Elegía

Cuando murió mi mamá -rara que es el alma en la busca de su consuelo- me dio por aprenderme de memoria «Elegía», de Miguel Hernández, un poco porque mi ejemplar del libro era el ejemplar de mi mamá, con su nombre manuscrito en la primera página y en varias del interior; y un poco porque el poema le daba palabras a algo que yo no sabía muy bien cómo articular.
Me ponía, en cassette, la versión de Serrat (que me conmueve un montón, supongo que por las mismas razones) para que me ayudara a dejarlo bien grabado en mi memoria. Y me lo aprendí, comos e aprende uno el himno nacional o el voto y lema de alguna organización a la que se perteneció en la juventud.
Hoy que desperté con la noticia de la muerte de Sergio Loo (poeta, narrador, amigo, ejemplo de humor y valor ante las situaciones difíciles) el poema empezó a sonar en mi cabeza. Se lo dejo a él y todos los que cruelmente se nos van antes de tiempo (y aunque los cínicos digan otra cosa, con que una persona te haya querido, te quiera, te recuerde, te extrañe, te necesite, tu partida es antes de tiempo, así hayas tenido cien años a la hora del adiós).

Al fondo, sonriente, Sergio
Al fondo, sonriente, Sergio

ELEGÍA A RAMÓN SIJÉ

(En Orihuela, su pueblo y el mío, se
me ha muerto como del rayo Ramón Sijé,
a quien tanto quería)

Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.

Alimentando lluvias, caracolas
y órganos mi dolor sin instrumento,
a las desalentadas amapolas

daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado
que por doler me duele hasta el aliento.

Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.

No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.

Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.

Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.

No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.

En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofes y hambrienta.

Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.

Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.

Volverás a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera

de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.

Alegrarás la sombra de mis cejas,
y tu sangre se irá a cada lado
disputando tu novia y las abejas.

Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.

A las ladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.

Y se los dejo en canción, por si les hace falta como a mí:


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