uno, dos, uno, dos

Gimnasia cerebral.
Lo más difícil es encontrar un leotardo a la medida de mi cerebro.
No, eso es fácil: visito cualquier tienda de juguetes y elijo el disfraz de la barbie aeróbica. No hará que mi cerebro luzca radiante, pero al menos está superado el obstáculo.

Lo realmente difícil es ponerle a mi cerebro el leotardo.
No, eso también es fácil: cualquier sierra eléctrica puede hacer el truco. Se abre la cabeza con un corte horizontal, que puede disfrazarse con el fleco. Una vez abierto el cráneo, todo es cosa de embutir (nunca mejor empleada la palabra) el seso en el tubo de licra.

Ah, ahora sí viene lo condenadamente difícil: hacer que mi cerebro, vestidito de barbie aeróbica, salte el potro, dé giros en las argollas o haga vibrantes rutinas en las barras paralelas. Para empezar, el pobre ni siquiera tiene manitas.

Y yo no podré ayudarlo, porque, luego de abrirme la cabeza y sacarlo con mis últimas fuerzas (bueno, con las penúltimas: las últimas serán utilizadas en el acto de embutirlo en el trajecito), bueno, luego de todo eso, ¿cómo podré hacer cualquier cosa, excepto sentarme en un rincón y gruñir como zombie?

La duda: ¿cómo es posible que digan que la gimnasia cerebral aumenta nuestro intelecto? ¿será que los zombies conocen algo que yo ignoro?


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