Un corazón roto en casa

La situación era tensa: Deíctico enamorado de la Pingüirena; mi gata, Cuca, enamorada de Deíctico; mi gato, Beakman, en incestuosa admiración de Cuca; mi vecino, el Doctor, espiando a Beakman cuando se bañaba (esto es: cuando se bañaba Beakman, no el doctor). Y me imagino que la cadena podría seguir interminable: la esposa del doc, el lechero, la vaca, etcétera.

Pero a fin de cuentas, con todos sus desamores, era una cadena equilibrada. ¿Podía romperse el equilibrio en cualquier momento? Sí, y las posibilidades eran muchas. La más fuerte, que Deíctico consiguiera trabajo en Islandia o en la Antártida (creo que recibió una oferta de la Atlántida, pero no le entusiasmó demasiado) y se fuera con todo y pingüina-cola-de-pescado a establecerse en un nuevo hogar.

Esto implicaría que la Cuca tendría que buscar otro amor, que si fuera distinto a su carnalito el Beakman, se restituiría el equilibrio.

Pero pasó algo muy distinto:

Hoy desperté por el ruido, el caos, los gritos y el llanto. La pingüirena se fue con mi vecino el doctor. No sabemos a dónde, y le digo a D. que ni caso tiene averiguarlo. Ni modo de seguirlos a Bahía, o a Sri Lanka, o a Xochimilco. Imposible.

En todo caso, era un amor difícil. Y estoy segura que Deíctico lo sabía. Pero es tan triste verlo llorar…. snif.

Para distraerlo, puse su video favorito, un documental sobre los Pingüinos Mutantes que encontraron en una isla del Pacífico. Sonrió y fue por el teléfono, lo escuché pedir presupuestos de viajes con hotel y desayuno a la Isla de Pascua.

No sé qué estará tramando, pero seguro que me enteraré. Y pronto.


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