concedida el 18 de noviembre de 1930. Patente No. 1,781,885. Oficina de Patentes, EE.UU.
Pero un escándalo que envolvió a la familia en 1928 obligó a los Sadacca a ocultar su verdadera identidad. Cuando una secretaria de NOMA, de 17 años, quedó embarazada, su padre amenazó con matar a Albert si no se casaba con ella. A esto siguieron las demandas legales. Desafortunadamente, no había nada inusual en que un hombre mayor se aprovechara de su posición de autoridad sobre una empleada, excepto por cómo se retrataba en los medios de comunicación. La prensa saltó sobre la identidad de Sadacca como «turco» y afirmó que estaba dirigiendo un «harén» desde una habitación de hotel equipada con «lujosos muebles turcos».
El escándalo estalló en un momento de sentimiento anti-turco. Los lazos entre Turquía (el sucesor del Imperio Otomano) y los Estados Unidos se cortaron durante la Primera Guerra Mundial, y la imagen del «Turco Terrible» se cernía sobre ella. El asesinato masivo de armenios por parte del estado otomano en 1915-1916 reforzó la imagen. En 1927, los opositores a la reanudación de las relaciones de Estados Unidos con Turquía circularon un panfleto en el que alegaban que el líder de la república turca, Mustafa Kemal Ataturk, mantenía cautivas a cientos de miles de mujeres cristianas blancas como «esclavas» en «harenes turcos». Finalmente, las falsas acusaciones cedieron y las relaciones diplomáticas se reanudaron más tarde ese año. Sin embargo, eso no impidió que la imagen del turco lascivo fuera dirigida contra Sadacca.
Con todo, Sadacca y NOMA sobrevivieron al escándalo. Albert Sadacca disimuló, declarando que no era turco, sino de Madrid: como español, no podía ser culpable de dirigir un harén. Su nueva historia de origen se quedó. La repitió por el resto de su vida, lo mismo a la junta de reclutamiento (1942) que a Newsweek (1970). Hay que considerar que, durante la Primera Guerra Mundial, los periódicos ladinos habían hecho campaña para que sus suscriptores dejaran de usar designaciones estigmatizadas como «turco» u «oriental». Deberían afirmar ser los herederos de los judíos españoles exiliados medio milenio antes -argumentaban los periódicos- y así reclamar el estatus europeo y, en última instancia, blanco.
Cuando golpeó la Gran Depresión, NOMA se mantuvo en el negocio argumentando que en tiempos tan difíciles, los estadounidenses necesitaban la comodidad y el calor de la familia reunida en casa alrededor de las luces del árbol de Navidad. NOMA se expandió para fabricar congeladores, estufas, muñecas, calentadores, tornillos y galletas. NOMA detuvo la producción de luces navideñas durante la Segunda Guerra Mundial para fabricar municiones de guerra, pero la compañía fue parte de la recuperación económica de la posguerra. Para 1947, las ventas de NOMA superaron los $ 42 millones. Fue el mayor productor de luces navideñas del mundo desde la década de 1930 hasta la década de 1960.
Catálogo de productos de NOMA, 1928Catálogo de productos de NOMA, 1958
La marca NOMA continúa hoy en Canadá. Pero Albert Sadacca ha quedado reducido a leyenda, mientras que los orígenes de la familia se han difuminado. Sin embargo, su legado persiste en los hogares de todo Estados Unidos. Irving Berlin, el compositor judío ruso de «White Christmas», y Mel Tormé, hijo de judíos polacos que compuso «Chestnuts Roasting on an Open Fire», produjeron una nueva banda sonora navideña desprovista de cristianismo. Los Sadacca, judíos sefardíes del Imperio Otomano, también proporcionaron una imagen más secular para la festividad: el árbol de Navidad iluminado por luces eléctricas, deslumbrándonos y deleitándonos durante más de un siglo.
*Devin E. Naar es profesor asociado de Estudios Judíos e Historia y fundador y presidente del Programa de Estudios Sefardíes de la Universidad de Washington en Seattle. Su primer libro, Salónica judía: entre el Imperio Otomano y la Grecia moderna, ganó un Premio Nacional del Libro Judío en Estados Unidos.
Hace varias semanas que murió María Eugenia Tamés, Maru, que fue mi jefa cuando trabajé en el Canal Once en el programa Diálogos en Confianza. También fue mi maestra y mi amiga. Todo el tiempo que nos conocimos seguí aprendiendo de ella.
He estado demorando el escribir largo y tendido sobre Maru. No he podido hacerlo. No podré hacerlo hoy. Creí que ya hoy tendría palabras para despedirme de ella, pero no, siguen agolpadas acá adentro.
Ya fue su velorio, ya fue su funeral; ya hace una semana que algunas de sus amistades más cercanas fuimos a la que fue su casa, invitadas por Sandra, su hija. Gracias a su generosidad pude despedirme del estudio de Maru, donde tantos proyectos trabajamos juntas, de donde siempre sacaba alguna película imposible de conseguir.
«Te la presto», me decía. «Me la devuelves, ¿eh? Vela, es una chingonería.» Y sí: era siempre una chingonería y siempre se las devolví.
De hecho, el sábado que fui llevé de vuelta las últimas tres películas que Maru me prestó, para que compartan lo que el destino le depare a esa colección exquisita, formada a lo largo de décadas de pasión por el cine.
La poesía de Margarita Paz Paredes llegó a mi vida porque mi mamá era su fan. Mamá me contaba que Paz Paredes le había dado clase en la Normal Superior y eso me alucinaba. Para bien, obvio. Mi mamá me leía poemas de Margarita Paz Paredes y me encantaba que tenían menciones a la lucha social, la justicia, sin que por eso dejaran de estar llenos de sentimiento.
Luego de la muerte de mi mamá (muy cerca de su muerte, un año después, cuando mucho), participé en un concurso de declamación con un poema de Paz Paredes, «Canción de América». Me encantaría decirles que lo hice maravillosamente y que todo mundo me pidió información sobre la poeta… pero lo cierto fue que, mientras lo iba recitando, se me hizo de sal la garganta, se me olvidaron las palabras, se me llenaron los ojos de un ardor líquido y… salí corriendo del sitio del concurso. Adolescencia, luto, qué sé yo.
Y después, cuando me casé, el libro de Paz Paredes (Litoral del tiempo, en la edición de Lecturas Mexicanas de la SEP) se quedó en casa de mi papá porque pensé que sería facilísimo de encontrar la obra de Paz Paredes en internet. Extrañamente no ha sido así. Por suerte, la editorial guanajuatense Ediciones La Rana tiene una edición muy guapa, que recién llegó a mis manos antier. Estoy muy emocionada. Y por eso, y porque tenía muy abandonado este blog, les comparto ese poema que no pude acabar de declamar cuando era morrilla:
Canción de América
Te amo, América,
por el cauce infinito de tus lágrimas,
por lo que tienes de solar y altiva,
por tu sabor intenso de aceituna,
por tu aroma de selva conmovida,
porque juegas tu vida con la muerte
y mueres de soñar viviendo herida.
Te amo, América,
porque vengo de un barro alucinado
-sangre lustral y médula de estrella-
donde una raza muerta y renacida
forjó en la noche su auroral bandera.
Te amo, América,
por tu dolida infancia sin luceros,
por tu rebelde juventud invicta,
por tu callado grito subterráneo
que sediento de jugos primordiales,
hizo estallar las venas de la tierra.
Yo siento
que el tallo espiritual que me sostiene
se hincha de amor para nombrarte, América,
y adquieren los recintos de mi alma
dimensiones de bóveda infinita,
y una acústica grave
para tu voz precisa.
Te das a todos, multiplicada y única,
Patria, gigante niña de almidón y alpiste,
que cabes en la palma de mi mano
como dormido pájaro en su nido.
Amo tu arquitectura vegetal, tu corazón raíz,
tu epidermis durazo,
tu pie trigal que danza por el valle,
y tus ardidos brazos campesinos
sembradores de amor y de esperanza.
Te amo como eres, tierra mártir:
contradictoria, amarga y desolada,
fértil y pródiga y sedienta,
con el costado herido de miseria
y el pecho tropical, pulpa y guanábana.
Yo vivo para hablarte quedamente,
casi en sordina por los barrios pobres,
para contarles cuentos a los niños
modelados de sombras y de angustia.
Mi voz es tan pequeña que se pierde,
se diluye en el barro estremecido;
mi voz ya no es mi voz, se vuelve ajena
y me llega después más íntima y profunda
en el sollozo inmenso de la madre
que lleva un hijo muerto entre los brazos.
ENVÍO:
Venid, poetas,
traed a flor de tierra vuestro canto.
El mensaje de amor es como un niño
que siembra amaneceres en el campo.
¡Es aquí nuestro sitio!
Soltad la voz desnuda
y dejadla llorar a la intemperie.
mañana ha de surgir, íntegra y pura,
con el húmedo tallo florecifo.
Venid, poetas,
caminad conmigo
por esas noches lentas y terribles
en que seres proscritos de la aurora
agonizan sin pan y sin palabras.
Venid, poetas,
purificad la estrofa y la conciencia.
Volved los pasos a la infancia.
Traed la voz más clara.
Caminemos descalzos por América,
y sea nuestro canto tan sencillo,
tan íntimo, tan hondo, tan sincero,
que lo entiendan los héroes y los niños
y estremezca de amor toda la tierra.
Por cierto: ayer, 30 de marzo de 2022, fue el centenario del natalicio de Margarita Paz Paredes. Me estoy enterando justo ahora. Que precisamente hoy retome el blog para escribir sobre ella, que justo antier me haya llegado el libro, es una muy bonita coincidencia.
Por cierto 2: Además de todo, me encanta pensar que este poema de Margarita Paz Paredes dialoga con esta canción de Residente:
Pues resulta que este año (2021) sí estaremos Alberto y yo en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara en cuerpo presente (nerviossss). Él tiene como mil ochomil actividades (que pueden ver aquí), así que nos vamos a estar la feria completita. Yo, que soy mucho más moderada (jojojo), voy a participar en muchas menos cosas, pero se las comparto por si andan por allá o por si quieren ver las que se transmitan en streaming. Y dice así:
Domingo 28 de noviembre, a las 12:00 horas, en el salón 2 (planta baja): El método infalible para ligarte a quien tú quieras. ¡Es mi nuevo libro! -una novela sobre un par de chicas adolescentes que, luego de haber sido amigas toda la vida, descubren que ya no se caen tan bien debido a sus diferencias de carácter y gustos. Lo malo es que son primas, así que ni modo de dejarse de hablar para siempre… Para presentarla, van a estar conmigo Mónica Romero, coordinadora editorial de SM, y Alberto, que atestiguó todo el proceso de hechura.
Martes 30 de noviembre, a las 10:30, en el salón Enrique González Martínez (área internacional): Los libros para chicos que todo adulto debería conocer. De nuevo con Alberto (spóiler: este año sólo una de mis actividades en Gdl no es con Alberto*), platicaremos acerca de libros que están etiquetados como «infantiles» pero que cualquier persona, de cualquier edad, podría disfrutar. Esta charla es en el marco del Encuentro de Promotores de Lectura; en vivo requiere de prerregistro, pero tendrá transmisión por streaming en el canal de youtube de la Feria.
Miércoles 1o de diciembre, a las 18:00 horas, en el salón A (área internacional): Alberto dará la charla ¿Por qué leer a Natsume Soseki? y yo lo acompañaré leyendo fragmentos de los libros. Ya estoy practicando para que salga bonis.
Sábado 4 de diciembre, a las 16:00 horas: El club de las niñas fantasma, ese bonito libro que escribimos entre Alberto y yo y que ilustró hermosamente Samantha Martínez. Va a ser una actividad virtual en la que estaremos los tres, acompañados por Diego Mejía, editor de PRH.
Sábado 4 de diciembre, a las 18:00 horas, en el salón F (área internacional): Salvajes, de Antonio Ramos Revillas. Acompañaré a Toño, quien además de ser un excelente escritor es un querido amigo, en la presentación de esta novela recién publicada por el Fondo de Cultura Económica.
¡Y ya! Como decía Porky: ¡eso es to- eso es to- eso es todo, amigos!