Recortes

En estos días he tenido chance de leer como hacía mucho no leía. Como los libros son de una biblioteca, y no míos, subrayar no es una opción, así que me he puesto a transcribir los fragmentos que me gustan. Y como no quiero perderlos, pondré aquí unos cuantos de ellos. Siéntase el navegante bienvenido de echarles un ojo. Aquí van algunas citas tomadas de ¿Dónde es aquí? 25 cuentos canadienses. Panorama de las letras canadienses. Tomo I. (antología coordinada por Claudia Lucotti).

«Había dos vientos: el viento en fuga y el viento en persecución. El primero buscaba refugio en los aleros, sollozante, temeroso; el otro lo asaltaba allí y separaba los aleros para obligarlo a huir de nuevo. En una ocasión, mientras ella escuchaba, aquel primer viento de un salto se puso en medio de la habitación, asustado como pájaro que ha sentido en las alas el roce de unas garras: furioso, el otro viento sacudía las paredes y lanzaba zarzas contra la ventana hasta que su presa volvía a alejarse, temerosa,  simplemente para regresar y estremecerse entre los débiles aleros, como si no conociera otro santuario en este páramo enloquecido de polvo». (de «La lámpara al mediodía», de Sinclair Ross).

 

«Las personas que no demuestran sus sentimientos tienen ventajas prácticas. Pueden ir a que les maten como si no les importara, pueden despedir sin pestañear a sus hijos que van a la guerra. Su educación está dirigida a enfrentar las crisis. Cuando una llega, se saben comportar. Pero en la vida diaria eso es una verdadera masacre. Los muertos de alma y corazón cubren el paisaje de escombros. De todos modos, mantener el rostro impávido hace que la vida sea tolerable bajo presión. Hace que la vida pública sea tolerable; es todo lo que digo, porque en privado la gente continuaba emborrachándose y persiguiéndose con botellas y cuchillos, llamaba a la policía para quejarse de que los vecinos estaban introduciendo gas tóxico por las ventilas, abandonaban infantes y padres ancianos y escribian cartas a los periódicos a favor del castigo corporal, con imaginativas sugerencias. Cuando regresé a Canadá ese junio, por lo menos una cosa había quedado clara: sabía que no tenía nada de malo que la gete se riera y llorara en público.» (de «En la juventud está el deleite», de Mavis Gallant).

 

«…en lo hondo de nuestros corazones nos rechazamos, y en cuanto a ese pasado que tanto presumimos de compartir, en realidad no lo compartimos, pues cada una de nosotras lo guarda celosamente para sí, con el pensamiento íntimo de que la otra se ha vuelto una extraña y ha renunciado a sus derechos.» (de «La paz de Ultrecht», de Alice Munro).

 

«Ni se te ocurra pensar que una persona desea morir nada más porque todos consideran que no tiene una razón para vivir», (de «la paz de Ultrecht», de Alice Munro).

 

«Y allí estaba. Adviniendo. Subiendo por la colina de nuestro jardín de atrás, con el cuerpo inclinado hacia adelante y la túnica ondulándose en el viento. Él advenía. Y yo no estaba lista.» (de «El día que me senté con Jesucristo en la terraza y sopló el viento y me abrió el kimono y Él me vio los senos», de Gloria Sawai).

 

«Una vez satanás se me acercó, con pelaje oscuro, garras, ojos rojos y todo lo demás. Me exhortó a cruzar la calle y lo hice, delante de un auto que frenó a tiempo. Expliqué: ‘El diablo me dijo que lo hiciera’. En aquel momento no tenía idea de que mis padres no creían en lo que me enseñaban en la escuela de monjas (por cierto, satanás no es bilingüe; habla francés quebequense). Mis padres no tenían Dios y por lo tanto ningún Ángel Caído. Me regañaron por mentir, que era algo que mi padre odiaba y que mi madre hacía regularmente.» (de «En la juventud está el deleite», de Mavis Gallant).

 

«La realidad, como siempre, era estrecha y opaca.» (de «En la juventud está el deleite», de Mavis Gallant).

 

Gloria Sawai
Gloria Sawai

 


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