Narices

Parte dos

Imaginemos, por un momento, que desaparecieran todas las narices del mundo: las de los elefantes, las de la gente, las de las estatuas. También las de las fotos y las pinturas.

Imaginemos que es la Esfinge quien lo hizo, sólo porque ella perdió la suya hace mucho tiempo y decidió que ya basta de discriminaciones, de películas que se burlen planteando accidentes tontos que expliquen su pérdida.

Imaginemos, ya que en eso estamos, lo que sufrirían las personas que han gastado buenas sumas en modificarse, limarse y respingarse las narices, y el alivio a medias de Michael Jackson al verse acompañado en su dolor.

¿Nos acostumbraríamos rápidamente? ¿Se volvería sexy la cara más lisa, y detestable la que tuviera rastros del apéndice? O, como los vikingos, ¿crearíamos narices de oro, plata y joyas diversas para mostrar nuestro status pese a la pérdida?

Probablemente la Esfinge se aburriría de tener guardadas tantas narices: después de probarse una distinta cada día, llegaría el momento en que perdería el interés y las devolvería todas, con lo que la gente quedaría muy desilusionada, tan contenta ya con su cara plana o su joyería nasal de diseñador.

Ahora sí: dejemos de imaginar.


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